Gabriel Quirici

La rendición de Alemania y el fin de “una cierta idea” de Europa

En el comienzo Alemania planteó el desafío y estuvo cerca.

Actualizado: 11 de noviembre de 2018 —  Por: Gabriel Quirici

Cuando las primeras ofensivas en 1914 llegaron a las puertas de París y sus tropas fueron detenidas en la “batalla de los taxis” del Marne, así llamada porque el gobierno parisino salvó la contienda cargando de soldados todos los taxis Peugeot de la ciudad y reponiendo más rápido los batallones. Tan importantes fueron que el museo de las Guerras Mundiales de Los Inválidos de París recibe al visitante con la cachila roja y negra de aquellos taxis.

Pero los franceses resistieron, la que estaba cerca era Alemania, quien al mismo tiempo peleaba junto a los austríacos contra los bravos rusos en el frente oriental.  

Luego vendrían dos largos años de trincheras, estáticas y mortíferas (1915 y 1916) con las batallas más sangrientas e industriales nunca hasta entonces conocidas, la de Verdún se llevó más de un millón de vidas, la de Somme 600.000. El año 17 vio cómo se incorporaban los EEUU en la disputa, primero la guerra submarina y después enviando tropas a Europa del lado de la Triple Entente.

Pero al mismo tiempo caía el imperio zarista bajo la revolución soviética y entonces, para 1918, Alemania podía volver a plantear el desafío por segunda vez, reagrupar fuerzas, y estar cerca otra vez.

Decir que Alemania planteó el desafío no significa en absoluto convalidar la visión de los vencedores acerca de la “culpabilidad” alemana.

Fue una guerra entre Alianzas de potencias imperiales en las que todos movieron sus fichas buscando debilitar a posibles rivales y escondieron cartas diplomáticas con sus propios aliados.

Pero sí es importante tener en cuenta que en el contexto europeo de principios del siglo XX, el novel Imperio Alemán (se había creado recién en 1871) presentaba los mejores indicadores económicos e industriales, superando a Inglaterra (la primera potencia en decadencia) en producción de hierro, carbón y acero, y necesitaba conquistar nuevos mercados y colonias. Sus instituciones más modernas, su capitalismo monopólico asentado en la segunda revolución industrial y la pujanza de su cultura y sociedad, convirtieron al joven estado germano en la potencia central del continente europeo, capaz de marcar las dinámicas diplomáticas desde el triunfo sobre Francia en 1871, y con un dinamismo tecnológico y militar tal, que muchos observadores de la época, la veían como posible triunfadora de una guerra europa.

El problema fue que en el marco de las alianzas inter-potencias, Alemania y sus aliados se enfrentaron a varios pesos-pesados a la vez: Inglaterra era la gran potencia naval e industrial del siglo XIX, Francia la segunda industrial y heredera de la tradición revolucionaria del iluminismo, Rusia el gran gigante absolutista modernizado por Pedro y Catalina…

No obtuvo una victoria inmediata ni sobre los franceses ni sobre los rusos, y la situación se complicó a un grado tal que en medio de la contienda perdió a un aliado importante, Italia, quien sería clave sobre el final para debilitar a los austríacos, y sumó un nuevo enemigo, poco experimentado en las lides imperiales, pero que habría de ser decisivo para todo el siglo entrante, como lo fueron los EEUU.

Por todo lo anterior, y porque habían pasado cuatro años de guerra total, la segunda oportunidad de plantear el desafío en 1918 no pudo concretarse.

En enero de 1918 los rusos se retiraron definitivamente de la guerra. Trotsky, algo contrariado pero obedeciendo al final las órdenes de Lenin de que había que sellar la paz sí o sí, firmó el tratado de Brest-Litovsk. El imperio alemán se quedaba con un importante porcentaje del territorio zarista, incluyendo el báltico y la rica zona granelera de Ucrania. Las tropas podrían concentrarse para el verano en las líneas de trinchera con Francia y quebrar por fin la resistencia.

Alemania parecía haber ganado una parte importante de la guerra, la del frente oriental. Así que movió sus tropas, mejoró su artillería y en agosto logró establecerse a 60 kilómetros de París y comenzar bombardeos diarios sobre barrios de la capital francesa. La idea era atemorizar y exigir la rendición. Pero cuando los ejércitos se enfrentaban en tierra, la combinación de tropas norteamericanas y francesas se mostró más capacitada desde lo tecnológico, lo numérico y lo moral.

Si bien había explorado la posibilidad de utilizarlos para combate, los alemanes descartaron los automóviles como elementos de guerra directa (fueron utilizados y mucho como transporte) y prefirieron la infantería, las ametralladoras, los gases, los lanzallamas y los cañonazos, mientras seguían usando la caballería como ejército móvil. En cambio franceses, ingleses y americanos presentaron 4000 carros de combate (una especie de antepasado de los futuros tanques) que se mostraron eficaces y blindados.

