La vuelta de una ex promesa

Daniel Mella fue la promesa de la narrativa local, hoy es uno de los escritores claves de la literatura uruguaya contemporánea. Tras un generoso receso de las letras, volvió al ruedo con Lava, un libro de cuentos.

Actualizado: 30 de setiembre de 2013 —  Por: Miguel Ángel Dobrich

La vuelta de una ex promesa

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¿Por qué y cómo volviste a la literatura?

Tres años atrás estaba en una encrucijada grande. Todo se tambaleaba. Mi situación laboral, mis relaciones sentimentales, nada estaba claro. En una seguidilla, HUM había reeditado Pogo y Derretimiento, luego Irrupciones había hecho lo propio con Noviembre, y me acordé que la escritura me había ayudado varias veces en situaciones de confusión, por no decir que me había salvado la vida. Llevaba casi diez años sin escribir y no tenía ninguna historia en el tintero, así que me puse a llevar un diario para verme en mis propias palabras al tiempo que empecé a escribir para El País Cultural, como modo de agarrar training y, de paso, algo de dinero haciendo periodismo, que disfruto mucho. A poco de eso, se me cruzó por la cabeza la última historia que estaba escribiendo a los 24, cuando dejé de escribir, y con eso escribí una novela de un tirón. Fue durante la escritura de esa novela que se desencadenaron una serie de hechos que me permitieron obtener mayor tranquilidad. De 150 páginas sobrevivieron 14, que hoy son el cuento La esperanza de ver, el tercero en el libro pero el primero en ser escrito.

¿Cómo es tu proceso de escritura? ¿Hay método, impulso o el trabajo literario nace a consecuencia de, por ejemplo, lecturas recientes o la escucha de algún disco?

No tengo un método determinado. Tengo hábitos que me sirven por un tiempo. En algún momento siempre los acabo cuestionando y cambiando por otros, para evitar calcificarme. Hace poco, por ejemplo, volví al cuaderno. Le hice una entrevista a Lissardi y me contagió. Tiene razón, hay una relación especial entre el pensamiento y el lápiz. Me sirvió, además, para convencer a mi hija mayor, que va a escuela pública, de pasar menos tiempo frente a la xo. ¿Con qué autoridad moral le podía exigir algo así, si ella me veía pasar horas frente mi computadora? También me ayudó a aliviar los dolores de columna. Pero escribo a partir de imágenes que se vuelven irresistibles y escribo para descubrir qué historia guardan. Yo voy escribiendo y puliendo. Me cuesta escribir una frase con demasiadas palabras y dejarla así, porque por lo general no me dirijo muy a prisa a ningún lado en particular, y muchas veces es una frase la que lleva a la siguiente, y para que eso suceda la frase tiene que estar bien armada, expresando su potencial lo más plenamente posible. A veces una lectura reciente puede despertarme alguna idea, aunque más que nada me inspira el tono en qué está escrito, la cadencia. En cuanto a lo práctico, me encanta escribir temprano, empezar tipo seis o siete. Hacer un par de horas, por lo menos. Fresco, sin muchos pensamientos, con un mate.

Si el gusto está hecho de mil disgustos. ¿De dónde viene tu sensibilidad?

Muchas veces es el dolor el que te despierta la sensibilidad, el que te abre los ojos y el corazón a ciertos hechos. Haber descubierto lo comunes que eran las máscaras, haber dado lugar en mi mente a esa sospecha de que todo, en última instancia, es falso, es otra de las fuentes de mi sensibilidad.

¿Cuáles son tus autores de cabecera? ¿Pesan en tu labor?

Hay algunos autores y algunos libros a los que recurro. Hemingway, Thomas Bernhard, Borges, Don Quijote, Rey Lear, El pájaro pintado, El pozo. Pesan en el sentido de que me mantienen honesto, me recuerdan que hay un nivel de exigencia.

¿Qué pretendes de tu escritura?

Que me dé poder. En cualquiera de sus formas, incluyendo la del dinero. También me interesa estar atento a lo que ocurre mientras escribo, a cómo mientras voy construyendo un texto ese texto de algún modo también me va creando.

¿Por qué te has inclinado por los relatos ahora? ¿Te cansaste de la novela?

Quizás porque estuve medio nómade todo este tiempo. También es verdad que surgió aquel primer cuento y en seguida brotaron otros, como flores de estación. Ahora que llevo un tiempo en el mismo lugar y con perspectivas de quedarme, arranqué con una novela.

¿Cómo diseñas los cierres de tus ficciones? ¿Cómo te das cuenta que el texto debe ser abandonado?

Porque es el texto que me abandona. De repente ya no sé nada más. Para este libro en particular, me rondaba una noción de Anne Carson, poeta de cabecera que olvidaba mencionar. Ella se pregunta algo así como quién se creen que son los contadores de historias para andar poniéndoles un final a las historias. De algún modo, un escritor es alguien que se adjudica el derecho de decir, “colorín, colorado, este cuento se ha acabado.” El contador de historias es prisionero de esta necesidad y al mismo tiempo, en el modo en que cierra sus historias muchas veces está la clave para que la historia, de hecho, venga a terminar mucho después en la mente de la gente que la oyó. Me refiero a esas historias que te duran en la cabeza, que no se autodestruyen ni bien cerrás el libro, que siguen sucediendo. ¿Hay algo así como un final? ¿Dónde terminan las historias? ¿Cuánto pesa un final? En los cuentos su importancia es mayor. A diferencia de lo que ocurre con las novelas, la gente se pone a leer un cuento con el final en mente casi desde un principio. Me gustan distintos tipos de finales. Los que cierran circularmente. Los que quedan abiertos. Los que terminan y una puerta se cerró y no sabés de qué lado quedaste. Los que modifican todo lo anterior. Los compasivos, los sin compasión. Los que se desinflan no me gustan.

¿Con qué se va a encontrar el lector en Lava?

Siete cuentos soportables.

Lava

Casa Editorial HUM

163 páginas