“Nueva cultura política” se instala en Brasil

¿Brasil vive su “Primavera Árabe”? ¿Las protestas eran previsibles? ¿Van a seguir por cuánto tiempo más? ¿Por qué explotó la insatisfacción con Dilma Rousseff, y no en los ocho años de gestión Lula? En entrevista con 180, el cientista político José Álvaro Moisés reflexionó sobre estas y otras cuestiones, después que más de un millón de personas salió a las calles en Brasil en los últimos 27 días.

Actualizado: 03 de julio de 2013 —  Por: Denise Mota

“Nueva cultura política” se instala en Brasil

Sin datos (Todos los derechos reservados)

Y ya no son sólo multitudes las que plantean cambios en grandes avenidas bajo cámaras de medios nacionales e internacionales. Pasada la Copa de las Confederaciones, las manifestaciones siguen con nuevos formatos: camioneros paran rutas, jubilados hacen huelga de hambre, comunidades protestan contra el cierre de una guardería, médicos marchan de blanco y cantan el himno nacional.

Los ejemplos se van multiplicando por cuantas insatisfacciones haya en el ámbito público, sea de gran, medio o pequeño porte, y parecen ser la traducción concreta de lo que Moisés clasifica como el “nacimiento de una nueva cultura política” en Brasil.

Profesor titular del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de San Pablo, él considera que el futuro de las manifestaciones y su disminución o aumento dependerán de lo que no sólo el gobierno central sino las instituciones puedan lograr en cuanto a nuevos vínculos con la población. Pero analiza que sí, lo que es cierto, es que de ahora en más los brasileños harán escuchar su voz por medio de las protestas en las calles y no solamente cada cuatro años, a través de las elecciones.

“Hay una pérdida del contacto con la población, con los electores, con las bases con que los partidos se constituyeron, y creo que esto fue uno de los grandes factores para las manifestaciones”, considera Moisés, que tiene un máster en Política y Gobierno por la Universidad de Essex y es doctor en ciencia política por la Universidad de San Pablo, además de haber sido profesor visitante en la Universidad de Oxford.

“Hay un malestar con la democracia en Brasil. Con las instituciones, con el sistema presidencialista de coalición en donde se burocratiza la política. Los manifestantes que hemos visto en las calles son hijos de la nueva democracia, son jóvenes mayoritariamente entre 20 y 30 años, que tomaron en serio las promesas de la democracia. Y lo que demandan es la posibilidad de intervenir, de influenciar en las decisiones políticas del país porque el sistema de partidos y el sistema parlamentario no están atendiendo este tipo de demanda.”

La ola de protestas en Brasil trae como legado no sólo votaciones relámpago de temáticas que se tramitaban hacía años en el Congreso –como la transformación de corrupción en “crimen hediondo”, lo que supone penalidades más duras— sino cambios de orden pragmático en lo cotidiano (como el congelamiento del precio del boleto de ómnibus, la causa central inicial de las protestas) y transformaciones en la percepción misma del brasileño como colectivo social.

Con las protestas cayó el mito de la “pasividad” del pueblo brasileño, una característica que solía ser mencionada por cuanto analista mirara el estado de las instituciones nacionales, protegidas por lo que sería una “apatía festiva congénita” de los 192 millones de componentes del país vecino. Para Moisés, esta ruptura tiene que ver con la convicción de que las instituciones democráticas que existen no cumplen su rol de defender los intereses de la población.

“Los partidos ya no tienen capacidad de representar a estos nuevos segmentos. Los movimientos al inicio se concentraban en las grandes capitales brasileñas, San Pablo, Rio, Belo Horizonte, y después empezaron a expandirse también por las periferias, lo que muestra que nace una nueva cultura, la gente empieza a darse cuenta que, para ejercer real presión, tiene que participar efectivamente en las calles. Que es necesario accionar nuevas formas de participación, que no están necesariamente involucradas con las instituciones de la democracia.”

