Las últimas horas de Cerati antes del ACV

A horas de la publicación de la biografía de Gustavo Cerati, se conoció cómo fueron sus últimos días en Caracas antes de sufrir el ACV que lo dejó en coma hasta su muerte.

Actualizado: 11 de agosto de 2015 —  Por: Redacción 180

Las últimas horas de Cerati antes del ACV

JUAN MABROMATA / AFP

Este martes Cerati cumpliría 56 años. El músico, fallecido el año pasado, dio un show en Caracas y luego sufrió un ACV que lo dejó en coma. En el libro, el periodista Juan Morris cuenta los sucesos que derivaron en el ACV.

El adelanto lo publicó el diario Clarín.

Cuenta el libro que media hora después de terminado el último show del tour de Fuerza natural por Latinoamérica y Estados Unidos, Cerati cenó con todo su equipo en una carpa detrás del escenario y se fue a su camarín a reunirse con el sonidista Adrián Taverna y el guitarrista Richard Coleman, sus más viejos amigos.

Cuando ambos salieron, organizaron la foto grupal que siempre sacaban cuando terminaban algún tramo de la gira. Pero Cerati faltaba. El líder de la banda apareció a último momento y se paró atrás de Taverna.  Cuando Taverna se dio vuelta para decirle algo a Gustavo, lo vio pálido, con los ojos desorbitados.

“–¿Te sentís bien? –le preguntó.

Gustavo abrió la boca para contestarle, pero no acertó a decirle nada. Fue como si los músculos de su mandíbula no encontraran las palabras. Entonces la cámara disparó su flash y todo el equipo quedó registrado en la última foto de la gira. A su alrededor el grupo se empezó dispersar y Gustavo caminó confundido hacia su camarín”.

Clarín cuenta en la nota en la que adelanta el libro, que Taverna y otro integrante de la banda fueron al camarín de Cerati a ver qué le pasaba. Cuando entraron, Gustavo estaba tirado en el sillón, con el saco a un costado, la camisa desabrochada y la boca entreabierta.

Fueron en busca de los paramédicos, que al llegar no supieron qué hacer. Charly Michel, el kinesiólogo que viajaba con el equipo, revisó qué remedios tenían los paramédicos en sus bolsos y les pidió que fueran a buscar la camilla. Gustavo se podía mover pero estaba como abrumado, lento, y no podía hablar.

“Gustavo todavía parecía estar experimentando cómo el software de su conciencia se enrarecía: estaba acostado en la camilla con los ojos abiertos pero con la mirada perdida”.

Tras pasar más de una hora, Cerati fue trasladado en ambulancia hacia una clínica pero al llegar a Emergencias todo estaba a oscuras. Se había cortado la luz.

“Mientras avanzaban se cruzaron con una enfermera que les dijo que el grupo electrógeno del hospital sólo funcionaba para la terapia intensiva y los quirófanos, así que volvieron a cargarlo en la ambulancia y lo llevaron hasta otro centro de estudios de la ciudad para que lo atendieran”.

Al terminar con los exámenes que demoraron más de una hora, lo volvieron a trasladar a la clínica La Trinidad.

“Ya había vuelto la luz y lo dejaron unas horas en observación en la guardia, pero como no presentaba ninguna mejoría ni los médicos tenían un diagnóstico de su estado, a eso de las cuatro de la mañana lo alojaron en la suite presidencial del tercer piso y llamaron por teléfono a un cardiólogo, que les dijo que recién iba a poder ir a las diez”.

Al día siguiente Cerarti se despertó en la clínica consciente pero confundido. No podía hablar y su costado derecho estaba entumecido, como si sus funciones cerebrales estuvieran replegándose de una parte de su cuerpo.

“Cuando Taverna volvió a la clínica a media mañana, lo encontró acostado en la cama, agarrándose el brazo derecho y tocándolo con curiosidad y cierta desesperación.

–¿Cómo te sentís? –le preguntó.

