Miguel Ángel Dobrich

Leer en movimiento

Cómo profesionalizar una práctica de excéntrico.

Actualizado: 22 de abril de 2013 —  Por: Miguel Ángel Dobrich

En Pensar/Clasificar Georges Perec admite que le llama la atención “no que la lectura se considere como una actividad ociosa, sino que en general no pueda existir sola, que sea preciso que esté insertada en otra necesidad; es preciso que otra actividad la soporte: la lectura se asocia con la idea de un tiempo que se debe llenar, un tiempo muerto que se debe aprovechar para leer” (1986: 129).

¿Quién no recurre a las revistas en la salas de espera o a los libros mientras viaja en ómnibus? Yo tengo una patología que puede pasar por gesto snob: leo mientras camino. Extiendo la experiencia del transporte colectivo hasta mi casa o el trabajo.

Por multiloco, a consecuencia de esa práctica, hace unos dos años, me comí un macetón de la rambla de Buceo. No caí, pero puse a prueba la resistencia de los suburbios de la rodilla. Pequé de arrogante: me puse a leer por una calle que no conocía, que no tenía estudiada. Ahí late la clave de la “lectura en movimiento segura”®. Sólo hay que leer y caminar por lugares que se conocen bien.

Las calles de Montevideo son un desastre. Parecen diseñadas para descaderar ancianos; no conocen la regularidad y están plagadas de obstáculos (niños, ancianos desorientados, deshechos, macetas, pozos de obras perennes, pelotudos en motos, materia fecal canina, ad náuseam). Por eso insisto, hay que tener junado el terreno.

Una vez que se escogió la pista o la cancha adecuada, hay que invertir en el libro apto para la actividad.

En Teorías de la lectura – Libros, cuerpos y bibliomanía, Karin Littau machaca en que la forma que tiene el libro como artefacto, determinará el tipo de lectura, así como el espectro de lecturas posibles. A consecuencia de eso, advierte que se cometería “un error garrafal si supusiéramos que el medio a través del cual el texto nos llega es un canal transparente para transmitir su significado lingüístico, poético o narrativo” (2008: 58).

En consonancia con el indiscutido Roger Chartier, la investigadora se afirma en que cada formato está vinculado a cierto tipo de texto y, por lo tanto, también a una práctica específica de lectura.

Si voy a leer caminando, ¿qué debo escoger? No estaría mal comenzar con un libro de bolsillo.

A primera vista se puede suponer que hay una relación entre el formato y el supuesto valor de las obras (más allá del sentido monetario: en relación a la historia de la Literatura). Es como si existiera una relación “tamaño-memorablidad” del libro o como si fuera posible que a mayor tamaño se tuvieran mejores posibilidades de penetrar el Canon. Pero lo cierto es que la cuestión es más compleja de lo que parece, y hoy no combatiré esa batalla.

Ya lo dice Perec: “Leer es un acto” (1986: 118) y, obviamente, ese acto se ve condicionado por las proporciones y el peso del objeto que se ha de leer.

Los libros “de bolsillo” son libros para llevar, para ser leídos entre actividades o mientras el lector se desplaza hacia algún lado. Un librito de bolsillo se puede leer tanto parado como sentado. No necesita ser apoyado; es altamente manuable. Puede funcionar en la cama o en el baño. En paralelo, es apto para el aire libre; para navegar entre el bullicio y, por qué no, para sobrevivir a las inclemencias del transporte público.

Está claro que el formato no es el adecuado para los amantes de los libros o para los fetichistas/coleccionistas. Su dimensión tampoco permite que sean objetos que se luzcan en bibliotecas o librerías. Pero rinden en la lectura jogginística.

La mayoría de los libros de bolsillo son de tapa blanda o rústica, detalle que los hace parcialmente vulnerables a los malos tratos pero que, en paralelo, otorga comodidad en la manipulación. El lector se puede afirmar en ellos.

El paladar negro de la lectura a pie también puede acceder a libros resistentes de formato pequeño. Se me ocurren tres ejemplares de poesía en tapa dura de Estuario: Nada de Pablo Thiago Roca, La Sagrada Familia de Jorge Arbeleche y Perros de Caza de Eduardo Curbelo.

La rigidez estructural protege al texto y permite que se lo transporte con menos cuidado. A su vez, la firmeza del diseño hace que el libro luzca mejor en la biblioteca; le da cierta relevancia. ¿Pero quién quiere parkings de libros cuando se puede ser un demonio nerd del asfalto?

En el uso, la tapa dura hace que el libro no ceda como lo haría uno de tapa blanda, y eso lleva a que el lector tienda a leer los libros de modo menos abierto. La apertura total del libro requiere de un esfuerzo, poco intenso, pero agotador con la acumulación de minutos. La solución está en lo que ustedes prefieran, estimados. La decisión es sencilla, hay que responder si se quiere una bici de carrera o una montaña.

¿Qué más debe considerar el lector bípedo?

I) Las solapas. Las solapas que ocupan 2/3 de la página o 3/4 son ideales para funcionar como marcadores. El detalle es funcional para cuando se debe abandonar y retomar el libro que se tiene a mano. Con solapas cómodas no es necesario doblar páginas para señalar las pausas de la lectura.

II) El papel.

a. Los papeles ahuesados son tus amigos. Ningún ciudadano de bien debería comprar libros de papel blanco, tipo "obra" (por buen gusto y porque son terribles en los días soleados).

b. El gramaje. La variación de gramaje provoca diferentes experiencias táctiles. Por ejemplo, Por Hora Por Día Por Mes de Martín Barea Matton tienen páginas que se deslizan, suaves. En contraste Photomaton – Nueva lírica portuguesa tiene hojas porosas y de mayor gramaje. Su rasgo áspero hace que el lector se fije mejor en las páginas: se puede recorrer con más control el libro. Es cuestión de gustos, damas y caballeros.

III) El tamaño y la tipografía. La dimensión de un libro condiciona el tamaño de la tipografía que se utilizará (salvo que un editor desprolijo busque forzar un texto para que arribe a cierta cantidad de páginas) y, en consecuencia, marca la dosificación del negro que atacará el blanco de la hoja. Las letras de tamaño 11, no están mal. Si se anda con problemas de vista, los libros de formato de 14x22cm o el 15x24cm de editoriales “serias” utilizan mayoritariamente letras tamaño 12. Aunque el salto es relativamente pequeño, se siente.

¿Y qué decir de la tipografía? Por ejemplo, la de la colección Nomeolvides de HUM, es una belleza. Es cómoda, genera buen contraste. Explota mejor la puesta en página, se luce más la composición de las estrofas y los versos.

Si todo esto fue demasiado, vago querido que justificas tu negligencia por ser rehén de una sociedad que estimula la prisa, no la velocidad (con la prisa la velocidad se aleja de su finalidad), me despido con un paquete de opciones para que puedas unirte al club de los excéntricos que leen caminando.

Recomiendo cualquiera de los títulos de la colección Séptimo sello de Emecé, una colección policial creada por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares; los cuatro tomos de entrevistas a escritores de la revista Paris Review (editados por Picador); y Lo Mejor de Carlitos y Snoopy, una antología de las viñetas de Peanuts de Charles M. Schulz (editado por Debolsillo, de RHM).

PS: Miren a ambos lados antes de cruzar la calle.



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