Jorge Sarasola

La campaña electoral británica entra en la recta final

Boris Johnson y Jeremy Corbyn plantean dos modelos de país antagónicos en la elección que decidirá si se concreta el Brexit o si habrá un segundo referéndum.

Actualizado: 03 de diciembre de 2019 —  Por: Jorge Sarasola

Un lugar común en el imaginario colectivo británico refiere a lo excepcional de su calidad democrática respecto a algunos vecinos europeos: una democracia estable y antigua con instituciones respetadas e independientes, un sistema político que nunca fue capturado por extremistas (tanto de izquierda como de derecha) y una burocracia estatal eficiente y pragmática. Los últimos tres años han puesto estas características en tela de juicio. Las tres elecciones en cinco años (2015, 2017, 2019) cuestionan cualquier vestigio de estabilidad política y se acerca al récord español de cuatro elecciones en cuatro años. La inhabilidad del gobierno de lograr mayorías en el parlamento para poder pasar legislación se asemeja al impasse en el que se ha sumergido la política italiana desde la renuncia de Matteo Renzi en 2016. Los ataques a instituciones otrora prestigiosas como la Cámara de los Comunes, el sistema judicial y la BBC parecen sacadas del libreto de Viktor Orbán en Hungría.

Luego de reemplazar a Theresa May, Mr. Johnson reinició las negociaciones para concretar el divorcio entre el Reino Unido y la Unión Europea. Para sorpresa de muchos, logró un nuevo acuerdo que aplacó los ánimos de los brexiteers más intransigentes. Irónicamente, este acuerdo tiene muchas semejanzas con aquel negociado por Mrs. May, con una diferencia fundamental: mientras que el anterior implicaba la creación de una frontera entre Irlanda e Irlanda de Norte, este evita dicha consecuencia al trasladar la frontera entre el Reino Unido y la Unión Europea al Mar de Irlanda.

Mr. Johnson prometió salir de la UE el 31 de octubre y dijo que preferiría “morir en una cuneta” a pedir una nueva prórroga. Luego de que el parlamento bloqueara el tratado que intentó pasar, en lugar de dirigirse hacia dicha cuneta el Primer Ministro voló a Bruselas donde consiguió una nueva extensión hasta el 31 de enero. Cientos de miles de monedas que habían sido diseñadas para conmemorar el “Brexit Day” con la fecha del 31 de octubre debieron ser derretidas. Una apta metáfora para capturar lo ridículo y extraordinario del costo que la pesadilla del Brexit le está infligiendo al país.

Ante esta situación el exalcalde de Londres llamó a elecciones anticipadas para el 12 de diciembre. Una reconfiguración en la Cámara de los Comunes parece la única forma en la que el Partido Conservador podría lograr la aprobación de su acuerdo. Al mismo tiempo, una nueva elección le dará al pueblo la oportunidad de hacerse oír por segunda vez respecto al referéndum que tuvo lugar en 2016. Un voto por Mr. Johnson se convertirá en un voto por su versión del Brexit. Un voto por Mr. Corbyn se convertirá en un voto a favor de un segundo referéndum. Las cartas están echadas.

Sin embargo, una elección nacional no es un referéndum. Fuera de un tímido incremento del gasto público en seguridad, educación y salud, la promesa de no aumentar impuestos, su postura ante el Brexit y un rediseño del sistema migratorio, el programa de gobierno conservador es uno que brilla por su falta de contenido. El Instituto de Estudios Fiscales, un centro de análisis independiente, lo puso de la siguiente forma: “Si las propuestas de este programa fuesen las del presupuesto anual, las catalogaríamos como modestas. Considerando que este es un programa de gobierno para los próximos cinco años, la escasez de políticas concretas es extraordinaria.” La estrategia de Mr. Johnson al proponer un programa un tanto anodino puede ser leída como una forma de minimizar los riesgos que podrían descarrilar su campaña.

Jeremy Corbyn y Boris Johnson se sacan chispas durante el primer debate entre los candidatos. Crédito: The Guardian

Si de aumentar el gasto público y realizar promesas se trata, nadie puede hacerle mella al Partido Laborista con un programa de gobierno que ha sido tildado como “el más radical en décadas.” Aumentar el salario mínimo de £8.21 a £10 (U$S 13) la hora. Incremento del gasto en salud pública de 4.3%. Congelar la edad de jubilaciones en 66 años. Construir 100,000 viviendas sociales por año. Ilegalizar los contratos laborales de carácter precario. Educación universitaria gratuita cuando hoy cuesta £9,250 (U$S 11,900) por persona por año.

Mr. Corbyn también ha declarado dos ambiciosas propuestas para 2030. Primero, reducir la semana laboral a una de cuatro días. Segundo, conseguir que el Reino Unido reduzca sus emisiones netas de dióxido de carbono a cero a través una “revolución industrial verde” donde el Estado invertirá £250 mil millones para convertir a la economía en una sustentable. Este plan, con importantes semejanzas al “Green New Deal” propuesto por Alexandria Ocasio-Cortez en los Estados Unidos, también aspira a crear un millón de nuevos empleos en el proceso.

