Ernesto Rodríguez

Ecuador en tiempos de la Revolución Ciudadana

Ecuador vive, desde el 2007, la etapa más próspera, equitativa y democrática de toda su historia, de la mano de los planes y las acciones impulsadas por el Gobierno Nacional, conducido dinámica y creativamente por el Presidente Rafael Correa. Enfoques pertinentes y una gran voluntad política para avanzar en la senda de la igualdad social, van concretando logros impensados hace tan sólo unos pocos años atrás, y conformando una experiencia de gran valor para América Latina, que debiera ser mirada con mucha más atención y apertura, para aprender e intentar imitar.

Actualizado: 04 de diciembre de 2014 —  Por: Ernesto Rodríguez

Después de dos años sin visitar Ecuador, la semana pasada tuve la oportunidad de volver a Quito, para participar del “II Foro de Políticas Públicas para la Igualdad, la Inclusión y la Protección Social”, organizado por el Consejo Nacional para la Igualdad Intergeneracional, uno de los varios Consejos que intentan articular más y mejor al conjunto de las políticas públicas, en torno a diferentes ejes transversales (género, generaciones, etnias …). El momento coincidió, asimismo, con la presentación pública de la “Estrategia Nacional para la Igualdad y la Erradicación de la Pobreza”, todo lo cual, me permitió actualizar mucha y muy fecunda información, acerca de los enfoques y las estrategias con las que se está trabajando, sobre los importantes avances que se han ido concretando en los últimos años y sobre los planes que se vienen implementando para avanzar aún más en el desarrollo humano a futuro, a todos los niveles.

Los avances son muy visibles apenas uno llega al nuevo aeropuerto (del que nadie me comentó nada hace dos años y que hoy es una impresionante realidad) o dando apenas los primeros paseos por la ciudad, repleta de nuevas construcciones y numerosos signos de la modernidad capitalista, junto con el cuidado y la promoción de las tradiciones (edilicias y culturales) que también son un componente central del paisaje urbano, sin importar por donde uno se desplace. Pero son mucho más notorios cuando se habla con la gente y se nota -al instante- la alegría, la confianza y la satisfacción con las propuestas y los logros del gobierno, del taxista al comerciante o al artista callejero, y aún más cuando se revisan los principales indicadores del desarrollo.

De acuerdo a los estudios comparados de la CEPAL, por ejemplo, Ecuador está entre los países que más han bajado la pobreza y las desigualdades sociales en América Latina: mientras el Índice de Gini bajó 0.2 en el promedio latinoamericano, en Ecuador bajó 0.7 puntos (entre 2006 y 2012) al tiempo que la pobreza por ingresos bajó del 37.6 % en 2006 al 25.6 % en 2013. Pero tales cifras dirían muy poco, si no se toman en cuenta los significativos cambios procesados (o en proceso) en la matriz productiva nacional, o el programa de becas para estudiantes universitarios más amplio y ambicioso de toda la región, o el gran impulso dado a la “economía popular y solidaria” o los importantes avances concretados en el nivel de los salarios mínimos (duplicados en estos últimos años) y en el descenso del desempleo general y de varias de sus categorías particulares…

Se podrían brindar muchos otros indicadores, pero lo más relevante (creo) es que todos estos logros se han conseguido con enfoques pertinentes, alejados del paradigma neoliberal, haciendo una fuerte apuesta al rol del Estado en la conducción del proceso de cambios a todos los niveles y sustentados en una impresionante capacidad de planificación a mediano y largo plazo. El Plan Nacional de Desarrollo 2013 – 2017 o Plan del Buen Vivir es, sin duda, la más rigurosa muestra al respecto, y en dicho marco, merecen destaque algunos elementos particularmente relevantes en materia de enfoques, como el referido a la regulación de los niveles salariales, subiendo los mínimos (como en varios otros países de la región) pero también acotando los máximos, estableciendo que nadie puede ganar más que el Presidente de la República (y fijando dicho salario máximo en un tope de 8.000 dólares) o el que fija como meta la “erradicación” y no el simple “descenso”, en relación al combate a la pobreza, asumiendo que hay que enfrentar pobreza y desigualdad en simultáneo, si lo que se pretende es erradicar efectivamente la primera.

