Las cicatrices de un anarquista en la isla de Flores

El paso de Simón Radowitzky por Uruguay y una imponente novela gráfica sobre su vida.

Actualizado: 07 de noviembre de 2018 —  Por: Maximiliano Guerra

Las cicatrices de un anarquista en la isla de Flores

Agustín Comotto/Nórdica Libros.

Entre 1904 y 1968 la isla de Flores recibió diversos grupos de presos.
Esa isla extraña y semiabandonada, a una hora y media del puerto del Buceo, supo ser la Alcatraz uruguaya, más por el aislamiento que por las condiciones de reclusión.

Por ella pasaron partidarios de Aparicio Saravia en 1904, opositores al golpe de Terra en 1934 y obreros de UTE durante las Medidas Prontas de Seguridad de Pacheco Areco en 1968.

Incluso hubo un plan fallido de trasladar a los tupamaros del Penal de Punta Carretas en 1971.

La isla recibió a proxenetas judíos y marineros nazis. Y a un mito del movimiento anarquista.

Buena parte de la historia del siglo XX se puede contar a partir de las cicatrices de Simón Radowitzky.

La primera le atravesaba la espalda. Se la dejó el sable de un cosaco durante una manifestación contra el zar en Ekaterinoslav, como entonces se conocía a la ciudad ucraniana de Dnipro.
Era 1904, Radowitzky tenía 14 años pero ya era metalúrgico y militante anarquista.

Suena a bautismo prematuro, pero el sable cosaco lo pudo marcar antes: a los 10 años estaba en el bosque cuando arrasaron Stepanitz, la aldea donde nació. El objetivo era deshacerse de los judíos.

Las siguientes marcas fueron las de las golpizas en prisión. Pero a diferencia de muchos de los que se levantaron contra el zar en la Revolución de 1905, Radowitzky no terminó en Siberia. Aún no tenía 16 años, la edad mínima para ser deportado. Después de 6 meses de cárcel era claro que su futuro no estaba en el Imperio ruso.

Sus siguientes cicatrices, las que determinarían el resto de su vida, lo esperaban en Argentina.

 


Agustín Comotto/Nórdica Libros.

El 14 de noviembre de 1909 Radowitzky, rodeado por la policía, se pegó un tiro en el corazón. O al menos lo intentó. La bala entró por el pecho y salió por la espalda.

Acababa de meter una bomba casera en el carro del Coronel Ramón Lorenzo Falcón, Jefe de Policía de la provincia de Buenos Aires.

Falcón había sido responsable de la masacre de plaza Lorea: en la marcha del 1° de mayo la policía cargó contra un grupo de anarquistas desarmados, dejando varios muertos y decenas de heridos.

Radowitzky había llegado a Buenos Aires un año antes. Su bomba mató a Falcón y a su secretario.

El destino era el pelotón de fusilamiento, pero otra vez lo salvó su edad: para que lo fusilaran tenía que tener 22 años, y Radowitzky tenía 18.
La pena alternativa no fue nada leve: cadena perpetua en el penal de Ushuaia, la Siberia argentina. Simón Radowitzky se convirtió en el preso 155.

 

“Mire su cuerpo. Este hombre ha estado en mil guerras” le dice un médico a un militar chileno en una de las viñetas de 155. Simón Radowitzky*, la poderosa novela gráfica de Agustín Comotto.

El cuerpo herido y tuberculoso de Radowitzky está a disposición de los militares chilenos, que lo van a devolver a Ushuaia después de un fallido intento de fuga por los canales de Tierra del Fuego. Llevaba 9 años preso, su regreso al penal de Ushuaia le garantizaba varios años más de aislamiento, torturas y enfermedades.

 

En sus ilustraciones Comotto recrea con emoción pero sin morbo las cicatrices que van moldeando la vida de Radowitzky. “Esta historia es como un tajo en diagonal por el siglo XX”, fue la frase con la que presentó su proyecto a la editorial española Nórdica, una novela gráfica que le llevó 6 años de investigación entre archivos y testimonios en diversos países.
La investigación no solo sirvió para el sustento histórico: 155. Simón Radowitzky es un prodigio visual que recrea los rostros y los escenarios de las aldeas judías de Galitzia, las ciudades de la Rusia zarista, los conventillos del Buenos Aires de principios de siglo, la desolación de Tierra del Fuego, el infierno del penal de Ushuaia, el penoso final de la Guerra Civil española y el exilio republicano en México.


Agustín Comotto/Nórdica Libros.

“Después del caso Sacco y Vanzetti fue el reclamo internacional pro liberación de un preso más importante del siglo XX” afirma Comotto en el epílogo.

Dos décadas en la cárcel del fin del mundo, bajo las peores condiciones imaginables, lo convirtieron en “El mártir anarquista”.

Pero lo que unió a Comotto con su personaje fue el hombre que en todo momento se negó a subirse al altar de los mártires.

 

Indultado y desterrado al mismo tiempo por un decreto del presidente Hipólito Yrigoyen, en 1930 Radowitzky llegó a Uruguay.
Ingenuamente quiso volver a Rusia, donde los anarquistas eran declarados enemigos del estado. En el documental Ácratas**, la escritora y pedagoga Luce Fabbri cuenta su sorpresa al conocer al mito de la acción violenta y la resistencia anarquista y encontrar a un hombre reservado y tímido, sobre todo con las mujeres.

Luego del golpe de Terra fue intimado a dejar el país por “indeseable”, pero siguiendo el consejo de Emilio Frugoni, abogado del movimiento, se negó para no sentar un precedente negativo ante futuras persecuciones políticas.

Radowitzky fue enviado a la isla de Flores en 1934. En pocos años pasó de la Siberia argentina al Alcatraz uruguayo.

 

155. Simón Radowitzky no incluye esa etapa, su paso por Uruguay es recreado en un diálogo en las trincheras aragonesas, durante la Guerra Civil española.
Es 1936, su cuerpo enfermo y lleno de cicatrices ya no sirve para el combate. Lo envían a la retaguardia. Es el peor momento para los anarquistas: asesinados por los fascistas pero también por los comunistas bajo órdenes de Stalin.

Trató de escapar a Francia, fue destinado a un campo de trabajo en la frontera y finalmente logró exiliarse en México, donde murió años después, con otro nombre, mientras trabajaba en una fábrica de juguetes.

 

Quizá el de isla de Flores haya sido su presidio más leve. Los presos tenían libertad de movimiento, incluso hay una foto de Radowitzky pescando que le envió a Salvadora Medina Onrubia, figura decisiva en su campaña de liberación.

Francisco Braga, un histórico funcionario de la isla, contó en una entrevista*** que solía jugar al ajedrez con Radowitzky. Siempre los acompañaba un guardia armado. Una noche, en medio de la partida, el guardia se quedó dormido con el Mauser cargado a su costado.

El mismo Radowitzky que arrastraba las heridas de los cosacos rusos y de los militares argentinos, el anarquista que hizo explotar a un Jefe de Policía y que desde los 14 años fue pasando de jaula en jaula, estaba frente a un fusil cargado y un guardia dormido.

Terminó la partida, despertó al guardia y le dijo: “Bueno, amigo, ya es hora de que me lleve de vuelta”.

 

*155. Simón Radowitzky (2016), Agustín Comotto. Editorial Nórdica

**Ácratas (2000). Documental dirigida por Virginia Martínez.

*** Historias y leyendas de la isla de Flores (1999), Eduardo Langguth y Juan Antonio Varese. Torre del vigía ediciones