El Partido Laborista planea un programa de estatización de grandes industrias – compañías ferroviarias, de electricidad, correo y agua – que fueron privatizadas durante la década en el poder de Margaret Thatcher. A estas promesas Mr. Corbyn sumó recientemente la intención de nacionalizar una gran compañía de telecomunicaciones, BT, con el objetivo de instalar fibra óptica en todos los hogares británicos y proveer de WIFI gratis a cada casa y empresa. Esta propuesta sería financiada a través de un aumento en impuestos a las grandes multinacionales de tecnología, como Google, Apple y Facebook.

El contraste entre estos modelos de país es evidente: en lo que respecta al gasto extra por año en servicios, el laborismo planea aumentarlo 28 veces más que el partido de gobierno. Tanto los conservadores como analistas independientes han criticado estos planes como un despilfarro desenfrenado. El mismo Instituto de Estudios Fiscales determinó que: “Será extremadamente difícil poder concretar el nivel prometido de inversión y gasto en solo un mandato de una forma que sea eficiente.” 

El Partido Laborista anuncia el programa de gobierno “más radical en décadas.” Spot publicitario del Partido Laborista.

Fuentes laboristas afirman que el gasto público en infraestructura sería financiado a través de la emisión de deuda y es un momento propicio para hacerlo por los bajos niveles de interés. En lo que respecta al gasto público en servicios, la oposición asegura que podrá pagarlo a través del aumento en los impuestos al top 5% de la población (aquellos que cobran más de £80.000 por año) y un incremento del impuesto a las ganancias de las empresas del 19% al 26%. Sin embargo, las encuestas sugieren que los votantes británicos no encuentran del todo creíbles a los planes laboristas.

Durante gran parte de la campaña, las encuestas mostraban a Mr. Johnson como claro favorito. Una de ellas, compilada por Opinium, ponía a los conservadores adelante por un margen de 19 puntos, 47% contra 28% de los laboristas y 12% de los Liberales Demócratas. Una proyección diseñada por YouGov le dio al partido de gobierno una mayoría parlamentaria de 48 bancadas.

Sin embargo, en esta última semana, todas las encuestas muestran un cambio en la intención de voto en la misma dirección: un recorte de la distancia entre conservadores y laboristas a 6-8%. Mr. Johnson continúa como favorito, pero esta reducción convierte a la contienda en una más competitiva, acercándonos al terreno de la incertidumbre. Mientras que todo parece indicar que el Partido Conservador será el más votado, no queda claro si esta ventaja sería suficiente para obtener una mayoría parlamentaria. Sin mayorías parlamentarias, la Cámara de los Comunes continuaría atascada como lo está ahora.

Para comenzar a explicar qué se esconde detrás de la intención de voto, vale mencionar que Mr. Johnson ha podido unir a la mayoría del voto pro-brexit a su favor. Por otro lado, el voto pro-remain continúa bastante más dividido entre el Partido Laborista, los Liberales Demócratas, el Partido Nacional Escocés y el Partido Verde. Por esta razón, la única manera viable de conseguir un segundo referéndum parece ser a través de un potencial gobierno de coalición.

Asimismo, el Partido Laborista sufre una gran paradoja: mientras que muchas de sus propuestas – como la estatización de grandes industrias – gozan de gran aprobación entre el público, la popularidad de Mr. Corbyn continúa por el piso. El mensaje es popular pero el mensajero no lo es. Conscientes de que votantes de otros partidos parecen no querer volcarse hacia el laborismo en grandes cantidades, la estrategia de campaña se ha enfocado en lograr que el ciudadano apático acuda a las urnas. En un país donde el voto no es obligatorio, la mayor esperanza laborista depende de un aumento significativo en el número de votantes. Considerando que esta es la primera elección en diciembre desde 1923 ya que se tiende a votar en verano, las condiciones climáticas de ese día jugarán un rol decisivo.

Boris Johnson anuncia su programa de gobierno, con el lema: “Get Brexit Done” (Completemos el Brexit)

Dicho esto, habría que ser bastante ingenuo para poner demasiada confianza en las encuestas. En 2017 parecía que Mrs. May ganaría de forma rotunda cuando en realidad hubo un parlamento sin mayorías. En 2016 todo indicaba que saldría remain pero se terminó votando a favor del brexit. En 2015 las encuestas oscilaban entre una victoria del laborismo y un parlamento sin mayorías, y los conservadores fueron reelectos. Dada la volatilidad actual del electorado y la complejidad del sistema electoral británico, realizar predicciones es una tarea riesgosa.

El último programa de gobierno concebido como socialista y con propuestas semejantes fue elaborado por el líder laborista, Michael Foot, en 1983. Mrs. Thatcher, envalentonada por la victoria en la Guerra de las Malvinas en 1982, aniquiló al laborismo de tal forma que dicho programa de gobierno pasó a ser conocido como “la nota de suicidio más larga de la historia.”  Está por verse si, casi tres décadas más tarde, el apetito por propuestas radicales ha aumentado entre el público.

Cada líder desea moldear la campaña hacia los temas donde se sienten cómodos: los conservadores machacarán su mensaje sobre el Brexit, mientras que los laboristas insistirán con su agenda doméstica. El 12 de diciembre el pueblo británico vuelve a votar en la tercera elección en cinco años, y quizás, para 2020, sabremos qué sucederá con el Brexit.



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