La profunda pobreza es evidente a lo largo y ancho de este pequeño país. El 60% de los nepaleses vive de la agricultura de subsistencia. Apenas tienen para comer con lo que producen. Trabajan la tierra de forma tradicional, con animales y arados de madera.
En Nepal, la hoz y el martillo no son un simple símbolo en la bandera comunista. Son las herramientas con las que todavía se siega el trigo y se pica la piedra. A la pobreza y el atraso económico se suman las condiciones casi feudales y patriarcales de la sociedad.
Es por eso que la simpatía que despertó la aparición en 1996 del “Ejército de Liberación Popular” parece fácil de comprender. Desde entonces, y tras 10 años de guerra de civil y tres de irrupción en la escena política, el movimiento maoísta nepalés no ha parado de crecer.
Campamento maoísta
Son las tres de la tarde de un domingo de julio, día hábil en Nepal y un día más en este campamento maoísta. Alguien señala la curiosidad de que la camioneta que nos traslada lleve pegado un cartel que dice “Turistas”. Los soldados no están acostumbrados a recibir visitas, pero la necesidad de presionar y que el mundo conozca su situación nos abre las puertas.

Shaktikhor, uno de los campamentos instalados para soldados maoístas en Nepal. (Foto: Valeria Luzardo)
Shaktikhor es uno de los seis campamentos instalados para albergar a los soldados maoístas que lucharon en la “Guerra del Pueblo”. Entre 6.500 y 19.500 soldados maoístas –la cifra es fuente de controversias y especulaciones- permanecen en éste y otros seis campos de entrenamiento a la espera de una definición sobre su situación. El partido reclama que se los --integre al ejército de Nepal, tal como estaba dispuesto en el acuerdo que trajo la paz a Nepal.El campamento se parece a un cuartel militar. Pero hay una gran diferencia: no se ven armas. Las Naciones Unidas las mantienen bajo custodia en contenedores. Los 4.000 soldados que viven acá –según cifras del propio ejército maoísta- solamente tienen permitido acceder a sus armas una vez a la semana para limpiarlas.
La vida en el campamento
Desde hace dos años y medio, los soldados cumplen la misma rutina. Se levantan cada día a las 5.30 de la mañana, desayunan, cumplen el entrenamiento físico y después del almuerzo se reúnen en las salas comunitarias.
Esas áreas comunes del campamento están adornadas con afiches con las caras de Marx, Engels, Lenin, Stalin y Mao. En la biblioteca, un manual para curar heridas de guerra comparte espacio en la repisa con otro para aprender diseño gráfico por computación.
A pesar de que el factor ideológico no es lo más relevante para los maoístas, el nivel de adoctrinamiento es muy alto. Ante cada pregunta, los soldados responden con la misma fórmula. Palabras como “opresión”, “justicia” y “liberación” se repiten una y otra vez.
El objetivo final de la revolución marxista en Nepal es abolir la propiedad privada. Algunos reconocen que en este mundo globalizado eso es casi una utopía y bajan las pretensiones. Los soldados que viven en este campamento cuentan que se unieron al movimiento para luchar contra la injusticia social y una estructura que consideran muy opresiva.
Sabina es una de ellos. No sabe si tiene 23 o 24 años, pero recuerda que hace 10 que se unió al ejército maoísta. Respetando el principio de igualdad que rige en el movimiento, participó en todas las operaciones militares codo a codo con sus camaradas hombres. Como ella, otras 4.000 mujeres lucharon durante la “Guerra del Pueblo”, algunas de ellas lo hicieron embarazadas..
Bomba de tiempo
La controversia sobre la cantidad de soldados que forman parte de este ejército parece ser un tema menor si se considera la amenaza que representan para el proceso de paz. El gobierno de Nepal ha tratado de apurar una solución para resolver la situación de estos jóvenes y evitar la reaparición de violencia.
Los obstáculos son tanto políticos como económicos. El Ejército regular es una de las instituciones más conservadoras de Nepal, en la que solo miembros de las castas superiores ocupan posiciones de importancia. A eso se suma la falta de recursos para pagar más sueldos de soldados o financiar la reinserción de los guerrilleros –muchos de ellos analfabetos- a una sociedad en la que la tasa de desempleo llega al 42%.