Salto: La casa inundada

"Nos culpan, dicen que si nos agarró el agua fue por culpa de nosotros, porque no quisimos salir. Luchás para tener tu casita, para tener tu silla, pa tener tu tele, pa comprarle una ropa a tu hijo", contó Carina Viera, de 27 años. Viera está refugiada con su pareja y sus cuatro hijos en el refugio Saladero, en la ciudad de Salto. Ella y su familia vivían cerca de la costa y su rancho se vino abajo con el agua.

Actualizado: 05 de diciembre de 2009 —  Por: Nausícaa Palomeque

Salto: La casa inundada

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"Te cuesta armarlo, como hice yo, mi ranchito, clavo por clavo, palo por palo, chapa por chapa, como Dios me ayudó. Y que de la noche a la mañana tenga que salir, me parecía que era mejor defender mi casita y en el fondo pensaba, qué va a llegar… Y llega una hora que tenés que salir. No era un gran lujo, pero era mío”, lamentó Carina.

Salto es uno de los departamentos más afectados por las inundaciones. En este momento hay 2.802 evacuados y el río está a la altura de 15, 68 metros.

La ciudad se inunda porque recibe el impacto directo de la represa de Salto Grande, que está a 11 kilómetros. También recoge el agua de los arroyos Ceibal y el Sauzal, que parten la ciudad en tres y desembocan en el río Uruguay.

Salto es una ciudad con muchos altibajos y cada tres o cuatro cuadras aparece una zona inundada. Los salteños han vivido varias inundaciones y saben cómo manejarse con ellas. La mayoría sabe a qué altura vive y hasta qué cota del río puede quedarse en su casa. No Toquen Nada (Océano FM) recorrió la ciudad y conversó con los salteños. Todos coinciden en que esta inundación los sorprendió.

El sábado, a las 4 de la tarde, Andrés estaba sentado con sus muebles en la vereda. El es pescador y tiene su rancho –abajo del agua- a dos cuadras de la costa. A pocos metros armó su carpa, pero en una semana la tuvo que correr dos veces, porque lo alcanzó el agua.

Todas las tardes sale en su chalana para vigilar su casa y la de los vecinos. Dice que los ladrones salen en chalana y roban lo que pueden de los ranchos, sobre todo, las chapas, las puertas y las ventanas. “Salimos a vigilar cómo podemos, porque hay mucha delincuencia. Y es bravo dejar la casita sola”.

Tiene que volver a comprar las chapas de madera compensada para el rancho. Necesita unas 20 y salen unos 500 pesos cada una. Andrés contó que ni puede ni quiere mudarse. Dijo que toda la vida vivió cerca del río y que le gusta. Además, su trabajo está en el río y quiere estar cerca de él. Como él, varios pescadores repiten el mismo relato, que no quieren mudarse y tampoco tienen recursos para hacerlo.

Cada salteño reacciona a la inundación de acuerdo a sus recursos. Los que tiene más opciones se mudan a la casa de un familiar o alquilan una casa o un hotel en una zona más alta. Otros, como Andrés, prefieren hacer campamentos y mantenerse cerca de sus casas. El resto se traslada a los refugios. Suelen ser los que tienen menos recursos y sus viviendas están desechas o muy deterioradas. Eran ranchos de cartón y madera compensada y se arruinaron con el agua.

_ Les andamos trayendo un poco de agua.

_ Sí sí, agüita necesitamos, ¿leche no tienen? leche que nos conviden.

_ Ahora estamos repartiendo agua, pero los anotamos. ¿Cómo es la familia, señora?

_ Somos ocho vecinos

Ana recibe a la Prefectura, que viene a traerle agua potable. Ella y ocho vecinos más se mudaron al segundo piso de un vecino, en el medio de la ciudad. La casa de Ana está al lado, abajo del agua.

De día, se quedan vigilando arriba del techo. Las pertenencias de la mujer son pocas. Una pollera, una blusa y ropa interior. “Todo, todo, todo está abajo, en mi casa. No nos dio el tiempo de sacar las cosas, no sabemos nadar y no nos animamos a entrar bajo agua”.

Ana es empleada pública y el día que se inundó su casa, estaba de licencia en Montevideo. Le avisaron los vecinos, pero no le dio el tiempo para volver a sacar sus cosas. “Y cada vecino estaba con su tragedia, mirá cómo nos acurrucamos todos acá”.

Como Ana, son muchos los que no quieren mudarse, porque temen que les roben, no quieren ir a un refugio, y sobre todo, les parece que si están cerca, pueden cuidar mejor su vivienda.

A la zona de la costa sólo se llega en chalana. Allí se ven techos de ranchos, la parte superior de las columnas de luz, travesaños de arcos de fútbol.

El circuito del agua es doble. Uno es cuando el agua se libera de la represa, llega al río, y se mete ciudad adentro por los arroyos. Otro es lo que llaman la enchorrada, cuando llueve mucho sobre la cuenca de los dos arroyos y de allí llega el agua hasta el río.

El mayor problema es cuando se combinan ambos fenómenos. Si llueve mucho, se llenan los arroyos, llega el agua al río, que también está alto. En esos casos se producen las mayores inundaciones.

