Un libro con viaje incluido

Los hermanos Nicolás y Germán Kronfeld publicaron su libro “A la Vuelta. Dos hermanos por el mundo” en el que reviven los 1.117 días de su singular viaje por cuatro continentes.

Actualizado: 21 de noviembre de 2017 —  Por: Redacción 180

Un libro con viaje incluido

A la Vuelta (Todos los derechos reservados)

Nicolás y Germán se fueron de viaje por el mundo el 21 de julio de 2013 sin saber nada de lo que les pasaría desde ese día hasta hoy. No sabían que les esperaba una recorrida de más de tres años ni que al volver a Uruguay podrían visitar casi cada rincón de nuestro país. Tampoco sospechaban que esta historia acabaría plasmada en el libro que publicaron recientemente y que presentan este miércoles.

El libro “A la Vuelta. Dos hermanos por el mundo” recorre el viaje (físico y mental) de estos dos uruguayos. En ese tiempo, buscaron caminos alternativos para acceder a las historias más reales y jugosas de cada país. Así fue que eligieron atravesar en moto el desierto de Mongolia y fueron huéspedes de los nómades que lo habitan, recibieron aplausos del público como estatuas vivientes en las calles de Australia, convivieron con musulmanes en Malasia, cocinaron con una anfitriona rusa sin necesidad de hablar, escucharon a sobrevivientes de guerras, y se toparon con paisajes de extrema belleza y situaciones de franco horror.

Nicolás y Germán recorrieron miles de kilómetros a dedo y a pie, en trenes de última generación y de antiguo hacinamiento, en ómnibus destartalados, en aviones baratos, en autos lujosos y en medios de transporte más folclóricos, siempre intentando conectarse con la gente local y acompañados de manera virtual por personas de todo el mundo a través de sus redes sociales.

Su viaje, su forma de vivirlo, sus reflexiones y sus experiencias impiden que el lector quede indiferente. Y es casi imposible que no den ganas de armar la mochila, desenchufar la heladera, cerrar con llave la puerta y salir al mundo.

La presentación de "A la Vuelta" será el miércoles 22 de noviembre a las 19 horas en el Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV) en Tomás Giribaldi 2283.

Cuatro adelantos, dos países

Los autores compartieron con 180 algunos pasajes de su libro.

“Vamos al mercado que rodea la estación. Abundan las frutas, verduras y granos. También hay puestos de accesorios para celulares, algunos de ropa y en la mayoría cuelgan unas tiras, como si fueran guirnaldas. Son sachets individuales de champú y crema de enjuague, la prueba de que muchos filipinos tienen plata para una ducha y no saben si tendrán para la próxima”.

“Patar Beach es un balneario poco famoso de Filipinas. Sus habitantes viven de criar gallinas, manejar triciclos y servir turistas pero sobre todo, viven mal, muy mal. Casas con techos de paja o lata, paredes vulnerables, saneamiento para algunos, hacinamiento para todos. Vida al sol y sin mucho desafío: el destino oscilará entre morirse de hambre o sobrevivir con hambre. Los niños de Patar vuelven de la escuela, agarran un canasto y salen a vender. Andan solos, a riesgo de que un vehículo no los vea o la corriente del océano se los quiera quedar, librados a la suerte de que vuelvan a casa sobre la noche”.

“En la estación, un altoparlante anuncia que nuestra partida se retrasará 15 minutos y que nos mantendrán informados. A partir de entonces, vemos lo que vemos. La definición de caos. Miles de personas con bultos gigantes y amorfos –bolsas de tela, canastos de mimbre, valijas de cuero–, un par de chanchos embarrados que husmean la basura, cientos de mujeres que venden chucherías sobre unas mantas y mucha gente que merece ser descrita de manera individual. Por ejemplo, esos dos niños que rondan los diez años y vienen corriendo hacia nosotros para hacer muecas delante de la cámara. Sus camisetas están renegridas y rotas, sus pelos tiznados, su cuerpo delgado y chico. Sin embargo, sonríen. Revuelven basura, chapotean sobre agua estancada, conviven con ratas y se rasguñan las espaldas al pasar por ese espacio chiquito entre el vagón y las cañerías. Mendigan, ponen cara de pobrecitos, se pierden. Sin embargo, cada tanto juegan carreras o reciben un caramelo o tienen ganas de reírse a carcajadas y se ríen”.

“Hace cinco minutos que estamos en India y hay ruidos, colores y olores por todos lados. Entramos a una fiesta para los sentidos. El viaje sigue, los ojos no alcanzan para procesar todo lo que vemos y de repente ¡pum! Algo estalla contra el parabrisas del taxi en el que vamos. Inmediatamente bajamos la cabeza y nos pasamos los brazos por la nuca, estamos muy asustados. Le preguntamos al chofer y nos dice que fue una naranja, que la tiró un niño y agrega algo que marcará el resto de nuestro días en este país: ‘Nada es imposible en la India’”.

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