La primera escuela en recorrer los 700 metros del sambódromo fue Estacio de Sá, con un "enredo" (tema) que rindió homenaje a... la piedra.
Seis suntuosas carrozas alegóricas, de hasta diez metros de altura, declinaron en espectaculares escenografías la vinculación de esa materia con las tragedias y glorias de Brasil, desde las primeras inscripciones rupestres a la explotación inhumana en las minas.
Con mucha purpurina, carrozas alegóricas, miles de integrantes y una poderosa batería de percusión, trece 'escolas', con cerca de 3.000 integrantes, tendrán entre 60 y 70 minutos para encantar a los jurados y a 70.000 espectadores, en una fiesta que se extenderá durante dos noches hasta el alba.
El enredo de Estácio es uno de los que menos se prestó a polémica, en un año donde las escuelas de samba recogieron el guante de afirmar su identidad y de elevar el desafío pese a estar bajo la mira de las iglesias neopentecostales, sumamente influyentes en el gobierno de Jair Bolsonaro.
La tercera escuela en desfilar, Mangueira, vigente campeona, mostrará un un Jesús popular, con "rostro negro, sangre de indígena y cuerpo de mujer".
"En una época en que se preconiza tanto un Jesús bélico, intolerante y controlador, Mangueira trae el Jesús del Evangelio: amoroso, amigo, compañero de los oprimidos", afirmó el teólogo y pastor bautista Henrique Vieira, que milita en la izquierda y asesoró a Mangueira en el estudio de la Biblia para crear el desfile.
Otros desfiles rendirán homenajes a indígenas, a artistas negros y a las religiones afro-brasileñas.
"Es un carnaval con muchas protestas para que el mundo vea lo que está sucediendo aquí", afirma Camila Rocha, una treinteañera que desfiló en el ala de "piedras preciosas" de Estáco de Sá.
Otra escuela, Académicos de Grande Rio, también escogió el tema religioso y contará la vida de un líder histórico del candomblé, Joaozinho da Gomeia, fallecido en 1971, que se convirtió en un símbolo de tolerancia.
Sin recursos públicos
Será la primera vez que las escuelas -cara visible del carnaval de Rio mundo afuera- desfilen sin subvención de la Alcaldía.
Desde que asumió las riendas de la ciudad en 2016, el obispo evangélico Marcelo Crivella dejó claro que no simpatizaba con el carnaval y promovió un corte progresivo del financiamiento público a estos grupos, que pasaron de recibir dos millones de reales (unos 630.000 dólares al cambio promedio de ese año) cada uno en 2017 a no contar con ningún apoyo este año.
Esto las obligó a reinventarse y parte de ese proceso fue la aparición de directores creativos más jóvenes, que están haciendo "un carnaval que es arte, que es una fiesta, pero también es un carnaval político, comprometido", apunta Luiz Antonio Simas, historiador y autor de varios libros sobre carnaval.
"Trabajamos duro. Sea como sea, tenemos que hacerlo. Hemos recibido mucha ayuda de muchas personas y de vecinos de la comunidad", cuenta Patricia Tabares, de Estácio.
Portela cerrará la primera jornada con un homenaje a los indígenas tupinambá, que vivían en la región de Rio antes de la colonización portuguesa.
"Nuestra aldea no tiene partido ni facción, no tiene obispo ni se rinde ante ningún capitán", canta la tradicional escuela, en unos versos que pueden interpretarse como un recado a Bolsonaro, un excapitán del Ejército, cuya política ambiental es denunciada como una amenaza para las tribus de Brasil.
Otros grupos se referirán más directamente a la clase política, como Uniao da Ilha, que cuestionará las promesas incumplidas en materia de salud, empleo, educación y vivienda; y Sao Clemente, que abrirá los desfiles del lunes con referencias a las "noticias falsas" y otros episodios de la campaña electoral y el primer año de gobierno de Bolsonaro.
2 millones de fiesteros en las calles
Los tradicionales blocos -murgas callejeras- congregaron durante todo el fin de semana a dos millones de personas que convirtieron a la ciudad en una gigantesca fiesta de disfraces y música, regadas con mucha cerveza.
Uno de los blocos más antigous, Cordao de Bola Preta, movilizó el sábado a más de 630.000 personas, según datos oficiales.
"Queremos divertirnos, con alegría, pero respetando los límites de cada uno. Respetar las individualidades, las creencias, las opciones. La gentileza genera gentileza, genera amor. Y eso es lo que precisamos", afirma Rogerio Borges, un joven de 19 años, que participó en el desfile número 102 de ese bloco.
AFP