Prefectura recorre dos o tres veces la zona en lancha. No Toquen Nada los acompañó en una de esas recorridas, mientras repartían agua potable. Tiene varias tareas: cumple una función de policía acuática, vigilando las casas; reparte alimentos y agua potable en bolsitas de nylon, y busca a personas desaparecidas.

Durante estas inundaciones murieron tres personas: una señor mayor que intentó cruzar un puente en el arroyo Ceibal en bicicleta; un muchacho que desapareció y apareció en el río, aún no se sabe qué le pasó; el tercero fue un joven que se estaba bañando en una calle inundada.

Las personas más humildes no pueden desplazarse y son evacuados a los refugios, instalados en varios clubes deportivos y en el Hipódromo de la ciudad. Según los datos del Comité de emergencia de Salto, están albergando a 370 salteños, alojados en seis locales. Allí les dan atención médica, agua potable y las cuatro comidas. También reparten alimentos, agua potable y les dieron baños químicos a las 50 familias que acampan en distintas zonas de la ciudad.

En el club de Nacional están viviendo 12 familias, 30 niños y 29 adultos. El Nacional es un club modesto, es un galpón grande, con algunas ventanas rotas, puertas y techo de chapa. Adentro, cada familia arma su pequeño lugar, rodeado con los muebles que rescataron y alguna loneta para guardar sus cosas y tener un poco de intimidad. Cada rincón tiene todo mezclado: ropa, televisor, muebles, gatos, jaulas con pajaritos y loros.

Allí están viviendo Ana, de 25 años y Darío, de 21. Tienen 3 hijos. Ellos pertenecen al primer grupo de evacuados. Tuvieron que ser trasladados dos veces, ya que el primer lugar al que fueron, también se inundó.

Los dos están muy desconformes: “Acá no se vive muy bien. La comida es poca, la leche es poca, los pañales también son pocos. Y las ventanas están todas rotas, están con bolsas, con pedazos de cartón”, señaló mientras mostraba los agujeros en las ventanas. Ana se quejó de la forma en que el Ejército les da la comida. El ejército está dando la comida en la calle, y Ana preferiría que entraran. “Tenés que ir con una olla a la calle y que te mire todo el mundo que te están dando comida. Eso no se hace”.

En el club Saladero los vecinos están más organizados y están muy conformes con la intendencia. “Nos traen la comida, es rica comida, calentita, es una situación muy fea, pero nos atienden”, dijo Judith, de 53 años.

Beatriz , de 54 años, vivió varias inundaciones y sabe cómo manejarse en evacuaciones. Habló con todos las familias, anotó qué necesitaban y les pasó la información a los asistentes sociales. Organizó rutinas de trabajo, para lavar los baños, y hasta se preocupa por entretener a los niños.

De noche, se reúnen en el patio del refugio. Tratan de distraerse, comparten un tabaco y cuentan sus historias. Se contienen, lloran, y también, se hacen lugar para los chistes.

Beatriz contó la historia de los zapatos nuevos de Judith, una de las señoras que está inundada. Cuando salió de su casa logró rescatar una cartera que le habían regalado hacía dos años, pero nunca se la había puesto. En una de las donaciones aparecieron los zapatos para acompañar a su cartera. Judith se los prueba delante de sus compañeros: “¡Y armé el juego! Yo jamás pensé que podría comprarme un par de zapatos de cuero, ¡Y se ve que soy la cenicienta porque a mí me sirvieron!”.

Judith es asistente de cocina en un restaurante y su esposo hace ladrillos. Con las inundaciones perdió el horno y todo el material que había comprado para elaborar los ladrillos. “Los hombres son los que la pasan peor, los niños son niños y juegan, las mujeres somos fuertes y contenemos, pero los hombres están meta que meta pensar, viendo cómo hacer para recuperar los ranchos”, reflexionó Judith.

En el barrio Paso del Bote varios vecinos se mudaron de casa en casa. Hasta el almacenero, que se corrió tres casas con el comercio incluido. Los vecinos llegan hasta el almacén en bote.

Allí vive José Olivo, un municipal de 54 años que tiene la casa inundada. Olivo contó que la primera semana se mudó a la casa de un vecino, pero le parecía un abuso.

Olivo consiguió una chalana y con ella logró entrar a su casa y subir al segundo piso. Para que el agua llegue a ese piso el río tendría que subir dos metros más. “Conseguimos la chalana y entramos en chalana, subimos al altillo por la esclalera, por lo menos ahí solucionamos, quedamos aislados, le digo, ¿vos no querías ir a Venecia? y bueno, ¡nos quedamos acá en el barrio! Entramos y salimos en bote”.

En el comité de emergencia están pensando en el momento en que baje el agua. Explicaron que lo más importante es conseguir material de limpieza para desinfectar las casas y materiales de construcción, para levantar las casas.

Andrés, el pescador, está preocupado por su casa. Ahora, espera que lo ayuden desde el gobierno. “Que vengan las autoridades a ver, porque nosotros no podemos volver a levantar las casas, que vengan y nos ayuden, eso esperamos”.