Fabián “Polo” Polosecki: viaje hacia el otro lado

El programa argentino El Otro Lado, conducido por Fabián “Polo” Polosecki, es señalado como la piedra angular de una forma de hacer televisión en el Río de la Plata. Tuvo un vida fugaz durante la primera mitad de la década del 90 pero atravesó el tiempo gracias a su formato y conducción: un periodismo de cercanías, íntimo, misterioso y del margen. En los últimos meses, los custodios de este material lo están haciendo público a través de YouTube. La noticia es un buen punto de partida para recordar vida y obra de Polo.

Actualizado: 18 de julio de 2018 —  Por: Redacción 180

Fabián “Polo” Polosecki: viaje hacia el otro lado

Fabián “Polo” Polosecki (Foto www.facebook.com/polosecki/)

Diego Zas
Especial para 180

En la escena, Polo y un maquinista, sentados en un vagón de tren, con sus pies colgando, hablan sobre el oficio. En realidad habla el maquinista, Polo apenas hilvana preguntas cortas y, sobre todo, clava sus mejores silencios. El montaje hace el resto. La charla deriva en aspectos menos pensados del trabajo.

“Ves personas que están paradas, están esperando un cruce de tren, y cuando ya estás a cinco metros lo ves que pegan un salto y se te para en la vía y decís ¡¿Otra vez!? Largá todo y esperá el golpe; y sentí el golpazo. ¿Y sabés los golpes que pegan? Es un golpe sordo. Cuando se quiebran los huesos se siente hasta la fractura del hueso. El ruido como si fuera una tabla que se parte. ¿Y eso sabes cómo te queda en el oído? Si vos vas sentado, y pisas el cuerpo de la persona con la llanta del coche, y cuando corta, vos sentís la vibración de la rueda en las nalgas. Y si estás parado, con el zapato en el suelo, en la suela mismo sentís el corte. Es tremendo”.

Este es, probablemente, unos de los testimonios más impresionantes de la televisión rioplatense. Tuvo como reacción el rostro levemente asombrado del interlocutor. Polo gesticula como si se tratara una conversación seria pero un tanto trivial. En ese mismo programa, que versaba sobre el tren como gran eje (ese era, a grandes rasgos el formato de El Otro Lado, ejes temáticos que unieran historias) el maquinista nombra el lugar donde más suicidas se habían tirado a la vía. En una rara excepción, los realizadores decidieron dejar fuera del programa ese fragmento de la nota. “Es como darle un manual de instrucciones a los suicidas”, habría dicho Polo que, tres años después eligió ese lugar para matarse.

El ascenso de Polo en el mundo de la TV fue extraño; poco convencional. En sus veinte militaba en el Partido Comunista (PC) argentino. Desde ahí atravesó los últimos años de la dictadura. Con la apertura se fue alejando del PC tras verle su costado menos copado: la aversión al rock, a las drogas y también un conocimiento más fino del lado oscuro de las experiencias socialistas en el mundo. Tipo inquieto y curioso, se metió en el periodismo y, tras escribir para algunos medios del partido, ingresó en Radiolandia 2000, una revista de alcance masivo, volcada al mundo del espectáculo y la farándula, con algún espacio para un periodismo más serio. Ahí conoció a Pablo de Santis, hoy un escritor consagrado, con quién trabajaría en los guiones de El Otro Lado y El Visitante.

Luego vino la experiencia en la revista Fierro, su aproximación al mundo de la historieta (pasión inoculada por su hermano) y después la experiencia en Sur, un diario de grandes aspiraciones financiado por el PC, en donde hizo escuela de redacción. La experiencia fue un tanto fugaz, duró lo que duró el papel que proveía la URSS y, con el desplome de la experiencia socialista, vino el desplome del diario. Polo se llevó, en garantía del despido, la máquina de escribir que luego aparecería en sus programas de TV.

