Angie Oña en Ser humana: “No existe una función en la que la obra no me enseñe algo”

La actriz Angie Oña vuelve a interpretar a Sabina Spielrein en Tractatus. Este fin de semana son las últimas tres funciones.

Actualizado: 13 de marzo de 2019 —  Por: Mauricio Erramuspe

Angie Oña en Ser humana: “No existe una función en la que la obra no me enseñe algo”

Angie Oña como Sabina Spielrein en Ser humana (Difusión)

Angie Oña llegó a Sabina Spielrein por casualidad. Googleaba sobre Jung para interpretar un sueño que había tenido y llegó a la historia de una mujer que no conocía. Y no pudo creer que la ignorara.

Nacida en Rusia en 1885, Sabina comenzó a mostrar trastornos psicológicos desde niña. A los 16 años su familia la internó en Suiza, en una clínica donde conoció a Carl Jung, que fue su terapeuta, y a través de él a Sigmund Freud. No fue una paciente más. Tras una terapia de 10 meses logró su recuperación, comenzó a estudiar medicina, psiquiatría y así participó de los orígenes del Psicoanálisis.

Amante de Jung, muchas de las ideas fundamentales del Psicoanálisis le pertenecen, pese a que esto no fue reconocido hasta la década de 1970, cuando apareció un baúl con cuadernos con sus anotaciones. Ella había muerto en 1942, asesinada por los nazis.

Una vida trágica pero llena de realizaciones. Esto deslumbró a Oña que se metió en una investigación a fondo durante dos años. Tanto que el personaje se le terminó “metiendo el cuerpo” y se convirtió en una obra de teatro que estrenó en 2018 con gran éxito de público.

Ser humana es un unipersonal donde Oña logra un resumen completísimo de una vida llena de alternativas. Ella escribió la obra y el texto le calza a la perfección, pese a ser complejísimo. El drama del retrato está matizado con pequeñas situaciones de humor y una búsqueda permanente de complicidad con el público. Una experiencia muy recomendable, no solo para los interesados en la psicología. La intensa vida de Sabina y el impresionante trabajo de Angie agotan localidades desde su estreno.

Este fin de semana son las últimas funciones de una nueva temporada en Tractatus: viernes y sábado a las 21 y el domingo a las 20 horas. Luego la intención es llevar la obra a Buenos Aires, al interior del país y, si es posible, continuar con algunas funciones en Montevideo.

¿Cuál era tu relación con el psicoanálisis antes de dar con Sabina Spielrein?

Yo soy una apasionada de todo lo que estudia el bicho humano. Soy terapéuta en decodificación biológica, no ejerzo como tal pero estudié para conocerme mejor y para abordar el material escénico como docente. Me parece fundamental conocer nuestros mecanismos. Cuando vamos a actuar todo tiene que parecer muy simple pero es un entramado muy complejo que uno aborda para poder funcionar aquí y ahora, correspondiendo emocionalmente y psicobiológicamente al momento.

Para habilitar ese permiso a mí se me hizo imprescindible conocer un poco más de psicología, de psicobiología, de un montón de disciplinas que estudian al bicho humano, incluso para comenzar a detectar mis propias trampas, mis bloqueos.

En realidad todo lo que estudio lo llevo para ese lugar. Creo que la actuación es el hecho de comunicación por excelencia. Yo me entrené para eso y me considero una persona mucho más abierta en escena que en la vida.

¿Cómo es eso?

Claro, en escena estoy entrenada para permitir que las cosas me influyan, estar vulnerable. En la vida el ego me escuda mucho más, me defiende de algunas cosas. En escena, no. El entrenamiento fue justamente sacar capas y escudos para permitir que las cosas me afecten y poder corresponder a esa comunicación.

En el proceso de investigación sobre la vida de Sabina Spielrein, ¿cuándo te diste cuenta de que tenía que ser una obra?

En realidad apareció cuando estaba toda tomada (risas). Seguí estudiando, estudiando y llegó un momento en el que estaba en mi cuerpo. Mi cuerpo fue que me dijo que había que hacerlo en escena urgente, que tenía que sacármelo de encima. Ya lo había incorporado, fue una sensación física, una necesidad física.

¿Ya te había pasado eso en otro trabajo?

Esta vehemencia... no.

Vos tuviste un olvido de letra hace unos 10 años en escena que fue determinante y provocó una crisis profesional. Ahora esta obra tiene un letra impresionante, muy demandante. ¿Cómo te entrenás para eso?

En realidad estudié muchísimo la letra, la entrené a nivel inconsciente. Puedo estar haciendo cualquier cosa y diciendo la letra. Está muy metabolizada. Pero en realidad creo que lo que me ayuda muchísimo es haber estudiado a fondo todo lo que estoy diciendo y saber muy bien de qué es que estoy hablando. Eso es lo que más me ayuda a que todo fluya.

En la vida de Sabina Spielrein es paradigmático lo de la autosanación. Una paciente pisquiátrica, que estudia su propia enfermedad y termina curándose. Es un mensaje hoy que trasciende la piscología, la posibilidad de uno conocerse y sanarse.

Tal cual, para mí eso hoy en día es una información fundamental que hace a nuestro poder personal. Estamos muy desconectados de nuestra esencia. Nos enseñaron que hay otras personas que pueden sobre nosotros y todo eso hace que nos desconectemos de nuestra esencia y de nuestro eje, del verdadero potencial que tenemos. Muy poca gente sabe habitarse en silencio, conectar consigo misma.

Como decodificadora biológica yo creo realmente que cada enfermedad es el anuncio de algo reprimido, de algo no dicho, de una desconexión con algo de uno mismo que en su momento uno no pudo ver y que ya es momento de empezar a ver. La obra va mucho por ahí. Que el dolor más grande de tu vida puede ser la oportunidad de resignificar todo.

La obra está atravesada por el “amor a la vida” que tenía Sabina, a pesar de su peripecia tan trágica.

Ella era una militante del amor y no había nada que la derrocara. Su vida fue durísima. En su último trayecto había vuelto a Rusia después de la muerte de su mamá, Stalin mató a sus tres hermanos en un año, su papá se murió de depresión, el marido se muere de un ataque al corazón, el piscoanálisis estaba prohibido... y hasta el último momento no abandonó sus convicciones, su integridad. Más allá de las circunstancias externas ella sabía quién era.

En el prólogo de la obra hacés como una invitación a que el publico deje que la experiencia teatral suceda. Además, en varios momentos rompés la "cuarta pared" en una búsqueda de complicidad con el público. Me pareció que es como una reivindicación del propio lenguaje teatral, ¿no? La gente llega con muchos estímulos de ficción de otra índole y hay que renovar el compromiso de la experiencia teatral.

Eso fue buscado. El principio nos hace ir a todos a un tempo mucho más quedo. Estamos en esta locura que vivimos, con un tráfico espantoso, los estímulos audiovisuales tremendos, ahora vamos a jugar a bajar la pelota al piso. Vamos a ver qué pasa si hacemos esto por un rato. Por suerte, acompañan.

El reestreno un 8 de marzo fue coincidencia, por disponibilidades de la sala. Pero no deja de ser significativo, hay un mensaje fuertemente feminista en la obra.

Claro, fue muy simbólico y despertó muchas cosas en mí. De hecho es una obra que cada vez que la hago es muy fuerte porque resignifico algo. Yo que la estudié montones, la hice 30.000 veces, cada vez que la hago vuelve a cobrar sentido algo o hay una pequeña revelación. No existe una función en la que la obra no me enseñe algo. Es muy fuerte eso y creo que es gracias a esta mujer.