Entre muchos realizadores, Michael Mann, David Lynch, George Lucas, Mel Gibson, Robert Rodríguez, Lars Von Trier, David Fincher, Francis Ford Coppola, Brian De Palma y Clint Eastwood han apostado con mayor y menor énfasis al cine digital.
Como aclara Adrian Martin, “técnicamente, el término se aplica a tres procesos distintos y separados: las películas pueden rodarse con cámaras digitales, pueden editarse y posproducirse con máquinas digitales o se pueden distribuir y exhibir en un ‘soporte’ digital” (1).
La mayor parte de las películas de la actualidad, son una combinación de tecnología digital y analógica: “algunas se ruedan en celuloide y se editan digitalmente, otras se ruedan en digital y se "hinchan" a película de 35 milímetros” (2).
Hace unos nueve años, con la claridad profético-corrosiva que lo caracteriza, Jean-Luc Godard afirmó que “el digital no fue inventado para la producción, sino para la difusión. ... En nombre de la difusión, la calidad y la precisión (de la imagen) son reducidas” (3).
Revolución digital
Según dicen los optimistas, con la "revolución digital" el rodaje y la distribución de un film en celuloide –en película- serán descartados por la grabación y transmisión en video digital, teóricamente más barata pero todavía, con menor calidad de imagen.
En pocas palabras, el soporte de registro y exhibición en sala que todos conocen, cedería su lugar a una tecnología que propiciaría la transmisión de contenidos vía satélite o por Internet. Ante esto, perecerían batallas conceptuales históricas. No habría diferencias entre cineastas y videocreadores, y se diluiría la tensa dicotomía: Imagen-cine versus Imagen-televisiva.
En el artículo Ver dos veces de Cahiers du Cinéma, Gonzalo de Lucas traza abismos entre el cine de formato analógico y el cine que apuesta a las diferentes opciones digitales. “En la película emulsionada, los cineastas podían tocar y ver la imagen fotoquímica. Con el vídeo, el gesto de ver la película en el soporte desapareció: la imagen electrónica no se puede ver en una cinta y las nuevas formas de comunicación digital desplazan las películas de manera invisible y las vuelven más etéreas. Los rollos se cargaban, los archivos de películas se descargan en la red. A cambio de perder parte de su peso y gravedad, el cine se multiplicó gracias al vídeo, que permite copiar y reproducir las películas. La gravedad del cine contenía todos los signos de caducidad inscritos en el celuloide: ralladuras, manchas y demás erosiones. Estaba destinado a sufrir el tiempo, cargarlo o hacerlo visible: a viajar con él. Las imágenes en vídeo lo conservan y ceden inquebrantable a los cambios de soporte. Un almacén renovable de la memoria (4)”. Pero los cambios del digital van aun más lejos.

El cine & la tecnología
El cine es un arte indisociable de la tecnología. Los saltos evolutivos y las imposiciones técnicas del mercado han afectado y estimulado nuevas poéticas. El cine hablado cambió la experiencia cinematográfica, y provocó que intelectuales y caballeros de la industria acusaran de traición a esa práctica (y vaticinaran la muerte del cine). El color también revolucionó al cine -dislocó el vínculo onírico de las películas en pro de la verosimilitud, aunque también propició nuevas búsquedas expresivas-.
Los saltos tecnológicos han estimulado nuevos modelos cinematográficos. Previo a los años 50 el costoso e incómodo equipo de 35mm limitaba el trabajo de los cineastas (en paralelo, esas restricciones forzaban a artistas y artesanos a desarrollar su ingenio). A finales de la década, gracias a las cámaras de 16mm y al desarrollo de la tecnología Nagra de grabación, surgió la segunda generación de cineastas independientes estadounidenses.
Como muchos autores europeos, los neófitos jóvenes neoyorquinos esquivaron los estudios para acercarse a la compleja imperfección de la gente en la calle. Gracias a las nuevas cámaras y los nuevos equipos de sonidos, John Cassavetes, Barbara Loden, Shirley Clarke, Elaine May, Robert Krammer, Mark Rappaport y Paul Morrisey redujeron costos y no se vieron limitados por el peso y el tamaño de sus equipos. Todo cineasta podía ser como un fotógrafo de Life y Look o como un realizador neorrealista.
El cine digital, rodar en cine digital o tener la posibilidad de filmar en este formato, afecta profundamente al séptimo arte. Además de generar nuevas texturas, la tecnología digital provee libertad, casi no hay limitación de “metraje” (un anacronismo en la era binaria). El realizador no tiene por qué ser cuidadoso: en vez de nueve minutos de lata, puede tener de 40 minutos hasta la imprecisa cantidad que provea un disco duro para filmar. Esa “ventaja” puede estimular la no-escritura. En caso de que lo desee, como un cineasta moderno o un documentalista, el realizador del siglo XXI puede obviar los guiones para orientar tardíamente el material en el montaje.
