
A veces vuelvo la vista hacia alguna mujer con la esperanza de que me haga un gesto del tipo “ya está bien así” o "desparramá mejor acá", pero la gente no te ayuda. Los pasajeros no son solidarios ante un proceso de maquillaje. Sólo miran.
El delineador de labios es un momento tenso. Cuando termino de hacer la línea de arriba siento que hay aplausos reprimidos y tengo la certeza de que, para entonces, todos quieren ver el resultado final.
Esta mañana, casi todo fue como siempre. Me siento atrás del conductor, saco el maquillaje, me desparramo la base, todos me miran, viene el polvo compacto, la sombra, el momento del lucirme con el delineador y al final el rimel.
Pero hoy exageré, pequé de coqueta e intenté acercarme más al vidrio. Decidí pararme, con todo el público pendiente de las próximas pinceladas. Entonces el guarda se aburrió de la escena, no se bancó más el silencio y me ordenó: “¡Ya está! ¡Ya está! No se pinte más que ya está bien!”
“No me puede dar vergüenza a esta altura”, pensé. Le dije “muchas gracias” y me senté. Pero ahora creo que no quiso piropearme, sino robarme a mi público, porque él se puso a cantar muy fuerte y no hubo aplausos para mi rimel. Cuando me bajaba, como para redimirse, me gritó una solapada disculpa: “Los bombones no se pintan”.
(Ilustración: Oscar Scotellaro)