En los taludes, esos antros terroríficos e inhóspitos como oscuros bosques encantados repletos de alimañas sobrenaturales, las criaturas descendidas de los avernos barrabravariles danzaban extasiadas por la victoria, mientras algunas ya comenzaban a trepar alambrados y cercas como si nada, imparables como zombies hambrientos de cerebros humanos. En el campo de juego, los players se miraban de reojo y buscaban a sus familias en las tribunas, para mediante una seña o un grito, rogarles que no bajaran a la cancha. Clima enrarecido en el Estadio Centenario.
Cuando el árbitro dio el último pitazo del Uruguayo 2015-2016, ya era una estampida de hinchas de Peñarol lo que invadió el campo de juego. Los jugadores se despedían de sus pertenencias, Forlán agarraba fuerte a su bebé para no verlo en Mercado Libre al otro día y Coca-Cola llevaba a cabo un operativo comando para rescatar a sus promotoras. El festejo fue tenso: los jugadores tenían que vigilar que el trofeo no fuera robado, hecho que Frascarelli logró evitar, siendo sin lugar a dudas su mayor aporte en el campeonato. Eran los mejores futbolistas del medio contra lo más destacado de los inadaptados de siempre: duelo titánico.
Horas después, lo de siempre: vidrieras rotas, saqueos, gases lacrimógenos y policías enfrentando a las hordas bárbaras cual legiones romanas (verifique en Google el parecido del uniforme de un legionario romano del s-I d.C y uno de la Republicana de 2016). Porque la propiedad privada y las fuerzas del orden sufren ante un triunfo -o derrota- mirasol tanto o más que ante una revolución socialista.
Es por eso que la gente se pregunta: ¿no es hora de construir un festejódromo? ¿Qué es un festejódromo? Pues bueno, una instalación situada en el lugar propicio, por ejemplo el Parque Batlle, donde se podrá dar rienda suelta a los instintos destructivos tan inherentes a la euforia futbolística, ya parte de nuestro folklore. El festejódromo sería una gran maqueta escala 1:1, con calles, veredas, casas, edificios, autos y lo más importante: comercios y policías. Los comercios ficticios para saquear y demoler a pedradas, los policías para dar palo. Pero ojo, los policías sí reales, porque ellos también necesitan un poco de acción; es parte del equilibrio universal.
Una vez construido el festejódromo, se le podría sacar mucho provecho. Los comercios ficticios servirían de laboratorios de hábitos de consumo, donde se pondría a prueba qué mercaderías resultan más tentadoras para el saqueador promedio. También se podrían para llevar a cabo experimentos psico-sociales, poner a prueba vidrios blindados para autos o alquilarlo a hinchadas extranjeras. ¿Imagina a La 12 pasándola lindo allí? Sería un Disney World de barrabravas y militantes de la ultra izquierda (pensando en ellos especialmente, se construiría un McDonald's ficticio de amplios ventanales). Los beneficios que le brindaría un festejódromo a la sociedad uruguaya, y a la humanidad en su totalidad, serían infinitos***.
* Sí, cada uno siente las cosas como quiere.
** “Campo de juego” en dialecto aufeano-bancherano.
*** Tampoco descartemos el uso del festejódromo como marchódromo, o sea, donde se harían todas las numerosas marchas que semana a semana bloquean las principales arterias de la capital.