Su imagen es reconocible por cualquiera que haya ido a una cancha de básquetbol o haya mirado un partido alguna vez en su vida. El “Bicho” como un perro de presa para marcar e incomodar al rival. Lucha, cae, se levanta. En ataque se desmarca y la pide para lanzar, sobre todo si la bola pesa.
Cinco Federales, dos Ligas y un Metro a nivel local y 13 años defendiendo a la selección, con la que consiguió los últimos dos títulos sudamericanos en 1995 y 1997.
“Yo nunca me destaqué por mis condiciones para jugar sino por lo físico. Podría haber sido cualquier cosa porque era atlético. Después, todo lo otro fue fruto de la dedicación y el empeño. Hay un 20 por ciento de talento y un 80 de transpiración. Vi muchos talentosos que quedaron en el camino”, dice Silveira a Contragolpe.
La noche anterior a la charla con Contragolpe anotó 27 puntos en el triunfo de Stockolmo sobre Atenas. Sus números fueron siete de ocho en triples, uno de dos en dobles y cuatro de cuatro en libres. Además, jugó casi 33 minutos. Todo con 45 años.
“La cabeza gobierna el cuerpo. Y si la edad hace que el cuerpo sea más perezoso, la cabeza tiene que tener un trabajo mayor. Ponerte en la cabeza que los dolores pasan. El que va a esperar que no tenga dolores que se dedique a otra cosa. Tenés que ver cuáles te pueden generar una lesión y cuáles no para luego superarlos constantemente. Yo tendría la licencia de decir que hoy no entreno por algún dolor. Pero al único que me perjudica es a mí. Nadie pierde más que uno si no entrena”, cuenta el jugador.
Silveira aclara, por si hiciera falta, que juega “por placer, no se puede decir siquiera que es por plata sino por la pasión por el deporte”.
“Estoy disfrutando como nunca de jugar. Mucho más que en otras épocas incluso en las que conseguía títulos. A lo largo de mi carrera pasaron temporadas y equipos, pero esta simbiosis entre jugadores, técnicos, dirigentes e hinchas que hay en Stockolmo se da pocas veces”, explica.
También hay otro motivo para disfrutar. “Sé que son las últimas y estas cosas que se viven en la cancha no se viven en otro ámbito”, cuenta.
Además, se da el gusto de jugar en el equipo que lo vio nacer y del que es hincha su familia. “Siempre digo que no hay mejor manera de decir las cosas que mostrarlo. Mis hijos lo ven. Hoy de mañana mi hija me dejó un mensaje fantástico. Ella está en facultad a punto de recibirse de maestra. Me escribió 'No me imaginé que te fuera a ver jugar en Stockolmo y de esta manera. Es una alegría que te sigas tirando de cabeza, como hacías cuando empezaste'. Mis hijos más grandes van a la cancha, mi hija chica ve que el papá se ganó la vida jugando al básquet. Esos son los pequeños motores de uno”, dice.
Una vida de “aprendizaje”
Silveira tiene desde hace un tiempo un emprendimiento familiar que atender. Eso le impide tener la atención solo en el básquetbol. “Estoy llegando medio sobre la hora a los entrenamientos. Pero una vez que te cambiás, es como una especie de juego de entrar en otra dimensión. Voy a disfrutar. Termino, me pego un baño y me voy feliz”, cuenta.
En su carrera Silveira aprendió que “a veces se gana y las otras se aprende”. Tiene claro también que “cada uno elige su destino” y se lo explica a los más jóvenes. “Espero el momento y les hablo. Luego cada uno elige si se quiere prender”, cuenta.
Él eligió su destino. “Por el básquetbol tuve que resignar mi otra pasión, que era la Medicina. Había hecho la mitad de la carrera, tenía todos los exámenes salvados y tuve que renunciar”.
Una de sus frases siempre fue: “Si tenés un sueño tenés que pagarlo. Lo comprás en el momento que lo soñás pero te lo entregan cuando pagás la última cuota. Tenés que sacrificarte por esto”.