La hiperactiva amiga de Malinche

En 2002 se rumoreaba que entre los finalistas del premio Planeta había una uruguaya. Y de alguna manera era cierto. La que compitió con Bryce Etchenique ese año era Fanny del Río. Mexicana de nacimiento, Fanny estudió Filosofía y en la facultad conoció a Carlos Vargas Quijano, quien vivía con su abuelo exiliado, Carlos Quijano. A los pocos años se vino con él a Uruguay y se quedó 22 más. Su novela Malinche, la misma que envió al premio Planeta, siguió creciendo y acaba de publicarse bajo el título “La verdadera historia de Malinche”.

Actualizado: 13 de mayo de 2009 —  Por: María Eugenia Martínez

La hiperactiva amiga de Malinche

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La investigación que hizo durante años la deja afirmar, por ejemplo, que Malinche no se llamaba Malinche y que no era mexicana. Y dar una visión bien diferente de la mujer que siempre se ha usado como símbolo de la traición. El personaje es apasionante, pero la charla comienza por lo inevitable: este año es el aniversario número 70 de la creación de Marcha y ella se casó con el nieto de Quijano.

- Mi marido había perdido a su padre a los seis meses y se había criado con sus abuelos. Cuando el abuelo se exilia, termina en México. Él tenía 13 años. Luego decidió estudiar Filosofía, contrario a la tradición familiar que le exigía que estudiara Derecho. Y nos conocimos ahí, en la Facultad. Yo había empezado Ciencias Políticas. Fui a un par de clases, pero una amiga me llevó a Filosofía y fue tal el deslumbramiento que dije: esto es lo que quiero. Yo sabía que no iba a vivir de eso. Siempre quise ser escritora. Lo tenía meridianamente claro.

- ¿Nunca estudiaste Literatura?

- Fui a unas pocas clases. No quiero generalizar, pero las clases a las que yo fui, en ese momento, en México, te mataban las ganas de escribir.

- ¿Cómo llegaste a Uruguay?

- Quijano muere en el 84 en México. Carlos y yo no estábamos juntos, aunque sí habíamos salido un par de veces y yo ya estaba perdidamente enamorada. Un día él dejó de ir a la Facultad y le pregunté a una amiga común si sabía dónde andaba. Ella me contó que Quijano había muerto y me dijo que Carlos regresaría a Uruguay. Yo le pedí que fuéramos a su casa. Fui a despedirme de él. Y desde ese día fuimos inseparables.

- ¿No se vino?

- No se vino y se quedó en México varios años. Por mí. Pero su familia se había regresado. Todos se habían venido de regreso y en el 87 decidimos viajar para acá.

- ¿Conocías algo de Uruguay?

- Sí, claro. Cuando era casi una niña había leído varios de los manuales guerrilleros de los tupamaros. Los tupamaros eran como unos robin hoods, como los justicieros del pueblo… Nos vinimos supuestamente por un año.

- ¿Y cómo fue?

- Duro al principio. Llegó un momento en que empecé a decirle a Carlos “vámonos de acá, porque acá no se puede hacer nada, no se puede vivir de un trabajo, hay que tener 18 trabajos”, etcétera. Y cuando él me respondía, yo le decía: “deberías alegrarte, porque lo que estoy diciendo es la prueba irrefutable de que soy una uruguaya más. Sólo pienso en irme. (risas). Pero me he quedado 22 años y no creo que me vaya.

- ¿Escritora desde cuándo?

- Siempre escribí. He publicado poesía, pero descubrí la prosa y creo que no voy a volver atrás. Yo empecé a leer sola a los tres años. No duermo mucho y no dormía de niña. Mi madre me contó que un día vino a leerme un comic y mis hermanos no estaban. Entonces me dijo: “bueno, te lo leo a ti y luego se los leo a ellos”. Y yo le dije que no hacía falta, que yo podía. Y leí todo el comic.

