Hacia finales de 2016 no faltaban agoreros en el mundo angloparlante. Con la asunción de Donald Trump en Estados Unidos, la incertidumbre desatada por el voto pro-Brexit en el Reino Unido y el término ‘post-truth’ utilizado ad infinitum para analizar la volatilidad del electorado y el triunfo del populismo, parecía que el dominio global de la alianza anglosajona se acercaba a su fin.
Theresa May fue la primera mandataria internacional en visitar la Casa Blanca en enero de este año, con el objetivo de revigorar la alianza trasatlántica y convencer a Mr. Trump de pensar en un tratado de libre comercio entre ambos países. El encuentro fue auspicioso, pero este coincidió con el anuncio de la polémica orden ejecutiva que prohibía el ingreso a los Estados Unidos de ciudadanos provenientes de seis países de mayoría musulmana. La inhabilidad de la Primer Ministra de condenar esta decisión de forma inmediata significó que millones de británicos inundaron las calles para protestar por lo que ellos veían como la aceptación tácita de una ley con tintes islamófobos. Mrs. May rápidamente se habrá percatado de que cualquier acercamiento a Mr. Trump involucraría un costo político en casa.
(Foto: Alisdare Hickson - Wikimedia Commons)
Un posible acuerdo de libre comercio entre ambas potencias era visto como la noticia que soplaría las velas de un barco pro-Brexit que se encontraba a la deriva, ya que el año comenzó con la misma desinformación que caracterizó al 2016. “Brexit means Brexit” (Brexit significa Brexit) era la tautología favorita de la Primer Ministra, que dejaba a periodistas y analistas perplejos, pero la mantenía más de veinte puntos por delante del laborismo de Jeremy Corbyn en las encuestas. La baja popularidad del líder laborista, así como los constantes motines del ala derechista de su partido, lo ponían en una situación donde su liderazgo parecía asegurar la hegemonía conservadora.
Durante sus vacaciones por Pascuas, la Primer Ministra realizó una larga caminata en la campiña galesa donde decidió que iba a llamar a elecciones anticipadas. Habiendo asumido su posición luego de que David Cameron renunciara de forma prematura al perder el referéndum, Mrs. May declaró que necesitaba la aprobación del pueblo a su nuevo programa de gobierno que propondría un ‘Hard Brexit’ (Brexit Duro): salir del Mercado Común, la Unión Aduanera y escapar a la jurisdicción de la Suprema Corte Europea. A pesar de su loable declaración, la tentación de obtener una mayoría parlamentaria histórica y posiblemente causar un quiebre definitivo entre las dos alas del laborismo estaba a la vista de todos.
La corta campaña electoral se vio marcada por un número de tragedias consecutivas que aún no han terminado de sanar. Poco después de que Khalid Masood atropellara a decenas de transeúntes en Westminster Bridge el 22 de marzo, el ataque más doloroso del año tuvo lugar en Manchester durante un concierto de Ariana Grande cuando veintidós personas murieron y más de doscientas sufrieron heridas. El 3 de junio ocho comensales perdieron la vida luego de que tres hombres armados con cuchillos ingresaron a un popular centro gastronómico en Londres, Borough Market, y comenzaron a atacar inocentes.
En este estado de agitación las elecciones más extrañas de las últimas décadas tuvieron lugar. Mrs. May derrochó su ventaja de más de veinte puntos y perdió su mayoría parlamentaria, mientras que Mr. Corbyn mejoró el voto laborista significativamente y se asentó como líder indiscutible, a pesar de haber perdido. Esta elección marcó un regreso a un sistema bipartidista, con los dos partidos tradicionales repartiéndose la mayoría de los votos (42% vs 40%) y los partidos menores perdiendo terreno –una anomalía en la Europa actual–. Los conservadores lograron mantenerse en el poder gracias a una coalición informal con un partido norirlandés, el DUP. A cambio, Irlanda del Norte recibió nada menos que mil millones de libras extra para su presupuesto.
El elemento crucial que emergió de los resultados fue la percepción de ambos líderes invertida. La incomodidad de Mrs. May al interactuar con el público y la prensa significó que el apodo que le fue investido por John Crace en el Guardian para capturar su estilo robótico –the Maybot– instantáneamente se viralizó. Por otro lado, la chabacanería de Mr. Corbyn energizó a una generación de jóvenes que lo pusieron en el pedestal propio de un rockstar, coreando su nombre de norte a sur.
Esta elección fue vista como la ‘venganza de los jóvenes’ –que acudieron a las urnas en proporciones que no se veían desde 1992– para protestar por un Brexit impulsado por las generaciones mayores (dos tercios de aquellos sobre 65 años votaron para salir de la Unión Europea). La ironía, claro está, es que el nuevo héroe de los jóvenes, Mr. Corbyn, no ha adaptado la postura anti-Brexit que se esperaba de él. En un país donde las diferencias de clase y región han funcionado como confiables pronosticadores de la intención de voto, el conflicto inter-generacional es hoy el marco fundamental para entender al electorado británico.