Alemania estaba cerca de ganar y cerca de París, pero cuando sus tropas se acercaban mucho, el enemigo con un mando conjunto entre Fosch (que sucedió a Petain –el héroe de Verdum- en Francia) y Haig presentaba duras batallas en donde repelía los ataques teutones y lograba decenas de miles de prisioneros. El desgaste de la guerra y la perspectiva de seguir muriendo por nada comenzaron a hacer mella en los combatientes alemanes, y varias veces las rendiciones fueron masivas incluso, en contra de las órdenes superiores. Lo que aceleraba las decisiones de contragolpe del premier francés Clemenceau y del presidente de EEUU, Wilson, quien había viajado a Europa para llevar una propuesta de triunfo y reorganización diplomática internacional.

Mientras tanto los italianos, con muchas dificultades internas para mantener la disciplina y unificar su ejército, lograban derrotar a los austríacos en las Ardenas. El aliado Turco Otomano por su parte, se desintegraba por la combinación a cuatro bandas de lucha de los árabes (“Lawrence de Arabia”) más intervención anglo-francesa y la promesa de hogar nacional a los judíos a cambio de fórmulas para la dinamita (Declaración Balfour y reconocimiento del sionismo). Para peor la cosecha en ucrania era menor de lo previsto. El racionamiento y el cansancio ganaban a la ciudadanía germana, que no veía motivos realistas para seguir perdiendo vidas (Alemania el país con más bajas totales y relativas de la guerra) por una guerra en la que podía desafiar sí, pero parecía que no tenía cómo ganar.

Las ideas bolcheviques se propagaban, aparecían “soviets alemanes” en batallones que desertaban, había protestas y huelgas de mujeres en las colas de racionamiento en Berlín y Munich, la gente culpaba al Kaiser Guillermo de toda esta demencia de más de dos millones de muertos por nada, y otros querían traer al ejército de las trincheras para evitar una revolución comunista adentro de Alemania… aquello que había esperado Marx y recientemente preveía Lenin, aquello de la revolución mundial proletaria que tendría por centro a Alemania (no a Rusia) parecía empezar a ocurrir cuando patrullas de milicianos rojos dominaban la escena en Berlín y una revolución obrera estallaba en octubre en una Hungría ya separada de Austria, y que tendría luego su breve república soviética dirigida de por Bela Kun.

Si bien un parte de la elite aristocrática y militarista alemana insistió en la idea de dar un combate final, la pérdida de popularidad de la guerra, la sensación de ilegitimidad del régimen, las penurias económicas de la población y el temor a la expansión revolucionaria primaron en otro sector de la misma, al que se aliaron dirigentes políticos de otras tiendas (liberales, socialdemócratas) y presionaron al emperador para se retirara al exilio.

En noviembre la población explotó en protestas y Alemania se revolucionó. Guillermo que estaba en Bélgica quiso dejar un pariente como sucesor y abdicó el 8 de noviembre de 1918, pero al día siguiente los políticos revolucionarios desconocieron al familiar (un tal Max Von Baden) y fue nombrado Friederich Ebert (líder del partido socialista, no comunista) como presidente de la nueva República de Alemania, que habría de generar una nueva constitución en la ciudad de Weimar, que pondría fin al Imperio y a la guerra.

La guerra provocó una profunda crisis humanitaria, desconocida hasta entonces: 10 millones de muertos, casi de triple de heridos y una modificación en las formas de combatir y despersonalizar la muerte que llevan al historiador Eric Hobsbawm a hablar de “brutalización” e inicio de la “era de las catástrofes”. De esa deshumanización nacerán los fascismos y los fanatismos políticos, porque como analiza Enzo Traverso, fue la primera experiencia totalitaria en Europa, un laboratorio de genocidios y prácticas de odio político de carácter industrial y mecanizado. La sensibilidad y la experiencia de muerte cotidiana, cambiarían a la Europa de la “Belle Epoque” imperialista, por la de las guerras ideológicas y la crisis.

Los principales protagonistas tuvieron suertes diferentes. Alemania perdió pero no quedó devastada; hubo república sí, pero su revolución fue liberal, no comunista. Las consecuencias de la paz serían durísimas económicamente. Francia ganó, a un costo altísimo. Pero quedó tan agotada que intentó cobrarle toda la guerra a los alemanes, incluso cobrarle lo que los bolcheviques no pagaron de las importantes deudas de los zares. Esto tendrá importantes consecuencias de cara a la firma de la paz en 1919 en Versalles. Inglaterra ganó y tomó más territorios, pero debe mucho a EEUU y no tendrá capacidad de sostener las dimensiones del imperio que se propone manejar. EEUU vino, peleó y ganó, pero no sostuvo su liderazgo, más allá de la ideas de Wilson, la diplomacia internacional no tendrá al coloso americano como líder, fue algo así como un grandulón valiente que ayudó en forma decisiva a ganar la guerra pero que no había madurado lo suficiente como para hacerse cargo de la casa y se volvió al cuarto. El nuevo mapa europeo tuvo como objetivo poner un “cordón sanitario” a la expansión bolchevique. Los viejos imperios desaparecieron (Otomano, Romanov, Hasburgo, Hohenzollern). Y al decir del historiador Marc Nouschi fue “el fin de una cierta idea de Europa”; la idea de Europa como centro de la civilización y la cultura también comenzaba a desparecer.

 



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