Hace unos días nada más, cometí el grave error de leer ese libelo llamado Figueredo: a la sombra del poder, escrito por el vil amarillista Diego Muñoz y Emiliano Zecca, un joven de bien arrastrado al mal camino por el primero. Página a página me convertía en espectador de la peor clase de periodismo de investigación, dedicado a difamar a personas derechas como los Leoz, Teixeira, Blatter o Havelange, quienes solo quisieron el bien para el fútbol. Hoja a hoja, chisme a chisme, crecía en mí el deseo de ayudar al protagonista del libro, a ese compatriota injustamente encarcelado, de ir a su presidio y acercarle lo que necesitara, ya fuera una canasta de frutas, un dulce de membrillo o un Koleston.
Convengamos en que se podría decir que algunos fondos fueron manejados por Figueredo de manera un tanto heterodoxa, o alternativa*, más bien. Es que la gente está cansada de escuchar sobre la serie de kafkeanos procedimientos burocráticos impuestos por monstruosos organismos internacionales como la OCDE**, que impiden que nuestros empresarios, los bien de acá, del Sur, de América Latina, puedan hacer el bien por el fútbol o invertir en inmuebles ya icónos de nuestro paisaje urbano. Resulta que siempre están bajo sospecha de “lavado de activos” por ser de Nuestra América, de la Patria Grande.
Es que estos gringos no entienden. En los países anglosajones protestantes responsables de las injurias a Figueredo, las abuelas piden rendición de cuentas a sus nietos cada vez que vuelven del Wall Mart con los bolsillos llenos de quarters. Y si son buenas y dejan que sus nietos se queden con el cambio, estos lo guardan para luego invertir en la bolsa. No entienden nuestra forma de ser, y para peor, quieren imponernos la suya. Así fue como el compañero Figueredo o el hermano latinoamericano Leoz fueron víctimas de su intolerancia cultural.
Un servidor no quiere parecer que difama y así pasar a formar parte de esta grotesca comedia dirigida por Muñoz y Zecca, pero hay cosas que deben quedar claras: mientras Tenfield y Figueredo le dan de comer a cuatrocienta' familia'(®Tenfield), para imprimir un ejemplar de Figueredo: a la sombra del poder, tres árboles del Amazonas son talados. Y luego un empresario y filántropo de conducta intachable como don Francisco Casal es vilipendiado públicamente. Usted saque sus conclusiones.
Ha llegado la hora de librarnos de las cadenas de la corrección política. "Coima" es una palabra cargada de estigma. ¿Por qué en vez de usar ese término tan peyorativo no utilizamos uno como "comisión informal sub-escritorial" u "honorario por facilitación de acuerdos comerciales no figurativo en balances"? Porque mientras el MIDES se preocupa por minorías rebosantes de derechos, hombres blancos heterosexuales*** de clase alta, son etiquetados de manera injusta.
Así que planteo una nueva visión, otra perspectiva de ese hombre que tanto hizo por tantos. Porque si Tenfield mantiene a cuatrocienta' familia'®, seguro don Eugenio mantenía a 40****. Es hora de que honorables periodistas -nuestro destacado intelectual Atilio Garrido sería idóneo para la tarea-, no plumíferos al servicio del Departamento de Justicia de EEUU y la OCDE, escriban Figueredo: faro guía de nuestro fútbol.
* Si existe el rock alternativo, ¿por qué no el manejo de fondos fiduciarios alternativo? Figueredo no es muy distinto a Kurt Cobain, o al pelado de Smashing Pumpkins que no me sale el nombre ahora. Es igual de virtuoso y rupturista.
** Por culpa de este organismo internacional, exitosos empresarios colombianos del rubro exportación no pueden venir a depositar sus excedentes de capital en nuestro país, dejando sin trabajo a estudios de abogados, asesores contables, financieros, promotores inmobiliarios y constructores.
*** Certificado por la ciencia médica, como hiciera Nelson Spillman hace unos años.
**** Figueredo nunca se excedía del 10% en las comisiones informales sub-escritoriales que cobraba, así que es de esperar que ayudara a familias en una misma proporción.