Especial

Internet: el desierto de lo virtual

Por Mónica Stillo.

Actualizado: 17 de noviembre de 2009 —  Por: Especial

Al interior de la red, no hay pobres. No tienen voz y no tienen presencia. Por lo tanto, son invisibles.

La brecha digital es el índice que muestra la diferencia entre los conectados y los des-conectados; se refiere básicamente al acceso desigual tanto a la red como a las computadoras. Según cifras del 2007 de la ITU (International Telecommunication Union) cada 100 habitantes del planeta sólo 22 hacen uso de Internet. Lo que deja a 78 personas cada 100 fuera de esta “gran revolución”.

En su 40 aniversario, el más joven de los medios de comunicación, el que parece haber cambiado aspectos básicos de la vida de las personas, no ha podido superar estas desigualdades. De hecho, más de la mitad de la población del planeta, los más pobres, no pueden siquiera realizar una llamada telefónica. El 65% de los actuales usuarios se encuentra en los llamados países desarrollados, pero allí también hay desequilibrios que dejan a los más desposeídos (especialmente a las minorías raciales, habitantes de áreas rurales y mujeres) fuera de todo acceso.

Los denominados “medios de re-presentación” (prensa, cine, radio y televisión) se hicieron cargo de incorporar a los sectores más vulnerables de maneras variables. La televisión, por ejemplo, les ha dado un lugar en los “talk shows” de la tarde, documentales, novelas y las noticias policiales. Ellos se encuentran allí en versiones más o menos patéticas, más o menos dignas, más o menos reales. A veces incluso, gracias a iniciativas democratizadoras, los ¨”desposeídos de imagen” han logrado expresarse desde sus condiciones y maneras de ver el mundo: radios comunitarias, cine participativo, diarios barriales.

Pero las “tecnologías de la presentación”, aquellas cuya dinámica comunicacional no se basa en representar la realidad (“producir un producto mediático” en la jerga profesional) sino en la generación de mensajes por los propios usuarios, los ignora. Des-conectados, anulados, fuera de la red, no existen.

Este mecanismo político de ignorar una parte sustancial de la humanidad (junto con sus padecimientos y condiciones de vida) es del orden de la exclusión y la exclusión es un movimiento de la violencia. El poder cuando se ejerce no anula, más bien incorpora, integra, ordena y define. Me dice quién soy y sobretodo qué tengo que pensar, desear y hacer… puedo racionalizar esta presión (invasión) sobre mi identidad, cuestionarla, resistirme y eventualmente generar alternativas o buscar espacios.

Pero si me excluyen del escenario, si no existo, “no soy y no estoy”, no tengo manera de resistirme. No tengo espejo donde mirarme o, más precisamente, no tengo espejo que romper. Podríamos proponer que esta es la condición más perfecta de la alienación del otro que hemos inventado.

Internet no es ese espacio democrático donde algunos podemos expresarnos sin la mediación de periodistas o corporaciones mediáticas, ese ágora de participación universal, como suele designarse. Lejos de esas utopías, la red se ha transformado en un mecanismo imprescindible para una ideología que anula las contradicciones de un mundo en decadencia y “hace de cuenta” que no existen.

Cuando desaparecen las diferencias y las contradicciones, se diluyen las injusticias. Ese símil-del-mundo que quiere ser Internet se establece como una red de pares, un club de barrio, de gente parecida a mí, con necesidades y expectativas similares, que viven experiencias en las cuales me puedo proyectar. El mejor ejemplo es ese gran escenario de la equivalencia que es FaceBook. La hegemonía se exilia en una virtualidad auto-referencial y autista.

Y en el mundo del afuera, en el mundo real, los excluidos reaccionan frente a la desconexión. Como una continuidad a esta violencia de la expulsión aparecen las bandas, mafias, tribus, sub-culturas. Grupos para-estatales, para-policiales, para-sociales, para-culturales. Son redes de afinidad también, que se expresan en la periferia del sistema, atacando el espacio público, adueñándose de las fronteras, degradando la ciudad. No son fenómenos divorciados, forman parte de la misma dinámica.

Es interesante pensar que el mundo de la prensa, la radio y la televisión fue el mundo de los Estados-Nación, de los partidos políticos y del “pueblo”. En el actual paisaje, el “pueblo” ha desaparecido. Hay una cierta evolución en esa desaparición. El pueblo abandonó en primer lugar el espacio público, dejó de tomar la calle, se refugió en casa, primero a escuchar la radio luego a ver la tele, ahora “chatea”. Solo muy raramente se manifiesta en la calle o la plaza.

Luego dejó directamente de ser pueblo y se transformó, según el discurso, en sociedad, población o audiencia. Denominaciones con otro anclaje subjetivo, otra tradición, otra significación. Podríamos definirlas como nociones des-ideologizadas. De ahí la relevancia que adquiere la encuesta y la estadística por sobre el acto político.

La conocida frase de Baudrillard: “el desierto de lo real” es entendible, pero desacertada. Lo real es el espacio de las pasiones, los impulsos, el conflicto, el peligro, la diferencia y el caos. Lo real es la calle.

Internet es el verdadero desierto, siempre igual a sí misma, monologal, estéril en su capacidad de diálogo. La ideología se esconde detrás de lo que damos por descontado y el poder se descansa en los miedos que no se nombran. Cuando confundimos Internet con el mundo, empezamos a pensar que ése es “el mundo” y que no hay un “afuera”, o peor, que el “afuera” es tan espantoso (o ajeno) que es preferible no intervenir allí, no volver allí.

Tal vez dentro de un par de siglos, cuando algún otro medio haya opacado los impactos de la red, algún historiador pueda concluir que Internet fue la herramienta más eficaz para el desarrollo del capitalismo contemporáneo y, obviamente, de sus particulares formas de opresión.

De todos modos, después de estas cuatro décadas, lo mejor que nos podría dejar la red es un cierto hartazgo sobre lo conocido y el deseo, ahora sí resistente, de tomar la calle otra vez, volver a ser pueblo y recuperar la noción, tan lavada por sobre-uso, de justicia social junto al otro.

Mónica Stillo es licenciada en Ciencias de la Comunicacion, MA en Estudios en Comunicacion por la Universidad de Leeds, Reino Unido y candidato a MA en Estudios en Desarrollo Internacionales por la Universidad de York, Canada.



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