Soy montevideano y, en consecuencia, para mí como para tantos otros seres que suelen sentarse de espaldas al mar, el presente es un futuro recuerdo. Por eso escribo estas líneas: me desvela la “generación Backyardigans”. Temo que potenciales adultos guarden en alguna parte de sus cerebritos una serie intolerable de dibujos animados.
Hasta hace poco, los uruguayos no estábamos en sincro con el mundo. La ciudadanía pre-cable (quienes fueron niños con cuatro canales, mientras el resto del mundo nadaba en la abundancia de señales) se crío consumiendo productos televisivos que, extrañamente, también miraron sus padres de pequeños.

Hagamos un poco de memoria. Sin esfuerzo, brotan secuencias y escenas de los cortos clásicos de Disney (Silly Simphonies), Warner (Merrie Melodies, Looney Tunes) o de la MGM. Es decir, de dibujitos que fueron diseñados para ser estrenados en el cine. Ese puñado de obras acapara, siempre que se tenga “paladar negro”, dos décadas -estamos hablando de dibujos animados que fueron estrenados entre 1934 y 1954-. En ese bloque temporal también se puede ubicar a Popeye (Fleischer Studios, 1933), El Pájaro Loco (Walter Lantz Productions, 1941), las series de Terry Toons: Súper Ratón (1942) y Las Urracas Parlanchinas (1946) y, por supuesto, a Mr. Magoo (UPA, 1949).
En los ‘60 el corto animado se despide de las salas de cine. El negocio está en la televisión. La Pantera Rosa (DePatie-Freleng Enterprises) es lo mejor de la década. Pero hay que admitir que el dominio, el reinado es de los dibujos animados económicos de Hanna-Barbera. Los ex muchachos de la MGM vomitaron obras low-fi pobladas de personajes memorables. Comenzaron en 1958 con The Huckleberry Hound Show (que tenía también a Yogi y Boo-Boo, y a Pixie & Dixie & Mr. Jinks) y se establecieron con: Los Picapiedras, Los Supersónicos, Birdman, El trío Galaxia (¿quién no quiso ser Vaporel?), La Hormiga Atómica, Don Gato, Scooby-Doo, El Lagarto Juancho, Magilla Gorilla, Los Cuatro Fantásticos, Ricochet Rabbit & Droop-a-Long, el perro Pulgoso (Precious Pupp), Los osos montañeses (The Hillbilly Bears) y El Inspector Ardilla (cómo olvidar a Morocco Topo). Por lo menos tenemos eso en común con nuestros padres. Todo eso y el animé Meteoro (Trans-Lux, 1967-1968).
Después llegaron Los Croquetos (¿los recuerdan?; eran brillantes) y Barbapapá a Canal 5, y en los canales privados desembarcaron los dibujos diseñados para vender toda clase de productos (Los Gobots, He-Man, G.I. Joe). En el 12 se estrenó el programa Cine Baby -y con él conocimos Los Osos Gummi, Los Thundercats y Las Tortugas Ninja (lo confieso: fui socio del club)-. En el antiguo Teledoce también se pudo ver –hasta las náuseas- Pato Aventuras, Chip & Dale: Rescatadores y El Pato Darwin/Darkwing (Dios bendiga a Mega Bolt y a la mejor versión de Joe McQuack).
¿Qué tenemos décadas después? ¿Qué reina e infecta a nuestros hijos (no soy padre pero quién puede negar que la expresión rinde dramáticamente)? ¿Qué nos imposibilita dialogar con ellos, sin importar si saben hablar o no? Los Backyardigans, los “amiguitos del jardín”. Una serie de animación símil 3D, musical y precaria, creada por Janice Burgess y coproducida por Nelvana Limited y Nick Jr. (Viacom International).
Backyardigans comenzó a emitirse en los Estados Unidos en 2004 y ha sido un éxito desde entonces. La serie tiene más de 50 episodios y dos películas. Quienes tienen cable, la pueden padecer por Discovery Kids; el resto la puede encontrar en cualquier videoclub.
¿De qué va el proyecto de bits? Cinco amigos animales en edad preescolar juegan en el fondo de sus casas. Gracias a su imaginación –o al consumo de fármacos legales para menores con “tolerancia” educativa- el patio trasero muta en diferentes escenarios que propician aventuras, canciones y bailes. Hasta aquí no hay nada grave ni brillante. El problema no es la idea del show, sino cómo se ejecuta.
“Los amiguitos del jardín” es un producto insuficiente visual y argumentalmente (Hanna-Barbera fue insuficiente en el plano formal, pero llegó a tener buenos guiones). La animación es torpe -anacrónica en la era Pixar- y las aventuras dejan mucho que desear: aún no me queda claro si la serie va dirigida a niños o a estúpidos.
Lo increíble del dibujito virtual son los mismísimos Backyardigans: Pablo (el pingüino -¿latino?- azul), Tyrone (el alce -¿negro?- pero naranja), Uniqua (un animal “único” e indefinible que es racialmente identificable por su nombre), Tasha (una hipopótamo afro-amarillenta) y Austin (un canguro púrpura –el único personaje “blanco”: jueguen de callado-). Son una especie de boyband étnica para niños, algo así como la utopía del Mercado.
¿Quedarán grabadas las canciones de estos entes en la memoria de nuestros niños? ¿Reinará el resentimiento por tener que ver una y mil veces el dibujito con ellos? ¿Podrán perdonar nuestra negligencia?
¿Sabrán disculpar que preferimos que se narcotizaran con basura a jugar o entablar una relación con ellos?
Reitero, no soy padre. Pero como la veo de afuera me atrevo a dar un par de consejos: guarden DVDs de Los Simpson y South Park, esos niños los van a necesitar. ¿Cómo se combaten los Backyardigans? Sencillo: a base de Tex Avery (director-creador de El Pato Lucas, Bugs Bunny, Droopy, Porky y Chilly Willy), Chuck Jones (director que engendró a Wile E. Coyote, El Correcaminos y Pepé Le Pew, por nombrar algunos de sus personajes; responsable de la mejor etapa de Tom & Jerry), Bob Clampett (de la primera camada de Warner, experto en la creación de personajes extraños y en la deformación de las figuras), Bill Plympton (25 maneras para dejar de fumar, Guard Dog, Your Face), John Kricfalusi (Ren & Stimpy) y mucho –pero mucho- Pixar (por lo menos los siguientes cortos: Knick Snack, Geri’s Game, For the Birds y Mike’s New Car).
Que Cartman y Toallín estén con ustedes. Alzo mi copa por los estudios Aardman y por los cortos de Wallace & Gromit (Un día de campo en la luna, Los pantalones equivocados y Una afeitada rasa). ¡Éxitos padres o tutores!
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