Néstor Da Costa

Diversidad cultural y religiosa, un nuevo y tardío desafío para el Uruguay

La diversidad cultural comenzó a llegar a Uruguay, tal como lo expresa una frase en el aeropuerto de Carrasco “Mundo, bienvenido a Uruguay”. Esto acaba de comenzar.

Actualizado: 19 de agosto de 2015 —  Por: Néstor Da Costa

La diversidad cultural es un fenómeno que hace ya bastante tiempo se instaló en occidente como un asunto de relevancia. El influjo de la movilidad internacional y las migraciones han llevado a que personas y colectivos de culturas de origen distintas a las que los reciben, entren en contacto cotidianamente con sus costumbres, valores, creencias.

Las distancias en el mundo se han acortado y eso nos permite visibilizar la variedad y multiplicidad de culturas existentes en nuestro planeta. La diversidad cultural ha sido reconocida como parte del patrimonio común de la humanidad. El reconocimiento de ese patrimonio pone de relieve la riqueza de la misma y la necesidad de promoverla y protegerla.

En ese camino es que la UNESCO propició primero una Declaración Universal de la Diversidad Cultural y en 2005 adoptó la Convención sobre la Protección y Promoción de la Diversidad de las Expresiones Culturales que fuera ratificada por Uruguay en el año 2007.

Ese contacto cotidiano de personas con diferentes valores, cosmovisiones, creencias ha impactado en la vida de millones de personas. Los países que han recibido importante número de migrantes se han encontrado frente a nuevos desafíos, propios de un nuevo momento de la humanidad y han tenido que hacerse preguntas y desarrollar respuestas distintas a las habituales. Este es quizá uno de los desafíos más importantes que enfrentan las sociedades pluralistas y abiertas: la integración de las distintas alteridades.

Esa integración se hace sobre algunas bases mínimas, igual dignidad de todos los seres humanos, libertad de conciencia, libertad de religión, respeto a los Derechos Humanos y no imposición de creencias religiosas a los demás liberando al Estado de buscar legitimidades religiosas y de aplicar unas convicciones religiosas de unos a otros.

Estas realidades, nuevas para Uruguay, pero no tanto para buena parte de occidente, van generando preguntas y respuestas por parte de distintas sociedades.

Es así, por ejemplo, que en Francia funcionó la Comisión Stasi que tuvo por objeto generar un informe acerca de cómo conjugar la emergente diversidad cultural y el derecho de expresión de sus creencias con la cultura local. También en el Canadá francófono se encomendó la realización de un trabajo conocido como el informe Bouchard-Taylor, con el mismo fin.

Las sociedades democráticas y por tanto pluralistas se vienen preguntando cómo conjugar los variados aspectos y tensiones que pueden entrar en juego con la presencia explícita y visible de la diversidad.

En 2014 tuvo lugar en Madrid el primer Congreso Internacional de Gestión del Pluralismo Religioso. En el mismo participaron expertos, estudiosos, políticos, gestores de la diversidad en distintos lugares como Londres, Toronto, o varias alcaldías españolas. Se expusieron experiencias, reflexiones, casos concretos y documentos como por ejemplo el Manual para la gestión municipal de la diversidad religiosa en España, entre otros.

Las experiencias presentadas en dicho evento, las acciones realizadas por las distintas sociedades, muestran la preocupación por la integración social de quienes viven en ellas. La alcaldía de Londres, ciudad multicultural por excelencia (solo el 32% de quienes viven en Londres son londinenses) se preocupa porque todas las confesiones religiosas presentes en la ciudad tengan el reconocimiento a sus creencias como derecho humano fundamental integrando a todos en el ser londinense “Londinenses somos todos” rezaba la consigna comunicacional promovida por dicha alcaldía cuando los atentados del 2005, intentando evitar la estigmatización de sus ciudadanos de creencia musulmana.

Podríamos decir que se pueden simplificar mucho y agrupar en dos los enfoques de cómo se está gestionando la diversidad religiosa en buena parte de los países occidentales, por un lado aquellos lugares donde los énfasis son la integración social, el reconocimiento del valor de las diversas culturas y creencias, la asunción de la diversidad en la esfera pública, donde lo estatal se compromete activamente con ese reconocimiento y por otro aquellos lugares donde el énfasis es segregacionista, donde importa más el Estado que los ciudadanos, donde se trata de imponer una visión hegemónica intentando sacar de la esfera pública la vivencia de dicha diversidad. En el primer grupo se encuentra la gran mayoría de los países occidentales, en el segundo prácticamente solo un país, Francia.

La diversidad cultural y religiosa recién ha llegado al Uruguay. Es muy nueva. Todavía no tiene un peso importante en cantidad de personas. Para nosotros es un fenómeno incipiente, del siglo XXI. Tenemos la oportunidad de hacernos cargo de ella reflexiva, inclusivamente, ampliando horizontes, poniendo énfasis en los derechos de las personas y preocupándonos por cómo atenderlos en su peculiaridad. No servirán para lidiar con ella las fórmulas del pasado.

Es una gran oportunidad conjugar la diversidad cultural y religiosa, su expresión y reconocimiento con valores que hemos desarrollado como la libertad de conciencia y la no imposición al Estado o por parte del Estado de ninguna convicción religiosa y hacerlo en perspectiva de futuro. El desafío es continuar construyendo una sociedad pluralista en los parámetros y condiciones del tiempo actual. 

 



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