A Peñarol le pasó lo mismo que le sucede a todos los equipos uruguayos en Libertadores o Sudamericaba. Llegó sin rodaje al debut y busco superarlo de la mejor forma posible. Con concentración y orden, se las ingenió para enfrentar a un rival limitado.
Se vuelven los de Da Silva con un resultado auspicioso. El técnico buscó armar un equipo veloz por las puntas, con buen trato de pelota en el medio y profundo en el área rival. Este último ítem falló. No estuvo fino Murillo y menos aún Ávalos, quien lució rústico durante toda la noche.
Empezó mejor el Carbonero con Dibble en buen nivel. Su velocidad y su astucia para maniobrar le dieron al equipo una alternativa para la transición.
En el medio, se imponía Rodríguez y por izquierda intentaban conectar Maxi Olivera con Luis Urruti.
Luqueño dependía en exceso de Marín, un buen jugador mucho más preocupado en el lucimiento personal que en el equipo.
El partido, que comenzó con intensidad, se fue apagando hasta que se volvió monótono. Un par de acciones de Dibble sacudieron la modorra hasta que, sobre el final del primer tiempo, Luqueño llegó con peligro y estuvo a punto de marcar. Guruceaga evitó dos veces el gol del local.
La primera media hora del segundo tiempo también fue pobre. Agrupado en el fondo, Peñarol le cerró los caminos a Luqueño, que no tenía ideas para atacar con peligro. Pero los de Da Silva estaban demasiado lejos del arco de Aquino.
Cuando Da Silva sacó a Murillo y puso a Nández quedó la sensación que el técnico firmaba el empate. Sin embargo, Peñarol se adelantó con mayor precisión y generó las dos jugadas más claras de gol.
Costa y Nández repartieron el medio, Dibble quedó por derecha, Rodríguez por el medio y Albarracín, que ingresó por Urruti, por izquierda. Arriba quedó Ávalos. Con el 4-3-2-1, el aurinegro dañó y pudo ganarlo.
Ahora todo se decidirá en el Campeón del Siglo y a Peñarol le bastará con la victoria para avanzar.
