Nunca se sintió escritora. Ni siquiera ahora, cuando su novela (“El lugar de las cosas ocultas”) está en todas las librerías y su hijo de 18 años la presenta como “escritora” con los amigos que se reúnen en su casa, mientras ella “les calienta panchos”, dice.
“Me da pudor”, cuenta. Y confiesa que su sueño era ser letrista de murga”. De hecho, justo el año en que empezó el taller de escritura, su madre había querido regalarle la plata para que hiciera el de Pitufo Lombardo, a ver “si se dejaba de jorobar con la murga”. Pero ella no aceptó. “Si necesito algo para los chiquilines, sí, pero dinero para eso no”, respondió.
— El súmmum para mí era ser letrista. Me gusta casi toda la música, pero la murga es como una emoción que… la escucho y me viene una cosa acá. Mirá: un Día del Patrimonio había un encuentro de baterías en el Museo del Carnaval. Yo estaba con mi hijo chico y estaban todas las baterías ahí y yo pensaba: “No puedo ser más feliz que en este momento”.
—¿Y cómo fuiste a parar al taller literario?
—Me anotó mi hermana. Ella es como el ángel que me guía. Un domingo estábamos almorzando todos y ella abre el diario y dice: “Taller de escritura con Roy Berocay. Acá vas a ir”. A la semana me manda un mail: “Estás anotada en el taller, empezás tal día, solo tenés que confirmar, es gratis”. Era en el Museo Blanes y ya el hecho de llegar a ese lugar, un martes al mediodía, en medio de la vorágine… Desde el momento en que llegué me dije: ¡qué suerte que vine!
En la tapa del libro dice que la autora es Verónica Lecomte, aunque su nombre real es Verónica Gutiérrez Lecomte. Fue su padre, Gutiérrez, quien le sugirió el cambio. Para él, una autora no podía usar ese apellido. “Pero papá, yo soy Gutiérrez, yo soy eso”, refutó ella. Gutiérrez insistió. Ella empezó a preguntar y todos le decían: ¡Ah claro: Lecomte es mucho mejor!”
Además de trabajar y ser madre, tiene muchas otras actividades. Estudió Psicología y sueña con terminar, hizo un taller de títeres con el que actuaba en escuelas y hospitales y no sé cuántas cosas más. Por eso conserva el espacio del taller literario: para seguir escribiendo.
—Es la única forma de mantener contacto con el hacer y con ese ambiente y ese mundo que no es el mío. (…) Yo no sé en qué va escribir, cómo y por qué te salen unas cosas y otras no.
Su hijo más chico cumple ocho años, pero los otros dos son adolescentes y usan la compu todo el día.
—Escribo de noche. En casa hay una computadora y los dos grandes viven chateando y demás. El varón tiene novia, vienen los amigos, etcétera. No te dije de hacer la entrevista en casa porque allá es un misterio. A veces podés estar tranquila y a veces entran a caer. Mis padres viven en el segundo piso. Hay una vecina con la que trabajo que también va. Por ejemplo, para leer los testamentos pongo un cartel: “No tocar hasta tal hora”. Porque en esos casos vienen testigos y si te interrumpen se puede declarar nulo el testamento.
En el taller de Roy había creado tres personajes. Y esos mismos tres, un día, se transformaron en los protagonistas de su novela.
—Una tarde estaba barriendo y tuve la idea. Siempre me ocurren las ideas mientras hago las cosas de la casa. Se ve que como no me gusta limpiar mi cabeza se va. ¡Ah! Una cosa que siempre tengo es la frase del final. Es algo que me da incentivo. Muchas veces esa frase no es la que termino usando, pero me sirve. Ese día estaba barriendo y se me ocurrió todo en un segundo. Y me vino como una adrenalina y me dije: ¡qué linda que está!
Escribía todas las noches, más o menos de doce a dos, que era cuando los hijos bajaban los decibeles. Pero era una disciplina que salía del entusiasmo. De una semana a la otra, no se permitía llevar menos de 13 carillas al taller. Roy corregía y devolvía. Y el libro salió.
La primera crítica literaria que se publicó en la prensa no fue de las mejores. Eso le dijeron, porque ella no se animó a leerla hasta un tiempo después. Cuando lo hizo, se alivió mucho:
—Y dije ¡qué suerte que la leí! Porque yo me había imaginado cosas horribles. Y en realidad lo que criticaba la nota no era lo que yo venía recogiendo de la gente que la leía y que no eran amigos. Esto de que te atrapa, del “no lo pude dejar”, “lo leí en tres días”.
—¿Te sentís un poco escritora ahora?
—Yo estoy recontenta, pero soy escribana. Ese es mi trabajo. Y como ser humano no me identifico con ninguna profesión. Estas son cosas que uno hace. Pero hay pila de cosas que me gusta hacer. Este libro es lo primero que escribo. Y lo defiendo desde el amor y desde el proceso maravilloso que fue para mí escribirlo. Solo eso.
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