En medio de esta conmoción, una Primer Ministra debilitada tuvo que lidiar con lo que muchos consideran como la peor tragedia del año: el incendio de un bloque de apartamentos de vivienda social en el barrio de Kensington en Londres, Grenfell Tower, donde 71 personas perdieron la vida y cientos su hogar. Lo que colocó al incendio en un nivel distinto a los atentados fue la evitabilidad de semejante pérdida. El hecho de que esto pudiera ocurrir en uno de los barrios más opulentos de una de las capitales más ricas del mundo fue visto por algunos como un símbolo de las grandes desigualdades que dividen a la sociedad británica. Parafraseando la icónica novela de Charles Dickens, ‘Historia de dos Ciudades’, se habló de esta desdicha como una historia de dos Londres, la de los ricos y la de los pobres.
(Foto: AFP)
En noviembre ambos partidos debieron lidiar con denuncias de acoso sexual entre sus filas cuando los ecos de las alegaciones que terminaron por hundir a Harvey Weinstein reverberaron nada menos que en el Palacio de Westminster. Dos ministros conservadores, Michael Fallon y Damian Green, renunciaron luego de verse involucrados en diferentes acusaciones, mientras que el laborismo aún investiga alegaciones realizadas contra algunos de sus parlamentarios.
Luego de duras negociaciones entre el ministro del Brexit, David Davis, y su antagonista por la Unión Europea, Michel Barnier, el año cerró con un moño positivo. Ambas partes acordaron que el Reino Unido saldaría sus deudas por un monto cercano a las 40 mil millones de libras, los residentes europeos en el Reino Unido mantendrían la amplia mayoría de sus derechos actuales, y no habrá una frontera dura ente Irlanda e Irlanda del Norte. En 2018 se abrirá la segunda fase de las negociaciones cuando ambas partes discutirán qué tipo de relación comercial tendrán una vez que el Reino Unido salga oficialmente de la Unión Europea el 29 de marzo de 2019.
De todas formas, sería irrisorio sugerir que el país entero está detrás del Brexit. El año se vio marcado por diversas marchas y protestas a favor de la Unión Europea, y algunas encuestas sugieren que un número creciente de votantes laboristas desean que Mr. Corbyn adopte una postura anti-Brexit.
(Foto: AFP)
Al norte de la frontera el Partido Nacional Escocés liderado por Nicola Sturgeon perdió tracción en las elecciones y su sueño de un nuevo referéndum independentista parece haber quedado sepultado en un cajón. Irlanda, por otro lado, acaparó los titulares internacionales cuando vio la asunción del primer líder homosexual de su historia, Leo Varadkar.
Como corresponsal sobre política británica para Portal 180 y No Toquen Nada, es fácil terminar percibiendo a la sociedad británica a través del lente de sus políticos y periodistas. Pero aquel cliché infinitamente repetido de que la clase política es una representación metonímica de sus ciudadanos es uno que he aprendido a cuestionar. No será un discurso, un debate o un editorial lo que recordaré sobre este año. En mi memoria resaltará cómo los británicos desafiaron las alarmas de terror y recibieron a Ariana Grande de nuevo en Manchester pocas semanas después del atentado, para disfrutar del concierto interrumpido y recaudar dinero para las familias de las víctimas. Esa resiliencia estoica del “Keep Calm and Carry On”, tan bien encapsulada por Christopher Nolan en la fantástica Dunkirk, parece despertarse instantáneamente frente a la adversidad, tal como ocurrió en el Blitz o los atentados durante la partición irlandesa. A diferencia de lo ocurrido en otros países europeos, los atentados no dieron cabida al crecimiento de partidos que coquetean con la islamofobia, ya que UKIP –un partido que propuso la prohibición del burka durante la campaña– obtuvo solamente el 1.8% de los votos.
Luego de un año desgastador, y con una población que continúa dividida por un referéndum que revivió rivalidades latentes en el país, hay razones para ver el vaso medio lleno. El nuevo pragmatismo del gobierno a la hora de negociar el Brexit, el anuncio de la próxima boda real, el Nobel obtenido por el escritor británico Kazuo Ishiguro, y cierta expectativa generada por una cómoda clasificación al Mundial de la mano del infalible Harry Kane, hacen pensar que los británicos habrán brindado el Año Nuevo con mayor optimismo que lo hicieran hace un año. Pero siempre con mesura, ya que una cuota de pesimismo es inherente a su filosofía de vida.
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