Humillado, goleado y eliminado

Atlético Nacional de Medellín goleó a Peñarol 4 a 0 y, más allá de la chance matemática, lo eliminó de la Libertadores. Lo del aurinegro es desesperanzador. Resulta imposible suponer cómo revierte esto. Es un alma en pena, que se arrastra por el campo y al que no se le cae una idea.

Actualizado: 15 de marzo de 2016 —  Por: Diego Muñoz

Las decisiones tienen consecuencias. Y las consecuencias están a la vista. En un rapto caprichoso, para congraciarse con parte de la hinchada y luego de un clásico de verano, Juan Pedro Damiani tomó la decisión de echar a Pablo Bengoechea. Puso la cara el gerente deportivo, Juan Ahuntchain, que también por estas horas debe hacerse varias preguntas.

Damiani trajo a Jorge Da Silva para apuntar a la Copa. Pero la mira le quedó demasiado baja. Peñarol juega menos y obtiene peores resultados que con Bengoechea. Es una hipótesis incomprobable cómo estaría Peñarol hoy si no hubiese cambiado el técnico. Lo que sí quedó claro en este corto período de tiempo es lo que la sensatez indicaba cuando se tomó la decisión: cambiar al técnico nunca solucionaría los problemas. Por el contrario, los agravaría.

Peñarol está mal. Pero mal en serio. Se despide de la Libertadores con una humillación de local. Por más buen juego que tenga Atlético Nacional, nunca el equipo de Da Silva fue un rival digno. Un colador en defensa, sin marca en el medio, escuálido en ataque. La confusión es tan grande, el desorden tan evidente, que ya nadie puede sobresalir de una mediocridad colectiva pavorosa.

Ya no se sabe a qué juega Peñarol. Peor aún, no se sabe a qué intenta jugar, en el caso de que intente algo. Entonces la planificación se vuelve confusa, la idea a llevar a cabo resulta inentendible. ¿Qué quiere Peñarol? ¿Ser un equipo ofensivo? Pues no lo es. ¿Qué intenta? ¿Defender con firmeza, ser un equipo corto y dañar cuando recupera la pelota? Pues no lo logra. ¿Qué circuitos de juego prioriza? ¿Las asociaciones por los extremos o el juego interno? Pues no resulta ni una cosa ni la otra.

Los jugadores adentro y el técnico afuera se sienten vulnerables ante cualquier rival y eso agrava el panorama. Viven en un estado de nervios que se agudiza a medida que pasan los minutos y más si no está Diego Forlán, el único capaz de agitar la rutina por sí mismo.

Atlético Nacional le dio un baile vergonzante a Peñarol. Lo humilló, lo goleó y lo eliminó.  Por más que mantenga una chance matemática, todos saben que la próxima fase es una utopía. El equipo no da señales de recuperación. Todo lo contrario, cada día se derrumba un poco más.

Da Silva armó el equipo sin los lesionados Forlán, Guillermo Rodríguez y Carlos Valdez pero también dejó fuera del banco a Maxi Rodríguez. Con una defensa improvisada, un mediocampo que jamás pudo cumplir con la función de contener al adversario y sin agarrar la pelota, el juego fue un martirio para Peñarol.

En la primera que llegó Atlético Nacional, Copete se filtró por el medio, recibió un pase profundo y definió ante la salida de Guruceaga. Iban apenas ocho minutos y la sensación en el Estadio fue que ya era irremontable.

Los colombianos manejaron el balón con mucha capacidad. Son ágiles, intensos, criteriosos. Como en Medellín, Peñarol corría sin ton ni son detrás de una pelota que no agarraba casi nunca y cuando lo hacía no se le caía una idea para atacar con peligro.

Atlético Nacional rotaba la pelota lejos de las áreas, empezaba la jugada de nuevo cada vez que se ensuciaba el ataque, progresaba en conjunto. Sin jugar al máximo de sus posibilidades, las diferencias conceptuales resultaban abismales a favor de los visitantes.

Sobre el final del primer tiempo Bocanegra ejecutó con maestría un tiro libre que colgó del ángulo y ahí se terminó el partido.

Tras volver al campo luego del entretiempo, el Atlético Nacional decidió tomarse un rato más de descanso y Peñarol, que salió con Affonso por Murillo, aprovechó para acercarse por primera vez con peligro al arco de Armani. El equipo puso empeño y la gente impulsó desde las tribunas.

Pero luego de los 20 minutos las cosas volvieron a su lugar. Los colombianos retomaron el control del juego, se apoderaron del balón y Peñarol no tuvo respuesta. Ni un solo jugador visitante desentonaba en un equipo capaz de adormecer al rival con la tenencia de balón y cambiar de ritmo a una velocidad infrecuente.

Ya estaba Marcel Novick en la cancha en lugar de Tomás Costa cuando llegó el tercero a los 82 en un contragolpe a la velocidad de la luz que definió Orlando Berríos. Mientras la mayoría de los 25 mil hinchas se levantaban y se iban Luis Carlos Ruiz puso el cuarto al picar la pelota por sobre Guruceaga a los 85.

Da Silva llegó con un discurso ilusionante. “Quiero un equipo protagonista, agresivo, dinámico”, dijo el día que fue presentado. Con el pasar de los partidos los planes cambiaron. “Habíamos priorizado hasta ahora a jugadores de buen pie, pero vamos a apostar a un Peñarol diferente”, dijo tras empatar frente a Sud América. “De este momento se sale con hombres”, declaró luego de perder en Medellín. Habrá que ver qué sigue. Por lo pronto, al equipo le queda el modesto Uruguayo. Una vez más la Copa se hizo añicos.