Diego Muñoz

Gandhi tenía razón

Más allá de declaraciones públicas para combatirla, la gran mayoría de los protagonistas del deporte uruguayo no es consciente de la violencia de la que hace gala con sus dichos y sus actos.

Actualizado: 23 de setiembre de 2013 —  Por: Diego Muñoz

Cada vez que las hinchadas se pelean se escuchan los mismos comentarios. Se podría hacer un copy and paste con: “Los inadaptados que tienen que ser erradicados del fútbol”, “van a la cancha drogados y borrachos” o “son delincuentes que no son hinchas de ningún cuadro”, repiten dirigentes y periodistas. Algunos incluso insisten con la “pérdida de valores en la sociedad”.

Lo que pasó en el Palacio Peñarol, cuando basquetbolistas de la Liga que además son hinchas de Peñarol posaron junto a una gallina inflable antes de un partido para celebrar el Sudamericano del 83, es una nueva muestra de esa inconsciencia.

Está claro que en un ambiente normal la foto sería una anécdota y la gallina sería parte una picardía. Eso sería lo lógico. Pero en esta realidad que vive el deporte uruguayo hoy día, es fogonear un clima complicado. El hecho fue el comienzo de un alud de violencia que estalló en las redes, en las que incluso hubo hinchas de Nacional que tuitearon los teléfonos de algunos jugadores.

Llama la atención que los jugadores no hayan reparado que juegan en clubes de Liga en los que hay hinchas de Peñarol y de Nacional y que la foto les puede pasar factura. Aunque tarde, los basquetbolistas se dieron cuenta de su error y pidieron disculpas en un comunicado. “Fue una cosa del momento, que no estaba planificada y no medimos lo que iba a generar. Fue un error de nuestra parte porque no medimos la repercusión que iba a tener. Pero jamás tuvimos la intención de generar violencia”, dijo a 180 uno de ellos.

El pedido de disculpas es válido. Mucho más si se toma en un contexto en el que casi ninguno de los protagonistas reconoce cuando genera violencia.

La mayoría de los dirigentes dejan entrever todo el tiempo que son perjudicados por los jueces y por los estamentos del fútbol. Plantan la semilla de la desconfianza de forma vil aunque luego aclaren que no dudan de la honestidad de nadie. Una forma de tirar la piedra y esconder la mano. Eso en el mejor de los casos. En muchas oportunidades miran para otro lado ante hechos de violencia, colaboran con entradas y hasta son capaces de pasar a la acción.

Los periodistas deportivos también tienen responsabilidad. Golpearse el pecho diciendo "queremos que se termine la violencia" de nada sirve si el micrófono se usa para generarla. Comentarios ambiguos y mensajes barriobajeros son habituales en varios de los comunicadores con más presencia en los medios. No quieren violencia pero dicen que a tal jugador habría que pegarle para que sea profesional. Aborrecen la violencia pero dejan entrever que saben cosas de un directivo con el que están enfrentados y no la dicen por “códigos”. Es un contrasentido absoluto condenar los golpes y las piedras si en las palabras hay una violencia implícita que decodificaría un escolar.

Algo similar sucede con las transmisiones partidarias. Ven conspiraciones y enemigos a cada paso sin reparar que tienen un micrófono y que hay gente ávida por comprar ese discurso.

Mientras haya tal ambigüedad en todos los protagonistas del deporte es imposible terminar con la violencia en las tribunas. Tal vez sea momento de reconocer que somos violentos todos. Los de la cancha, los de las tribunas, los de los palcos y los de las cabinas. Sería una forma de asumir con honestidad, algo que dijo Mahatma Gandhi: "Si hay violencia en nuestros corazones, es mejor ser violentos que ponernos el manto de la no violencia para encubrir la impotencia".



Las opiniones vertidas en las columnas son responsabilidad de los autores y no reflejan necesariamente posiciones del Portal 180.