Mientras se afianzaba en el oficio de periodista de diario vino el desembarco en la TV, en ATC, el canal del Estado, con una participación en Rebelde Sin Pausa, conducido por Roberto Pettinato. Polo tenía cinco minutos de aire para presentar unos pequeños informes que interesaron al director del canal de entonces, Gerardo Sofovich, que lo convocó para armar un programa propio que debutó en 1992 con impacto inmediato.

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El Otro Lado planteó varias novedades formales. Los ejes temáticos de cada programa eran presentados en un híbrido entre ficción y documental. Polo era Polo pero también era un guionista de historietas con un aire de investigador privado, tipo Mike Hammer, en busca de material para un nuevo trabajo. La voz en off (guionada por Pablo de Santis) se ocupaba de esa trama ficticia, apoyada por imágenes de Polo en su apartamento, por lo general enfrentado a la máquina de escribir. Las viñetas que oficiaban de separadores y conectores, de apertura y cierre de tanda, también eran apoyo para la ficción así como la música incidental, de percusiones extrañas y ese bajo tan de época, casi de sitcom pero destilando misterio. Y cada tanto, la voz de Tom Waits como para dejar bien claros algunos puntos de referencia.

Luego estaba el Polo que preguntaba, que se metía en lugares de acceso restringido con cámaras, generando climas difíciles de conseguir cuando se hace televisión.

Y como seña distintiva de su forma de encarar las entrevistas, los silencios El maestro de Polo, dicen, era Roberto Galan con sus entrevistas en apariencia llanas a mujeres que iban a su programa. Preguntas casi como comentarios y silencios que sacaban hasta la última gota.

En las entrevistas, Polo conectaba, por momentos, con la situación y la persona. Pocas veces parecía fingir estar en sintonía con el entrevistado como para que se abra un poco más. Por lo general se lo ve como un buen escucha, atento y enfocado aunque no trasluzca emoción. Las mas de las veces con un tono de voz neutro, que funge de primera ficha de dominó para que vayan cayendo respuestas. Y si la secuencia de caídas peligra, introducía silencios que hacía que tambalee y caiga la última ficha. Ahí estaba su magia. Dejaba unos segundos luego que terminaba la respuesta, como para ver si no quedaba nada. Ahí podía encontrarse con el tipo de persona que no soporta el silencio y termina diciendo lo que no quería decir o el que encuentra la confianza suficiente de alguien que parece atento a lo que dice.

El programa contaba con un trabajo de producción grande, de entrevistas previas realizadas por otra gente del equipo y un trabajo de cámara de gente que se nota estaba disfrutando lo que hacía.

Hoy, cuando se habla del trabajo de Polo en televisión se usa un término poco común para el medio. Se habla de la “obra”de Polo, como la de un pintor o un músico.

En el documental En la Vereda de la Sombra sobre la vida de Polosecki dan una buena definición del tipo de periodismo televisivo que había detrás de su obra. “Cuando hacés una investigación en gráfica, hacés una investigación en serio. Cuando haces una investigación en tele, haces una puesta en escena de esa investigación. Por única vez, Polo rompió el molde”.

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“No podemos transformar los tiempos de la gente a las necesidades de la televisión. La televisión tiene que acomodarse a los tiempos de la gente. Si no las actitudes que la gente tiene ante cámara son las esperables… que se ponen así, que mienten, que saludan. La pavada que produce la cámara. El hecho de instalar la televisión y el modo como se instala en un lugar es lo que genera el clima”, le decía Polo a la revista Malón.

El Otro Lado fue más que un programa. Fue un estado de ánimo. Una vez que se entra en la zona el consumo de cada capítulo se vuelve una experiencia que hay que repetir. Casi todos los capítulos generan ese estado particular, pero algunos sobresalen. Por ejemplo el que tiene como eje a la propia TV, con las notas en el lobby de un lugar de casting para extras, que parece un purgatorio, y la entrevista a las reidoras de Gasalla.