Después de una semana en tierras ecuatorianas, en el viaje de regreso pensaba en todo lo que había visto, escuchado y analizado, y de inmediato me surgió una gran pregunta, que regresa en numerosas oportunidades a mi cabeza, en medio de mis constantes viajes por América Latina: ¿por qué se conocen tan poco y tan mal este tipo de fecundas experiencias de desarrollo en nuestra región? Antes de llegar a Quito, por cierto, había hecho mi clásico recorrido por la prensa electrónica que sigo regularmente y de lo único que allí se hablaba era de la reforma constitucional que viene impulsando Alianza País (el partido de gobierno), destacando casi exclusivamente (y poniendo el grito en el cielo, por cierto) el intento por instalar la reelección indefinida del Presidente y otros cargos de gobierno. Definitivamente, se sabe muy poco y muy mal de este tipo de fecundos procesos de cambio, porque las grandes cadenas mediáticas manipulan groseramente la información y hasta mienten descaradamente al respecto.

Por eso, estamos acostumbrados (en la opinión pública y hasta en niveles importantes de tomadores de decisiones, en casi todos nuestros países) a imaginar a Ecuador como un simple “engendro populista” dedicado a la (imposible) construcción del “socialismo del siglo XXI”, una simple “imitación” del (primer y lamentablemente) contagioso “engendro chavista” sobre el que también se desinforma cotidianamente en las grandes cadenas mediáticas.

Lejos (muy lejos) de tales estereotipos, el Ecuador viene desplegando una fecunda e inédita propuesta de transformaciones de gran relevancia, con impactos realmente impresionantes en la gente (que es lo que, en definitiva, realmente importa) que pondrán a este país en los lugares más destacados de la región en muy poco tiempo.

Hubo, finalmente, otro hecho de gran trascendencia, para quienes miramos estos procesos con ojos uruguayos: la presencia cotidiana de nuestro Presidente, a todos los niveles. Ya me estoy acostumbrando a que -ahora- cuando comento por el mundo que soy uruguayo, ya no me pregunten por Suárez sino también y sobre todo por Mujica, pero no dejó de llamarme poderosamente la atención que al entrar al hotel me encontrara con un simple boletín interno que incluía -en su tapa- la foto del Pepe, y que al salir por la ciudad al otro día, me pasara otro tanto con el periódico “Metro” (de distribución gratuita) cuya nota central estaba dedicada al “legado del Presidente más pobre del mundo”, o que todos mis conocidos y amigos me comentaran sobre la inminente visita del Pepe a Ecuador, en el marco de la reunión de UNASUR. Repasando las redes sociales en las escalas en los aeropuertos y al llegar a mi casa, volví a impresionarme (nuevamente) con la multiplicación de la foto del Pepe (subida por amigos de muy diversos países de la región y del mundo) con el epíteto de “ladrón” (“le robaste el corazón a los pobres, a los humildes …”) de la que también mucho me hablaron en Quito. Sencillamente, ¡¡impresionante!!

Ernesto Rodríguez es Sociólogo, Director del Centro Latinoamericano sobre Juventud (CELAJU) y Coordinador del Portal de Juventud de América Latina y el Caribe (www.joveneslac.org y www.youhtlac.org). Es Investigador, Docente y Autor de numerosas publicaciones sobre temas de su especialidad. Actualmente, trabaja como Asesor de Gobiernos y Consultor de las Naciones Unidas, del Banco Interamericano de Desarrollo, del Banco Mundial, de la Unión Europea y de la Organización Iberoamericana de Juventud, en Políticas Públicas de Juventud, Prevención de la Violencia y Desarrollo Social.



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