Carlos Tanco

“7 Razones básicas para amar a Tony Soprano”

Amo a Tony Soprano. Y lo escribo con el mismo grado de devoción infantil con el que lo experimento.

Actualizado: 03 de febrero de 2009 —  Por: Carlos Tanco

Ya lo conocía hace tiempo, como todos, pero hice un intensivo este verano. No he parado de ver capítulo tras capítulo de sus primeras cuatro temporadas (son seis en total) en este último mes y medio. Traté, en medio de ese fanatismo febril, de identificar los motores de ese amor incondicional que siento hacia un gordo muy poco atractivo, que debería despreciar según mi paradigma burgués.

Es un ejercicio lúdico, casi veraniego.

Brevísima e insuficiente descripción: Tony Soprano (James Gandolfini) es el personaje principal de la serie de HBO Los Soprano(s). La “s” al final corresponde a la traducción literal y fonética del inglés. Nunca sabré por qué mantienen el plural cuando en español la cantidad se denota en el artículo (con Los Simpsonssssss pasa lo mismo).

Tony Soprano es un mafioso, jefe del crimen organizado de Nueva Jersey, que, como rasgo peculiar, concurre a una psiquiatra para tratar sus ataques de pánico.

El personaje no tiene la solidez mesiánica de Marlon Brando en el Padrino (que contrastaba con sus debilidades físicas), ni la grandilocuencia, ni lo vemos forjarse como a Al Pacino en esa misma saga y alzarse sobre el resto, volviéndose eso que no quería ser, con presencia majestuosa. Tony sale todos los días con una bata impresentable, abierta, calzoncillos y musculosa, a buscar el diario en la entrada de su casa. Sin embargo, Tony es irresistible, probablemente más que aquellos dos, a pesar de ser más real y, por ende, dejar más al descubierto sus miserias.

Hay algunas características atractivas en su personalidad que son obvias, como su humor, por ejemplo. Pero no creo que eso sea fundamental, Tony no basa su seducción en el humor. Voy a tratar de armar una lista de razones que hacen de Tony Soprano, al menos para mí, uno de los personajes más adorables y atractivos de la historia audiovisual (televisión y cine).

Aviso a la población: este ejercicio quizás sea muy poco atractivo para los que no hayan visto la serie.

1- Tony y su sustento moral.

Ya es sorprendente que lo tenga, cuando en nuestro croquis imaginario el mafioso no maneja reglas vinculadas a la moral, y según nuestros preconceptos su obrar es simplemente guiado por la codicia y la conveniencia más alevosa. No es el caso, pero además, aumenta la fascinación: las reglas morales de Tony son mucho más claras y sólidas que las nuestras (la de los buenos ciudadanos). Por eso su conducta es predecible y entendible.

No es que no exista ambigüedad en su vida, sí la hay (vamos, es un mafioso que va al psiquiatra), y tiene conflictos por eso, pero la moral está clara y se aplica. Tony es un ser civilizado.

2- Tony es adulto.

El niño tiende a no hacerse cargo de lo que genera, en cambio el adulto… también. La diferencia es que el adulto trata de disolver su responsabilidad en un montón de excusas y personas, o entelequias intangibles como “el sistema”. Con Tony eso es imposible. Cada acto involucra a una persona que deberá asumir las consecuencias. Ese pragmatismo lineal, a veces básico, es embriagador (siempre que uno lo esté viendo a través de una pantalla, claro). Un movimiento tendrá su repercusión, sin demasiada burocracia ni dilataciones, y no por eso se pierde la complejidad en las relaciones.

En un capítulo, un viejo amigo de Tony pide para entrar en un juego de póker que Tony regula, una mesa de pesos pesados. Tony le dice que no, que no es para él. El hombre insiste, Tony vuelve a negárselo, pero el amigo se presenta en el lugar y vuelve a solicitar la entrada a esa mesa. El resultado es el que todos esperan: Tony lo deja entrar, el amigo pierde. Tony se queda con la tienda deportiva y con la vida de ese hombre, su amigo, que termina destruido por el incidente, mientras Tony lo ve derrumbarse; y más aún: es el propio Tony quien desempeña el rol del martillo que va transformando a su amigo en escombros.