A los cinco años fui a la escuela de mi hermana. Había una fiesta de fin de curso e interpretaron un fragmento de Lorca. Quedé tan fascinada que, a pesar de que era hiperactiva, entré en trance. “Eso que te gustó tanto está en este libro”, me dijo mi madre después y me mostró un tomo con las obras completas de García Lorca.

Yo me despertaba a las cuatro de la mañana y salía al escritorio. Mi padre aparece una vez y me encuentra leyendo el librote ese de García Lorca. En este instante me lo regaló. Después de eso, como al año, escribí mi primer poema, inspirado en eso que había leído, y en inglés.

- Eras una niña superdotada…

- No, para nada. Era hiperactiva. Hoy me hubieran dado Ritalina y me hubieran mandado a un rincón y hubiera sido una burra. Yo me moría de aburrimiento en la escuela y casi todo el liceo...

- Volvamos a tu viaje a Uruguay. ¿Qué pensabas hacer acá?

- Yo había hecho traducciones, notas, había trabajado en periodismo. Trabajaba desde los dieciséis. Y acá trabajé en El País Cultural, en La República… Pero no me daba para vivir. Tuvimos a Martín en el 89 y al año siguiente conseguí trabajo como agregada cultural en la Embajada de México.

- ¿Y te quedaste en la embajada?

- Después de unos años me pidieron que me trasladara a México. Carlos me dijo: “yo no puedo volver, ya fui extranjero y no quiero más esa vida”. Y me dio la opción… Resolví renunciar al servicio exterior y quedarme. Me costó un montón porque me gustaba la vida diplomática. Sin embargo, no me arrepiento en absoluto. Prioricé el proyecto familiar, entonces estuvo bien. Pero además me enfrenté por primera vez a tiempo libre, algo desconocido. Decidí tomarme tres meses de asueto, dormí mucho y… yo había querido todo mi vida ser escritora. Entonces resolví dedicarme a escribir sin restricciones.

- Fue la oportunidad…

- Sí, ahí me senté un día en la computadora. Quería escribir un poema en prosa a dos voces, entre Marina (a quien entonces yo llamaba Malinche) y Cortés. Empecé a escribir este poema y, aunque no recuerdo en qué momento ni cómo, eso se transformó en la primera carta de este libro. Y me encantó. Escribir es como buscar la huella. A veces encontrás la huella y a veces no. Yo la encontré y me di cuenta de que tenía que leer todo, porque no sabía nada.

Carlos muere en 2001, en un choque de auto en el que también murió mi suegra. Mis hijos eran chicos: once y cinco años. Y yo lo amaba mucho. No es una idealización de esas que suceden después de la muerte, no. Éramos una pareja muy enamorada y yo le tenía una fe absoluta. Si Carlos me agarraba la mano en la parte más alta del Palacio Salvo y me decía: “salta que no pasa nada”, yo saltaba. Así de ojos cerrados fue que me vine. Y así fue que me quedé.

Ese año yo miraba la imagen de las torres gemelas y pensaba: nada ha descrito mejor lo que siento que me pasó. Este es el documento gráfico de este momento mío. Salí a buscar trabajo y no conseguí, claro. En 2002 no había en ningún lado. No sé cómo mantuve a mis hijos. Tuve que vender la casa y casi no me quedó nada.

Fue un tiempo muy duro y no tenía tiempo para leer novela. Solo leía lo atañía a mi investigación. Para ver cuántas mujeres se necesitaban para darles de comer a los hombres tuve que leer cinco libros diferentes y al final no usé el dato, por ejemplo. Y acá encontré joyas para mis estudios, además de los libros que me traían amigos de México.

¿Hoy qué leés?

De todo, soy desordenada. Hace poco releí a los clásicos, porque uno no va a estar descubriendo el hilo negro. Me gusta mucho Marosa di Giorgio. Y Armonía Somers, con su obra La mujer desnuda. Cuando leí eso dije: ¡Qué obra maestra! E Idea Vilariño, claro, que se murió justo el día de mi presentación.