El analista no se dice sorprendido por la insatisfacción que estalló en las calles y que dividió protagonismo (o lo robó, en muchas ocasiones) con la Copa de las Confederaciones. “Vengo conduciendo investigaciones desde mediados de los años 80 y uno va viendo que la respuesta de los sectores políticos --no sólo el gobierno sino también el Congreso-- llegan muy lentamente. Hay un desfasaje entre las reivindicaciones y los tiempos de las instituciones. Hay un proceso de burocratización que llevó a un alejamiento entre los liderazgos políticos y la población. Las manifestaciones son una expresión de esto. Los mecanismos tradicionales no están funcionando bien para escuchar a la gente.”

Moisés considera incluso que había “señales de alarma”, componentes que “estaban dados previamente”, que se agudizaron en la gestión Dilma Rousseff y que, si hubieran sido observados, podrían haber preparado al gobierno para la serie de manifestaciones que explotaron en todo el país a partir del inicio de junio.

“El caso del mensalão (en donde legisladores recibieron coimas del partido en el gobierno – PT– para votar a favor de proyectos de interés del gobierno), el hecho de que desde que Dilma asumió no hubo crecimiento económico, el retorno de la inflación, el riesgo de que hubiera desempleo son factores que forman parte de este contexto. Y con los cambios económicos y sociales, hay segmentos de la población, la nueva clase media, que llegaron a ámbitos de consumo, que pasaron a tener más información e instrucción, lo que genera nuevos segmentos con una visión crítica que piden más del gobierno”, dice. “Lo que pasa es lo que los analistas suelen llamar de un ´corto circuito`, como si se juntaran dos cables descubiertos que se chocan y que terminan por establecer un punto de partida en donde se generalizan después muchas cosas que no estaban expresadas, que estaban deprimidas. Y por eso las pautas de las manifestaciones se amplifican.”

Y, por más tentador que pueda ser académica o periodísticamente, para Moisés Brasil no vive ni su Primavera Árabe, ni alberga una legión de Indignados, ni hace su lectura tropical del Occupy. Lo que se observa allí tiene razones bastante particulares y que no permiten un paralelo con ninguna otra explosión de reivindicación social reciente, aunque el “efecto contaminación global” ejercido por protestas internacionales sea un factor importante. Dice él que establecer relaciones entre lo que pasa en Brasil y estos movimientos es una “exageración”.

“En la Primavera, lo que hubo fueron manifestaciones en contra de regímenes autoritarios, que no es el caso de Brasil. Tampoco hubo conflictos religiosos en Brasil. Las de EEUU están muy vinculadas a los efectos de la crisis. Claro que hay un componente coyuntural en Brasil, que tiene que ver con la vuelta de la inflación, en cierto sentido, la falta de crecimiento vigoroso de la economía, riesgos que pueden afectar la tasa de empleo, hay un poco de esto, pero el foco central es la gente que quiere participar. En Brasil lo que hay es un contenido fundamentalmente político, no económico ni estrictamente social. La gente dice: ´Queremos mecanismos políticos que sean mejores, que sean capaces de captar las demandas y aspiraciones, las utopías de la gente`. Tiene también un fuerte componente democrático, porque pide más transparencia y corrección en la política. En ese sentido es eminentemente distinto de lo que pasó en otras partes del mundo. Hay una asociación entre el efecto demostración global (con el acceso a herramientas tecnológicas que posibilitan saber qué pasa en el mundo rápidamente) y razones locales.”

Por último, el investigador considera que el gobierno reaccionó “de modo desastroso” ante las manifestaciones y sus planteos. “La convocación de una Asamblea Constituyente (para realizar una reforma política, propuesta de la presidente Dilma Rousseff) no tuvo la consulta de constitucionalistas, que le habrían dicho que esto es imposible. Además, no es el caso de Brasil, que no tuvo una ruptura institucional. Ahora se habla de un plebiscito, que supone decisiones del Congreso que tomarían un tiempo y una campaña de aclaración que no sería posible poner en práctica antes de las elecciones del 2014. El gobierno demoró para reaccionar y reaccionó mal. Incluso entre ellos están convencidos de que no lograron lo ideal.”