Denise Mota

La revolución de los 20 centavos

Nadie está entendiendo nada. Ni gobierno, ni prensa, ni mucha gente incluso que desde las redes sociales convoca a “no perder el bonde de la historia”. Como si valiera salir a las calles sin saber los motivos, como si gritar palabras de orden y someterse a la omnipresente violencia policial brasileña porque sí se hubiera vuelto un tipo de programa “de moda”, inofensivo, inconsecuente y divertido basado en el sinsentido.

Actualizado: 18 de junio de 2013 —  Por: Denise Mota

Obviamente no, no se trata de nada de esto. “El bonde de la historia” está en marcha y tomará el rumbo del cambio o del vacío según las convicciones y la coherencia de los que ocupen sus asientos. Los 20 centavos de la suba en el precio del boleto en el transporte público de San Pablo y otras capitales viscerales del país, como Rio, fueron solamente el gatillo visible de lo que hoy ya significa la más grande ola de protestas realizada en Brasil desde el impeachment del entonces presidente Fernando Collor en 1992.

Estimaciones señalan que 250 mil personas han tratado de manifestar su insatisfacción en sectores que van mucho más allá del ómnibus, el tren o el metro y que, resumidamente, se podría decir que se vinculan al malestar de no reconocerse ciudadanos de derecho en “la potencia emergente” y “el país del fútbol” que el Brasil oficial viene tratando de imponer en los ámbitos internacionales más que nunca.

No hay líderes reconocidos, ni formato único. No son manifestaciones partidarias, se maneja la flor y la piedra, periodistas salen sangrando mientras padres llevan a sus hijos bebés en cochecitos en una misma protesta, las convocatorias asumen distintos nombres, los motivos pueden ser la opulencia de los gastos con fútbol o la precariedad de la educación. Policías golpean a los que protestan; otros se sacan fotos con los manifestantes. Actores de Globo, jugadores de la selección muestran adhesión. Todo entra y todo parece sumar.

La insatisfacción popular se acumula hace años en una población que misteriosamente siempre aguantó callada décadas de impuestos altos y servicios públicos bajos o directamente inexistentes. Hay toda una escuela de pensamiento en Brasil que se ha cansado de criticar la “excesiva alegría” nacional (o la “indolencia de los trópicos”, como solían hablar los colonizadores sobre el carácter de los nativos) como un antídoto dañino, que paralizaría cualquier tipo de sublevación que llevara al país realmente hacia algún lado. Este momento que vivimos, de protestas multitudinarias todos los días, muestra algo distinto a esto, algo nuevo, desconocido y que visiblemente ha dejado al poder sin reacción. Llega a ser vergonzoso abrir los diarios y encontrar expresiones como las del secretario de la Presidencia, Gilberto Carvalho, designado por el gobierno para negociar con los manifestantes en Brasília y que ha dicho que desde el poder “no se entiende” el motivo de las protestas.

Justo ahí puede estar una buena respuesta para ellas: aunque la década PTista inaugurada por Lula y mantenida por Dilma Rousseff tenga números incontestables de inserción social, el ya largo y confuso prontuario de corrupción vinculado al partido, el inicio de la pérdida de las bondades económicas conquistadas en los últimos años, con el resurgimiento de la inflación – factor que está entre los principales para explicar la reciente caída de popularidad de la presidente Dilma --, la violencia policial con que se trató de sofocar las primeras manifestaciones y el mundo paralelo en donde se trata de hacer funcionar la Copa de las Confederaciones muestran un descompás entre calles y Ejecutivo, entre vida ciudadana y política en general. Descompás evidenciado por la perplejidad del secretario presidencial. ¿Si estamos bárbaro, por qué protestan?, parecería decir.

Pero no fue tan lejos y también comentó que en su opinión la sociedad brasileña “no quiere más” prácticas políticas adoptadas en el país, como construir estadios millonarios mientras hospitales públicos no tienen servicios (es decir, camas básicas, lo que hace con que la gente se muera en los pasillos, para mencionar un ejemplo más que trillado de la precaria situación de la salud nacional). Ah, bien. ¿Un mea culpa? En San Pablo, la pelota triunfalista también va bajando, y la intendencia estudia bajar el precio del boleto. Una solución está siendo buscada con la ayuda de una comisión con integrantes de la sociedad civil en la que se encuentran empresarios, líderes de ONGs, intelectuales y personalidades como el arzobispo de la ciudad, D. Odilo Scherer.

Es muy pero muy temprano para sacar conclusiones sobre si estamos frente a una “revolución”, a una “Primavera Árabe” verde y amarilla, a una ola de “Indignados” tropicales. Sí, ya está clarísimo que los políticos de turno –y en esto todas las fuerzas mayoritarias están involucradas, sea el PT nacional y de San Pablo, sea el PSDB del gobierno paulista estadual, sea el PMDB carioca etc. etc. – fueron sorprendidos, y que el techo de vidrio sobre el que se equilibraban airosos y despreocupados empezó a mostrar fisuras importantes. El mensaje evidente es que no hay nada garantizado. Abucheos, violencia y descontrol pueden explotar en cualquier lado, a cualquier momento, contra cualquier partido. Dilma lo sintió en la piel el último fin de semana, durante la apertura de la Copa de las Confederaciones en Brasilia. Pero la presidenta no es el único blanco, y no se podría decir ni siquiera que sea el principal.

Está claro también que la represión exacerbada de los primeros días rebotó con fuerza en contra de las autoridades, que ahora se extreman en declaraciones cautelosas y demostraciones de civilidad – Dilma Rousseff llegó a un extremo de felicitar los manifestantes este martes de mañana (sería cómico si no fuera preocupante), diciendo que Brasil se había “despertado más fuerte” y que el país “tenía orgullo de los que fueron a manifestarse pacíficamente en la calles”. Creo que Carvalho tiene razón: desde el Palacio Alvorada, aún no se entendió nada. O, lo que es mucho más probable, se trata desesperadamente de sacar algún minúsculo e imposible rédito de una situación claramente adversa.

Finalmente, como dejó muy claro un cartel en las calles de Rio de Janeiro, y sólo para reafirmar y mantener la perspectiva de lo que aún puede estallar en los próximos días: “No es por los 20 centavos, es por derechos”.



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