Por un tema de dimensiones y peso, la tecnología digital cambia el movimiento y las miradas que ofrece la cámara. Además permite estar más cerca del actor. Entre las ventajas del DV (formato digital casero de relativa baja definición) y el HD (formato digital de alta definición) se destaca el poder chequear en segundos las escenas filmadas y, por supuesto, el poder ir editando (5) día a día tras el rodaje.
Cine digital en tu cine de Shopping, cine digital en casa
Con Colateral, el director Michael Mann (Fuego Contra Fuego) “presentó” el cine digital en sociedad (traducción: en Hollywood y, en consecuencia, el mundo). Como es sabido por el cinéfilo, Mann redobló su apuesta en los últimos años: también rodó en alta definición Vicio en Miami y, la recientemente estrenada, Enemigos Públicos.
Según Ángel Quintana, “el virtuosismo digital hollywodiano pasa por privilegiar el valor del encuadre, la fuerza de la composición, la belleza plástica de la iluminación en condiciones límites y el juego entre la figura y su entorno” (6). Pero lo cierto es que la mayoría de los espectadores no nota cuándo se enfrenta a una obra rodada en digital.
El cine es un arte conservador. El juego está cambiando pero todo cambio lleva su tiempo. La “revolución digital” promete la eternidad de la obra, concreta grandes posibilidades para trabajar la imagen y el sonido en posproducción y, como aclaran sus defensores, juega con el mejor argumento del mercado: la ventaja del precio, lo accesible que es. Además, como insiste Godard: “todo el mundo dice que el digital permite hacer esto o aquello, sin decir lo que efectivamente se hizo. El digital permite ser libre, ¿pero libre para hacer qué? ¿En qué momento? En verdad, pocas cosas cambian” (7).
Sin importar si es analógica o digital, toda película debe narrar e imantar miradas. En paralelo, si su creador desea que la obra sea exhibida debe acatar las imposiciones de la Industria.
Como en la actualidad toda película debe ser un hito, los presupuestos publicitarios del séptimo arte han aumentado. En promedio, un film de Hollywood, dedica a la promoción, a la publicidad y al marketing más del 50% del presupuesto de producción. Las películas europeas dedican a estas actividades del 5 al 10% del presupuesto. (8) En pocas palabras, se puede rodar barato pero hay que llamar la atención del potencial espectador en un mercado de claras asimetrías económicas.
Como en el resto del mundo, en Uruguay se multiplicó el número de salas en un solo lugar (basta con ir a un shopping para confirmar esto). Además de ofrecer confort, moquettes infinitas y “seguridad”, los multicines dan la ilusión de tener una generosa oferta. Con la llegada de estas salas el tiempo de exhibición de los largometrajes se ha reducido. Las pantallas deben ser nutridas semana a semana para tentar con “novedades” (9) y, por supuesto, para amortizar los costos de estos establecimientos. ¿A qué lleva eso? Sencillo, a apostar a lo seguro: el número de copias por película con potencial comercial aumenta en los multiplex y, a consecuencia de esta práctica, se perjudica a los distribuidores más débiles que trabajan con cine de arte y ensayo o con filmografías ajenas a Hollywood. Como sostiene Carlos Pardo, “la grieta que separa el cine rico del cine pobre se extiende” (10). Poco importan los formatos.
Sin embargo, un par de cosas son seguras: I. el digital le hace la vida más fácil al pirata y, sin proponérselo, estimula la mejora de las copias ilegales de los largometrajes, II. la tecnología digital ha cambiado cómo se ven y escuchan las películas (pantallas pequeñas, Ipod, PC, home theatre) y III. el cine es cine sin importar el soporte fílmico: es un arte que se goza colectivamente ante una pantalla desproporcionada en una sala a oscuras.
(1) Martin, Adrian. “Farfullar y mascullar”, Cahiers du cinéma nº8.
(2) Ibídem.
(3) Labaki, Amir. “¿El futuro será digital?”, El Amante. Publicado el 20/05/2000.
(4) De Luca, Gonzalo. “Ver dos veces”, Cahiers du cinéma nº8.
(5) Con la edición no lineal digital las películas multiplicaron con violencia sus cortes.
(6) Quintana, Ángel. “El año en que la HD conquistó Hollywood”, Cahiers du cinéma nº8.
(7) Labaki, Amir. “¿El futuro será digital?”, El Amante. Publicado el 20/05/2000.
(8) Se estima en 40% el aumento de las inversiones publicitarias entre 1993 y 1999. Pardo, Carlos, “Hollywood vs. diversidad cultural”, Le Monde Diplomatique, Edición Cono Sur, nº 11, Mayo 2000, pp. 36-37.
(9) Como afirma Román Gubert, estamos en una sociedad neofílica.
(10) Pardo, Carlos. o. cit.
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