Por dentro, el Cilindro era irreconocible. No se veían las gradas ni la cancha, que se habían convertido -por séptima vez- en un espacio de esparcimiento lleno de perros, gatos, ovejas, cabras y conejos, entre otros animales. Carlos Muíño, uno de los organizadores de la exposición, dijo a 180 que la venta de entradas (que costaban 100 pesos y menores de cinco años no pagaban) no había sido buena por diferentes motivos, entre ellos las elecciones internas -por las que tuvieron que cerrar el lugar el domingo 28-, la gripe A y el mal tiempo. “Hubo días que vendimos 35 entradas”, indicó.
La mayor atracción del lugar estaba escondida en el oscuro reptilario: la pitón Bolurus albina de tres años y medio, y más de 25 kilos. Por 160 pesos, las personas se sacaban fotos con ella o con la otra pitón de colores más amarronados. Domingo Russo, dueño del criadero al que pertenece la inmensa víbora, dijo a 180 que la Bolurus “no tiene por naturaleza defenderse mordiendo” y por eso no siente nervios a la hora de ponerla en manos ajenas. Diferente es el caso de las boas, que también posee, que en general son tranquilas pero tienen temperamento y no se sabe cuándo podrían atacar.
Esta pitón se alimenta semanalmente con un conejo de casi dos kilos de peso. “Al principio tenía que dárselo vivo, porque sino no lo agarraba. Ahora compro todo a un criador de conejos que me vende la carne, no doy como comida animales vivos”.
Además de las pitones, tiene víboras de todo tamaño y color. Sólo en la exposición, había “18 o 20 variedades exóticas” de Estados Unidos, México, Sudamérica, Asia, Australia y África. Entre ellas estaban las culebras Rey, las falsas corales, y las del maíz, todas de colores diferentes debido a que algunas eran salvajes y otras habían sido criadas en cautiverio. “Son muy manipulables”, indicó Russo, quien contó que había sido mordido muy pocas veces. Para demostrarlo -y también para poder apreciar los colores-, durante el recorrido agarró a cinco o seis de ellas.
En el reptilario también había escorpiones africanos de entre 10 y 12 centímetros de largo, diversas variedades de tarántulas -tres de ellas de origen uruguayo-, erizos de tierra, dragones chinos (que, según dijo Russo, mucha gente se los confunde con camaleones pero que “no tienen nada que ver”), y cucarachas gigantes de Madagascar.
Pero eso es solamente una muestra. En Solymar, donde está su criadero, tiene -por ejemplo- cerca de 200 víboras “que demandan poco tiempo porque se mueven muy poco” y comen una vez por semana. Mamíferos, en cambio, intenta tener pocos “porque demandan mucho”: se mueven, desordenan, hacen sus necesidades varias veces al día y precisan comer cada pocas horas.
Según Russo, “gran cantidad de lo que crío se vende como mascota”. Si bien Uruguay “no es el mejor lugar para vender esto, siempre hubo y habrá aficionados”.
Otra de las atracciones de Tierra de Mascotas, es el teatro para niños que funciona desde las 15:00 hasta las 18:30. El sábado había un grupo de murga joven y la sala, armada atrás de las gradas, estaba repleta.
Ya en el centro del Cilindro, estaban ubicados los perros de 63 razas diferentes, algunos de ellos muy ruidosos. Además, había stands con diferentes tipos de pájaros y roedores, como ratones, hámsters, hámster enano chino, ratas, jerbos y cuis, señaló la vendedora del local, Bettina.
Muíño, dijo que los stands son gratuitos porque le interesa que haya cierta variedad de expositores, tanto de animales como de otros rubros: juegos (laberinto inflable, cama elástica, toro mecánico, entre otros), comida, accesorios, etcétera.
Cerca de la entrada del Cilindro, por ejemplo, había un espacio destinado a la venta de cachorros y gatos. El perro más barato, el dálmata, costaba unos 2.000 pesos y el más caro, el San Bernardo, unos 5.000, señaló María Noel, dueña del criadero. Los más pequeños, sin embargo, no estaban en un canil como el resto, sino en una cajita junto a una fuente de calor: dos Pinscher de pocos días que aún no estaban a la venta.