Durante siglos, estos grupos de ganaderos itinerantes recorrían libremente Asia central y del Sur, para dejar sus rebaños entre ríos de aguas cristalinas y montes nevados. Pero la geopolítica alteró sus vidas con el trazado de fronteras en el siglo XIX y los conflictos del siglo XX.
Antes eran libres como el viento. Ahora están atrapados en el "corredor de Wakhan", un territorio de 350 km de largo en el nordeste de Afganistán, enclavado entre Tayikistán, China y Pakistán.
Un lugar inhóspito: 10.000 km2 de cimas y valles a 4.000 metros de altitud, donde es imposible cultivar debido a la temperatura, a menudo bajo cero.
"Somos afganos accidentales", asegura Jo Boi, un jefe enclenque que ignora su edad. "No hemos elegido esta tierra, pero no tenemos ningún otro sitio adonde ir".
Unos 1.100 kirguisos, según el gobierno afgano, sobreviven a un lado de Bam-e-Dunya, conocido como "el techo del mundo". Los Wakhi, otra etnia más numerosa, habitan al otro lado del macizo.
El pueblo más cercano, Ishkashim, se encuentra a tres días a caballo o a lomos de un yak. Algunos senderos escarpados son tan estrechos que dan vértigo. El mínimo desvío puede costarles la vida.
Ninguna agencia gubernamental se aventura en Wakhan. No hay oenegés. Los kirguisos sólo tienen un colegio y carecen de centro de salud.
"Aquí lo normal es que a las madres se les mueran tres, cuatro o cinco hijos", afirma Tilo, un pastor que omite todo otro nombre. "La muerte es más frecuente que el nacimiento".
'Precipicio'
Una de cada tres mujeres muere por complicaciones después del parto y muchos niños no llegan a cumplir cinco años, afirma Jeff Walkes, director de Crosslink Development International, una oenegé con sede en Biskek, capital de Kirguistán, que intenta ayudarles.
"El mundo avanza en educación y cuidados médicos, pero los kirguisos de Wakhan son unos olvidados", estima. "Viven en un precipicio".
El corredor de Wakhan, en la confluencia de tres macizos montañosos en la punta occidental del Himalaya (Hindú Kush, el Karakórum y el Pamir) es una de las consecuencias del Gran Juego, como se conoce la rivalidad entre el imperio ruso y el británico en el siglo XIX en Asia central, con conflictos locales, maniobras diplomáticas y espionaje.
Esta franja de 60 km de ancho como mucho estaba destinada a ser una zona tampón entre las dos grandes potencias.
Durante siglos, los kirguisos sólo iban a Wakhan en el verano, explica Kate Clark, de la red de analistas afganos (AAN). Pasaban los inviernos en Kirguistán, en Tayikistán o en la región china de Xinjiang.
"Después de las revoluciones comunistas de 1917 (Rusia) y 1949 (China), muchos huyeron a Wakhan, prefiriendo el frío entumecedor a la colectivización forzada", cuenta. Con el tiempo se dieron cuenta de su error e intentaron subsanarlo.
En 1978, después de un golpe de Estado comunista en Kabul, los kirguisos, liderados por su jefe Haji Rehman Qul, cruzaron el paso de Irshad, a más de 5.400 metros de altitud, para ir a Pakistán, al sur del corredor. Cientos de ellos murieron por beber agua contaminada y los supervivientes regresaron, desesperados, a Wakhan.
'Morir joven'
Después de este episodio trágico, Haji Rehman Qul suplicó al gobierno estadounidense que los acogiera en Alaska, un territorio elegido por el clima propicio para los yaks. En vano.
Más tarde, Turquía concedió asilo a un pequeño número de kirguisos. Pero la mayoría se quedaron bloqueados en el corredor de Wakhan.
En Kirguistán no se les considera una prioridad, pero hubo iniciativas para favorecer la vuelta de los aproximadamente 22.000 kirguisos que viven en el extranjero, entre ellos los de Afganistán. Los de Wakhan casi no se beneficiaron de ellas.
"El gobierno kirguiso comenzó la repatriación. Algunas familias se fueron este año", afirma Jo Boi.
La embajada de Kirguistán en Kabul desmiente la existencia de esta política. Afirma que "las personas de etnia kirguisa (de Wakhan) son ciudadanos afganos" y que el gobierno kirguiso se limita a enviarles ayuda humanitaria.
Los que se fueron a Kirguistán lo hicieron por motivos educativos, afirmó a la AFP su encargado de negocios Uchkun Eraliev.
Los pastores seguirán por lo tanto en el corredor, muy a pesar suyo.
"¿A quién le gustaría vivir aquí?", se pregunta Tilo, que también sueña con ir a Kirguistán. "No tenemos elección. Aquí nunca llegamos a viejos, morimos jóvenes".
(AFP)