Miguel Ángel Dobrich

Bastardos sin gloria

Tarantino y el cut & paste

Actualizado: 09 de octubre de 2009 —  Por: Miguel Ángel Dobrich

En una imprecisa locación de Francia, el efectivo coronel nazi Hans Landa ubica a la familia Dreyfuss y ordena que la ejecuten. Shosanna logra escapar de las balas y se refugia en París. Allí, ella asume una nueva identidad como dueña de una sala de cine.

En paralelo a esa línea argumental, el teniente Aldo Raine y un grupo de elite de soldados judíos estadounidenses se dedican a cazar y conservar el cuero cabelludo de todo nazi que encuentren por el camino. El escuadrón de Raine debe unirse con una estrella de cine alemana -que es agente secreto- en un bar de subsuelo. Según la inteligencia británica, existen serias posibilidades de eliminar la cúpula del Tercer Reich en el preestreno parisino de un film de Goebbels, y la simétrica criatura del séptimo arte que los espera con champaña podría colar a las “fuerzas del bien” estadounidenses en el evento. El detalle que obvian estos personajes, es que la mismísima Shosanna también planea ejecutar su venganza esa misma noche, en la misma sala de cine.

La obra de Quentin Tarantino vive del sampleo y de los juegos intertextuales. En Perros de la Calle y Pulp Fiction Q.T. incorpora la narrativa fracturada, la violencia y la glorificación de la vida criminal del cine noir y de los thrillers de gángsteres. En Jackie Brown también coquetea con la narración no lineal; sin embargo, el estilo del film nace a consecuencia del choque del wah-wah de las guitarras con la belleza icónica de Pam Grier, actriz-embajadora del blackxplotation. Kill Bill saquea un inabarcable catálogo de cine de acción de Hong Kong y de animación japonesa e invierte en guiños cinéfilos y televisivos (a ese combo, Kill Bill vol.2 le agrega una pizca de western y una importante dosis de autocanibalismo). Y, por su parte, la primera mitad del proyecto Grindhouse, Deathproof, homenajea a los dobles de acción e, imperfecciones mediante -buscadas imperfecciones mediante-, a las películas de asesinos en serie de los 70 (y, aunque no lo admita, también salta al 65 para inspirarse en las veloces mujeres de Faster, Pussycat! Kill! Kill! de Russ Meyer).

Tarantino es un cinéfilo bulímico y, si hasta ahora esto no había quedado claro, su último largometraje, Bastardos sin Gloria, lo confirma. Inglourious Basterds (así es el título en inglés) se nutre del spaghetti western, de la berretada bélica de Los gloriosos bastardos (Enzo Castellari), del clase B, de recursos formales del cine de los 70, de tics de videoclips de los 90, del melodrama, de los hermanos Coen, de la resaca novelesca del cine clásico (¡qué error dividir en capítulos!) y de la propia filmografía de Quentin Tarantino, y vomita cada uno de esos elementos en una inestable obra de 153 minutos.

Tarantino se diferencia de sus pares por escoger bandas sonoras adictivas, revivir muertos del espectáculo y transformar lo clase B en cool. Bastardos sin Gloria no recurre a caídos del show business, de hecho, el “cuadro” es ajustado y de ensueño: Brad Pitt, Diane Kruger, Mélanie Laurent, Christoph Waltz, Michael Fassbender y Mike Myers. Pero, a base de una banda sonora compuesta por temas que pertenecen a otras películas (es más que sencillo ubicar a Ennio Morricone o al Bowie de Cat People), Quentin logra que la alta y la baja cultura fílmica convivan en un relato que estimula lecturas kitsch y que mima tanto al cinéfilo como al consumidor de cine de shopping (¡Vamos, el director de Hostal, Eli Roth, es el judío torturador de nazis!).

Como es sabido, el sello de Quentin son los diálogos: sus personajes son capaces de trazar diez teorías sobre el mundo por segundo. Esta práctica, la excesiva lucidez dialógica, atenta contra el personaje. Exhibe los hilos del titiritero y, en consecuencia, deshidrata a las criaturas de la pantalla en manifestaciones esquizoides de un ególatra que goza de hablar consigo mismo. Posiblemente, Bastardos sin Gloria le gane a los excesos que presenta sobre el final Kill Bill vol. 2 -de hecho, las imperfecciones y los momentos memorables de Inglourious Basterds laten en su verborragia-.

Bastardos sin Gloria es un cocktail, un Frankenstein, que exhibe maestría en su apertura –no cualquiera juega con tanta habilidad con las convenciones cinematográficas hollywoodenses clásicas- y que se deshace en la flaqueza de uno de los directores/guionistas más famosos del globo: hasta hoy el niño malo del videoclub no ha comprendido que en el cine las historias pueden avanzar sin voces en off y sin que los actores hablen.

Estimados lectores, ustedes optarán por resolver o discutir si es adecuado o no reescribir la historia como ejercicio lúdico de venganza.

Bastardos sin Gloria *

Dirección y guión: Quentin Tarantino

Con: Brad Pitt, Mélanie Laurent, Eli Roth, Christoph Waltz, Michael Fassbende, Mike Myers, Diane Kruger

Dirección de fotografía: Robert Richardson

Montaje: Sally Menke



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