Marcelo Estefanell

Yo soy Darwin

Es curioso cómo reaccionamos desde nuestra ideología, desde nuestros prejuicios y desde nuestra sensibilidad cada vez que se producen hechos monstruosos como el ataque asesino y despiadado a los integrantes del semanario Charlie Hebdo, en París, el 7 de enero pasado. Es curioso porque la mayoría de las veces nuestras opiniones aparecen encorsetadas y previsibles.

Actualizado: 29 de enero de 2015 —  Por: Marcelo Estefanell

Si nos tomamos el trabajo de repasar las reacciones de la gente y de la prensa de época ante el Tratado de no Agresión Nazi-Soviético (pacto de Ribbentrop-Molotov), o ante la bomba de Hiroshima y Nagasaki, comprobaremos reacciones similares (y editoriales semejantes), por no hablar de los atentados del 11 de setiembre en los Estados Unidos, las bombas en Londres y los atentados de Atocha, por ser fenómenos más recientes.

Lo cierto es que ante impactos tan grandes (hechos políticos, en definitiva), nos cuesta, por lo general, razonar con cierta perspectiva y ecuanimidad.
Las reacciones van desde una condena general hasta un apoyo minúsculo de origen tan fanático como el de los perpetradores; luego le sigue un rosario amplio y diverso de explicaciones de la más variada naturaleza. Es que el impacto de la acción es tan devastador desde el punto de vista de nuestra sensibilidad, como lo es un tsunami para los moradores de la costa. Claro que los cataclismos geológicos son medianamente sencillos de explicar, pero estos otros, de origen político-religioso, exigen una explicación o, como mínimo, un intento de respuesta que ayude a comprender dónde nos encontramos parados y, sobre todo, qué hacer.

Sin embargo, en este plano, al comienzo predominan las explicaciones fáciles e ideologizadas: a nadie pudo sorprender el comentario de Jean Marie Le Pen cuando dijo que él había advertido hace años que los inmigrantes eran un peligro, y siendo musulmanes, peor. Tampoco llaman la atención el hecho de que se resuciten otra vez las teorías conspirativas, responsabilizando al Mosad, a la CIA y a los servicios secretos franceses de estar atrás de estos atentados para justificar luego políticas represivas hacia los inmigrantes en general y hacia los musulmanes en particular.

También resalta la contradicción más flagrante montada entre la condena al atentado y la justificación del mismo dado que estos periodistas y dibujantes de Charlie Hebdo, se han pasado de la raya al provocar a los musulmanes con su viñetas y sus sátiras contra Mahoma y el islamismo.
Además, se han difundido un sinnúmero de explicaciones más detalladas de analistas profesionales que buscan las causas de estas “barbaridades” en otros orígenes no menos “bárbaros”, como lo fue —por parte de EE.UU.— armar a los talibanes contra los soviéticos cuando invadieron Afganistán, más la atrocidad que supuso, más tarde, las intervención militar del “Tío Sam” y sus aliados en Irak ,en busca de armas de destrucción masiva que jamás encontraron.

Sin embargo, por más que juntemos palabras y más palabras, por más que construyamos explicaciones y montemos hipótesis de la más variada procedencia, nada puede ocultar el hecho crudo y duro: asesinaron a periodistas, a caricaturistas, al personal administrativo del semanario Charlie Hebdo y a policías (daños colaterales) por una supuesta ofensa al profeta Mahoma. Y como en estos tiempos todos los que poseemos teléfonos inteligentes somos potenciales corresponsales de guerra, quedaron registradas las consignas fanáticas de los hermanos Kouachi cuando gritan a voz de cuello “Dios es Grande” y anuncian que vengaron al Profeta.

Por si esos registros no alcanzaran, Al Qaeda de la Península Arábiga (AQPA) se responsabilizó de la operación una semana más tarde mediante un video que colgó en YouTube, titulado “Venganza por el Profeta: mensaje sobre la bendecida batalla de París”. Pero, dato significativo aparte, no se hacen responsables del otro ataque al supermercado de comida kosher, donde Amedy Coulibaly tomó rehenes, mató a cuatro de ellos y murió resistiendo. El portavoz AQPA, Naser bin Ali Al Ansi, asegura que si bien ellos no organizaron esa acción fue “Voluntad de Dios” que coincidieran con el asalto contra Charlie Hebdo, por el que da la enhorabuena a sus autores.” Y agrega, citando a su líder muerto, Osama Bin Laden: “Si no hay un control sobre la libertad de expresión, entonces dejad que vuestros corazones se abran a la libertad de nuestras acciones.”

Dicho de otra de otra manera, estamos condenados los discrepantes y quienes defendemos la libertad de expresión, puesto que si no ponemos los límites que ellos quieren, dejamos que sus corazones sean libres de matarnos cuando y cómo ellos quieran.

Según su lógica, si queremos permanecer sobre la tierra, necesariamente tenemos que renegar de la sátira y, sobre todo, prohibirla. Y si a los ofendidos por las murgas, por Darwin Desbocatti, por Arotxa y por Ombú, les da por seguir el mismo “criterio de venganza” que a estos muchachos de Al Qaeda, tendremos nuevamente que elegir entre la libertad y la autocensura.
Sea como fuere, elijo la libertad irrestricta de expresión, elijo el humor y la sátira de todos los tiempos, desde Aristófanes a Cervantes, desde Goya a Dumier, desde Chaplin a Capusotto. El humor, como el arte, nos salva; y solo los necios y los fanáticos pretenden regularlo y combatirlo.

En consecuencia, me apropio de la consigna “Je suis Charlie Hebdo”, o quizás, por estas latitudes sea más apropiado decir “Yo soy Darwin”, aunque al mismísmo Darwin Desbocatti no le guste.



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