La lista de puntos altos es larga: el tachero que camina descalzo por el bosque de Palermo; una caterva de amigos de esquina, en Quilmes, a la que une el haber nacido con la misma partera; la facilidad con la que excéntricos millonarios le abren las puertas de sus casas y se dejan registrar hasta el hueso; las pesadillas del degollador; la vergüenza del que maneja el marrón; el paisano del pueblo Rosas; el vividor que vive con su madre.

En sus programas, Polo casi no habla de política, a pesar que hay muchas instancias donde la ocasión se presta para introducir esa dimensión en la charla. Ni siquiera en el programa dedicado a la política. Ahí el ojo lo pone en otros detalles, cuadros medios, militantes de base, asesores y un marino mercante que dice tener la estrategia para recuperar las Malvinas. “No me va mucho mejor. Pero se conoce gente”, dice Polo al arranque de cada programa.

Hay un capítulo sobre boxeo que captura la esencia del programa. Abre y cierra con la previa, el desarrollo y el post de una pelea de dos pugilistas de poco recorrido. Los sigue en el momento del pesaje, en los camerinos antes de la pelea. Y cuando ésta termina se va con el perdedor y queda a su lado mientras se saca los guantes, las vendas, el protector a la vez que mantienen un mano a mano hiperealista. Después si, va con el ganador. Ahí está la esencia de El Otro Lado.

Luego de la emisión por ATC (actual Canal 7) el crudo de los programas y los propios programas estuvieron guardados en la casa de la viuda de Polosecki, Viviana Gallardo, hasta que fueron incorporados al Núcleo Audiovisual Buenos Aires (NABA), donde fueron digitalizados.

Desde el 2005 a la fecha el NABA organizó varias proyecciones de programas, en centros culturales y salas de cine, con charlas de las personas que trabajaron con Polo en su realización. Finalmente, en 2018 el NABA comenzó a subir el total de los programas a su canal de YouTube.

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Las dos temporadas de EL Otro Lado ganaron el Martín Fierro a mejor programa periodístico y Polo ganó el premio revelación en la edición del 93. En el 95, el programa mutó en El Visitante, con un estilo similar. Sería lo último de Polo en TV.

En un par de años pasó de ser uno de los rostros más conocidos y respetados de la pantalla argentina a vivir la vida de un vagabundo. En sus últimos meses pasaba largas temporadas en Tigre, con compañías extrañas. Se había separado, tenía un hijo chico y, seguramente, algún problema más. El documental no deja claro cuáles fueron las causas del derrumbe abrupto.

Los que lo conocían recuerdan como dejó de tener conciencia del paso del tiempo; decía cosas sin sentido, tenía arranques conspirativos, paranoia. La descripción física era de manos muy cambiadas, aspecto dejado, barba y pelo largo.

Sin embargo, tenía momentos en que conectaba con la realidad, al punto que tuvo alguna oferta laboral más, que boicoteó.

El 3 de diciembre de 1996 se dirigió hacia Santos Lugares, aquel lugar mencionado por el maquinista de trenes como el preferido por los suicidas.

En aquella charla, casi un ensayo sobre los suicidas del tren, Polo aparecía con su expresión clásica, mezcla de apatía y éxtasis y poca presencia de sorpresa o desconfianza. Para evitar una apología del suicidio pidió que el nombre de Santos Lugares quedara fuera del programa. Se lo guardó para él y se tiró enfrente de un tren en marcha.

“Hay lugares que son como trampas”, dice Polo en off al comienzo del capítulo sobre el bar Flor de Mayo, refugio de veteranos cultores del tango. “Una música, un cartel, un rostro pueden servir de señuelo. Y después ya está, uno se queda ahí, atrapado. Al tiempo le sucede lo mismo, se estanca en ciertos rincones, y de allí no se mueve”. Con la obra de Polo sucede algo parecido. Ver sus programas es ver una fotografía de ese tiempo. Y también son una trampa. Generan un hechizo y cierto temor de no querer o poder moverse más de ese lugar, porque no puede haber nada más por ver o hacer. Especialmente para el que cree que no hay nada que supere a la realidad.