Todos somos adultos, y hay que asumir en el cuerpo y el cerebro las consecuencias de los hechos generados a conciencia. No hay llanto que diluya el peso de lo que viene. No es que Tony sea desconsiderado, es que ante todo, es justo. A lo mejor en nombre de esa justicia termina por ser despiadado, sí, tanto como lo puede ser el propio Dios.

3- Tony no puede luchar contra su esencia.

Un postulado por demás atractivo: nadie puede renunciar a su esencia. En varios capítulos rebota esa idea, y es conmovedor presenciarlo; básicamente por dos razones:

a-Remite a las historias clásicas heroicas. En algún momento el héroe va en contra de su esencia y choca contra un muro intraspasable. No es ninguna novedad que nos resulte atractivo.

b-Lo realmente fascinante es suponer que existe una esencia. Pensar, o más bien fantasear con que hay algo dentro (y fuera, porque también lo excede, la esencia es y sobrepasa al hombre), que pulsa nuestro destino. Es inquietante y esperanzador al mismo tiempo. Un imán inexorable que nos justifica como seres humanos, y que nos emparenta a otros, a la vez que nos da cierta unicidad como individuo. Un núcleo irreversible conformado por la combinación de características innatas y adquiridas del entorno, que explica nuestra presencia y accionar, nuestra vida.

Un sobrino de Tony que integra la mafia pretende, durante un tiempo, escribir guiones de cine sobre mafiosos. Retratar el mundo al que pertenece, y pasar a ser parte de otro mundo con ese movimiento. La inquietud se termina en el momento en el que su mundo original (la mafia) ejerce una potencia insostenible de atracción, y el otro mundo (el del cine), lo eyecta violentamente. Dolor, resignación, identificación, redención, aceptación, energía vital repuesta, la vuelta del hijo pródigo, etc.

4- Tony no se justifica.

Podría hacerlo, la inteligencia le sobra para caracolear un argumento que devenga en justificación. Incluso desde esa esencia a la que no se puede negar podría encontrar un atenuante a su conducta. Sin embargo, no lo hace, no se excusa y tampoco se escuda en el “yo soy así” tan común para explicar la negligencia –o el propio nihilismo- de un ser humano ante el mundo. No es un relativista ni un indolente.

Tony odia llorar (en el sentido más amplio del término), en un mundo –el nuestro- en el que la victimización es moneda corriente. Todos nosotros pasamos el día entero abandonándonos a la autocompasión, y Tony se niega a sí mismo ese placer mundano. Tony sufre, pero no se permite regodearse en ese sufrimiento.

5- Tony es activo.

Toma partida, decide, controla, arregla los problemas que le genera el resto, o los empeora, pero mete las manos en el asunto. Y todo ese trajín lo abruma, sin dudas (les recuerdo que tiene ataques de pánico y consulta una psiquiatra), pero resiste desde la actividad. Creo que, al menos para los apáticos, este rasgo es deslumbrante.

6- Tony aprende rápido las lecciones y las usa a su favor.

Es un signo claro de inteligencia. Decodifica velozmente la información nueva y la pone en práctica; cuanto menos como reflejo cínico (en el más superficial pero evidente de los casos). Así, cosas que le dice su psiquiatra son usadas por él al minuto siguiente con su familia o colegas mafiosos, y lo hace hasta con cierta ingenuidad (sólo constatable por nosotros, que somos omniscientes en la vida de Tony), pero con precisión.

7- Por último, y creo que fundamental:

Es inconveniente amar a Tony.

Casi se podría decir que está mal quererlo, él mismo nos lo demuestra en cada capítulo, y eso nos seduce hasta lo irresistible. En última instancia, mirar, leer o escuchar diferentes vidas, no es otra cosa que alimentar la nuestra desde lo ajeno, jugar a una conducta y moral que nunca vamos a practicar.

Nada más atractivo entonces, que alienarse desoyendo las reglas aprendidas en sociedad, y amar a Tony. Mucho mejor si sabemos que nuestra devoción es incorrecta, mal vista por la sociedad, con todo lo que la detestamos por incluirnos en su continente, cuando no hacemos otra cosa que anhelar el escape.



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