Pero Gustavo no respondió. Se tocaba el brazo, lo agarraba y lo levantaba sin conseguir que se moviera. Un rato después se puso a golpear la baranda de la cama con la mano izquierda con un ritmo fastidiado, lleno de impotencia.

Al mediodía una enfermera entró a la habitación con la bandeja del almuerzo. Taverna le dijo que no creía que Gustavo tuviera hambre, pero él le agarró el brazo fuerte dándole a entender que sí. Entonces, Taverna le pidió que la dejara sobre un mueble que había y agarró el control remoto de la cama para levantar el respaldo y que Gustavo quedara sentado. Mientras el respaldo subía, no pudo resistirse y se puso a jugar con los botones, volviéndole a bajar el torso y levantándole las piernas: fue la primera vez en el día que la cara de Gustavo adoptó un gesto parecido a una sonrisa. Finalmente Taverna lo dejó con el respaldo levantado y le acercó la bandeja. Cuando la apoyó sobre la cama, le sorprendió que sin tener todavía un diagnóstico sobre qué le pasaba a Gustavo le dieran un menú común de caldo de verdura, pollo con salsa, ensalada y banana frita.

Taverna agarró el control remoto, prendió el televisor y empezó a hacer zapping hasta que Gustavo le sacó el control y se puso a pasar los canales sin detenerse en ninguno. —Pero pará en alguno —le dijo Taverna. Después de dar varias vueltas por la programación con el control remoto, que sí le respondía y con velocidad, dejó una película ya empezada. Era Dark City, un film noir de ciencia ficción en el que el protagonista es acusado de asesinato pero sufre de amnesia y no recuerda qué pasó, así que tiene que darse a la fuga para escapar de la policía y, sobre todo, ganar tiempo contra su memoria: su cerebro lo está traicionando. Mientras veían la película una enfermera entró a la habitación con la cena. Una bandeja con un plato de fideos, otra sopa, una papa hervida y gelatina. Esa noche se quedaron Charly Michel y la corista Anita Álvarez de Toledo, una de sus mejores amigas. Taverna regresó al hotel pensando que al día siguiente iban a volver a casa. (...)

La segunda noche en la clínica Gustavo también durmió poco y, a la mañana, cuando las enfermeras entraron a la habitación para controlar su estado, lo encontraron sacudiéndose y agarrándose la cabeza con su brazo izquierdo. Tenía los ojos apretados, como si estuviera sufriendo un dolor insoportable. Taverna llegó a la clínica cuando unos camilleros estaban sacando a Gustavo de la habitación para hacerle una tomografía y lo acompañó. En la sala, ayudó a levantarlo para acomodarlo en la camilla de plástico y le sacó una cadenita con un parlante que tenía en el cuello. Acostado en el tomógrafo, Gustavo se movía dolorido y los enfermeros le pedían: —Gustavo, quédate quieto, por favor, quédate quieto. Como no lograban que se calmara, le pidieron a Taverna que entrara y lo sostuviera.

—Ya está, Gus, ya termina —le dijo Taverna, pero Gustavo siguió moviéndose, hasta que en un momento pareció quedarse dormido. Después lo volvieron a acostar en la camilla y lo empujaron por los pasillos hacia otra sala para hacerle un centellograma. Cada tanto abría los ojos muy despacio y los volvía a cerrar. Cuando llegaron, la camilla no pasaba por la puerta y Taverna tuvo que cargarlo. —Agarrate —le dijo. Mientras lo levantaba, Gustavo tiró su brazo por atrás del hombro de su amigo. Taverna lo sentó en la máquina donde le iban a hacer el estudio. Tenía la mirada perdida y la boca entreabierta. Después del estudio lo volvió a cargar en la camilla, lo tapó con una frazada y los enfermeros lo llevaron al cuarto piso para hacerle otro análisis. Media hora más tarde lo dejaron en la habitación y decidieron avisarle a la familia. Gustavo había sufrido un ACV y su cerebro se había inflamado tanto que estaba haciendo presión contra el cráneo. Tenían que operarlo con urgencia".