Carlos Tanco

Ver en la oscuridad

Juan Villoro, escritor mexicano, dice a menudo en entrevistas que la literatura es indispensable como forma de explicación de algunas acciones humanas.

Actualizado: 09 de marzo de 2009 —  Por: Carlos Tanco

Hay actuaciones del hombre que son incomprensibles a golpe de ojo, requieren de un gato hidráulico que las despegue del piso. Se sabe que no necesariamente la explicación literaria será la correcta o la más apegada a la realidad, pero por lo menos se estará ante una hipótesis que desata nudos de pensamiento. Villoro ha utilizado algunas veces el ejemplo de aquel cabezazo de Zidane en el pecho de Materazzi, que lo dejó sin la gloria intachable, sin el confite heroico. Ese ataque feroz e inesperado tiró por la borda, en segundos, un final de trompetas acarameladas. El hombre lo hizo, simplemente ejecutó una orden de su cerebro como si nada importara, o como si el mundo estuviera dispuesto a hacer la vista gorda en semejante evento, o como si hubiera asumido que un francés-argelino no está para hacerse dueño absoluto e intachable de la gloria. Ahí es donde se precisa la burbuja literaria, para describir e indagar con el tiempo detenido y la libertad de la creación, para eso “sirve” la literatura, según Villoro.

Acá va otro ejemplo para Villoro, una vaga colaboración que jamás llegará a sus manos: la literatura debe contar la historia de Ingrid Betancourt y Clara Rojas (u otra alegoría que se le parezca).

El conflicto es poderoso e intenso, rayano en lo épico. Dos amigas en la predecible ciudad, que además son dos compañeras de proyecto político y por lo tanto, de alguna forma, de vida. Y quién sabe qué más, quién sabe cuántas otras cosas compartían estas dos mujeres antes de lo imprevisto. Lo fatal se interpone, una estaca quiebra el destino con violencia: son raptadas por la guerrila y escondidas en la selva.

Ahí están las dos, de nuevo, esta vez secuestradas y encarceladas en ese absurdo paisaje. Son víctimas del mismo victimario, ambas fueron extirpadas de la realidad y sumergidas de golpe en el mismo escenario hostil, ahogadas por el mismo aire. Nada más ajeno que el mundo y la realidad inmediata a la que están siendo sometidas, nada más propio que su relación y los recuerdos de su verdadera existencia. Más aún: quizás esa relación sea lo único que les remita a la verdadera existencia, la que solía ser real, la que quedó suspendida allá, colgada en la cuerda de sus ausencias.

Sin embargo, cuando son rescatadas del encierro en lo salvaje, no queda nada entre ellas. Nada. O mejor dicho, lo único que queda flotando entre ellas es la certeza de todos nosotros -los observadores del acontecimiento- de que el lazo debió romperse de forma explícita y deliberada. No pudo ser un alejamiento fortuito, con justificaciones diluidas en la cordialidad de la distancia y el tiempo. En ese lugar casi sin rastros de civilización, la ruptura debió ser brutal, primitiva. Ahí en donde despertarse se transforma en una pesadilla y todo está al límite de la tensión resistible, donde el cuerpo y la mente se retuercen en busca de algo que los sostenga; ahí donde uno supone que la esencia del ser humano sale a flote, ruidosa, exacerbada, y no hay cómo acallarla; ahí fue que estas dos íntimas amigas se pelearon para siempre.

Estas dos señoras develaron sus misterios, se vieron hasta el fondo del vaso, echaron luz en una zona donde la oscuridad se lo traga todo. ¿Qué vio Clara Rojas en la esencia de Ingrid Betancour para reaccionar de manera irreversible? ¿Hasta dónde llegaron las sombras de su disputa? “Yo no la votaría”, dijo Clara Rojas cuando Ingrid salió. Y yo, ahora que Clara Rojas lo dijo, tampoco la votaría.

Aunque Clara Rojas también me asusta: ver en la oscuridad del otro de esa manera, no puede tener otro resultado que el oscurecimiento propio.

Pd. Un ingrediente más aumenta el atractivo de esta historia, o lo derriba lúdicamente en el final. Es un toque ridículo que cabe en la trama y aterriza hacia lo humorístico por su condición estólida, siempre quedará abierta la perezosa chance de la hipótesis más burda: se pelearon por un macho (es importante que el personaje o la voz de nuestra cabeza que sostenga esta hipótesis impresentable, diga “macho” y no “hombre”, aumenta el efecto pragmático-misógino). Por supuesto que hay un costado inadmisible en esa simplificación, uno no puede dejar pasar por su cerebro, así sin censurar ni un poquito, una elucubración tan ociosa, que deja latente la idea de que la complejidad en las relaciones es sólo propiedad masculina. Es inaceptable. Sin embargo, y a sabiendas de que es una estupidez, hay un eco que no se va, queda rebotando siempre esa posibilidad por más sofisticación que le queramos imponer a nuestro precario cerebro, que evidentemente se resiste al nivel de civilización exigido por nuestra moral. Por básica, la hipótesis no se transforma en falsa, a pesar de nuestros esfuerzos políticamente correctos.

Referencias periodísticas:

Declaraciones de Clara Rojas a Vanity Fair en reportaje, de la periodista colombiana Tatiana Escárraga, titulado “Falsas Apariencias”: “La acompañé por amistad”, dice Rojas, refiriéndose a su colaboración con la carrera presidencial de Betancourt.

“La selva nos distanció y todavía no sé muy bien lo que ocurrió, pero nunca he tenido nada en contra de ella. Eso sí, pensaba que era mi amiga, pero me ha demostrado que no lo era tanto”.

Declaraciones de Clara Rojas a Clarín, Julio del 2008.

“Mi mensaje para ella es que me alegró hasta el alma su liberación, pero después de todo lo que ha pasado esta semana y de sus declaraciones sobre mí y mi vida privada considero que nuestra amistad tiene que ser reevaluada. O ella me dice de frente qué fue lo que le molestó de mí y cuál es su motivación para hacer este tipo de declaraciones o considero que ya no somos amigas”.#*sirva esto como aporte para saldar (o no) la discusión acerca de la amistad entre ambas antes del secuestro.



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