De la cárcel y una “bola de nada” a la universidad

Maira Camejo entro a la cárcel de mujeres con una pena de seis años y cuarto de liceo terminado. Cuando obtuvo su libertad, en julio 2018, salió como estudiante de Facultad de Psicología. Para estudiar recibió el apoyo voluntario de docentes y profesores.

Actualizado: 14 de junio de 2019 —  Por: Emiliano Zecca

De la cárcel y una “bola de nada” a la universidad

adhoc Javier Calvelo

En 2010 una persona en la cárcel le dijo a la licenciada en Psicología Cecilia Baroni que quería estudiar en la universidad. Esa fue la semilla de un proyecto de extensión universitaria que con los años creció gracias al trabajo voluntario de estudiantes y docentes.

Maira Camejo, que debía cumplir una pena de seis años, conoció el proyecto en la cárcel y cuenta que ese contacto con los estudiantes fue lo más importante que le sucedió porque la ayudó a no desconectarse del “afuera”. “Más que clases de tutorías, funcionaba como un lugar para hacer terapia. Cuando los chiquilines venían para nosotros era ver gente de afuera. Pasabas a un lugar tan degradado, tan mínimo, que verlos era una conexión de dos mundos paralelos. Hay dos mundos que ocurren al mismo tiempo y cruzar esas barreras de las rejas, de la cárcel, de las lógicas carcelarias, se veía como una luz en la oscuridad. En la cárcel todas las personas están en la misma situación que vos y no tenés con quien compartir ¿Qué le vas a preguntar? ¿Estás mal? Claro que está mal, si la estás viendo y cuál de todas está peor”, cuenta.

Al llegar a la cárcel Maira vio un cartel que decía “Centro de Rehabilitación”, es lo primero que recuerda. Pero adentro no encontró nada parecido. “Hay gente de todos lados, con personalidades diferentes, algunos con estudios, otros no, algunos extranjeros. Estás constantemente aprendiendo cosas, es una mezcla de mujeres impresionante y vivís situaciones complicadísimas, de violencia, de todo. El día a día era horrible, insoportable de sobrellevar”, cuenta.

Ella no se pone en lugar de víctima. Reconoce la situación que le tocó vivir, la acepta y dice que los cuestionamientos que tiene son contra lo “antihumano” del encierro. Así lo expresó en una carta donde contó su experiencia al salir. “Encontrarse en medio de la sociedad y cometer un delito, un hecho x, y ante eso verse sancionado, correspondido a modo legal por una pena relativa a esa infracción, está perfecto, no es algo negativo que nos podamos regir de forma ordenada, si no sería un caos. Lo que no está bien es que se mire solo el delito con un dedo acusador, que se discrimine y castigue sin tener en cuenta todos los aspectos de la vida de esa persona, como si solo la persona fuera esa falta, esa gravedad. Esa infracción reduce a la persona, al ser ‘humano’ en un ser (contradictorio a su significado como verbo) ya que pasa a ‘no ser’. No es más una madre, un hermano, una tía, una hija. Es como si todo en su vida no existiera, ahora solo es un ‘sujeto de castigo’ y merecedor solo de una pena”, escribió.

Cuando Maira ingresó al Centro de Rehabilitación tenía aprobado hasta cuarto de liceo. Hacía un tiempo que había abandonado el estudio y solo trabajaba. Pero estando en la cárcel se enteró que podía descontar pena si retomaba la secundaria y al año de estar encerrada dio seis exámenes libres. Los salvó a todos y eso fue un “lograzo”. “En ese lugar, haciendo una conducta de trabajo, estudio y tener un compromiso con las tareas, más allá de descontar pena, para mí era muy estimulante, motivador porque veía que avanzaba. En ese lugar los tiempos corren, la vida pasa y al principio no hacía nada, estaba en pausa. Pero estudiando le comí ventaja al encierro. Perdí tiempo de mi vida, pero gané en otro terreno”, dice.

Luego conoció el proyecto de extensión educativa de la Facultad de Sicología y no dudó en seguir. Maira estuvo casi dos años como universitaria en la cárcel. “Nos llegó esa novedad y estudiar psicología era una locura. De no hacer nada, de estar en una bola de nada positivo, donde todos te tratan de presas, te hablan de la cárcel y dicen ‘esa gente’ pasas a hacer algo. Pero se sigue pagando en vida, antes, durante y después. Y si no perdiste la posibilidad de ser parte, no lo valorás. Pero cuando no sos parte, no te imaginaste ser parte y pasas a ser estudiante recuperás un derecho de todos los que perdés”, cuenta.

Maira dio exámenes libres, con la misma exigencia o más incluso que sus compañeros que iban a la facultad, porque no podía exonerar parte del programa. Recuerda partes complicadas en ese proceso, no era fácil acceder a los materiales de estudio y a espacios para leer. Tampoco era sencillo salir de la cárcel para dar un examen, tenía que solicitar permiso al juez y si un móvil de la policía no estaba disponible no podía ir. “Se complica el acceso a un espacio de estudio. Me sentía en desventaja y hoy lo veo porque estoy adentro de la facultad. No te podías organizar, tenías que buscar un hueco para tratar de concentrarte, en medio de gritos o ruidos, como podías, convivís como parte de eso. Para desplazarnos teníamos que hacerlo con la guardia y no quería que como estudiante me vieran como presa. Hoy vengo y pienso si se acordarán de cuando venía con los grilletes y la policía. Todo eso te condiciona. Una cosa son las penas legales y otra es mi derecho a estudiar. No es que me dieron esa posibilidad, el estudio está democratizado y se debería buscar que todos tengas acceso, incluso las personas privadas de libertad”, sostiene.

Aquella sentencia para Maira fue el comienzo de su inesperada vida actual. Ahora, además de estudiar, ella trabaja y vive con su hijo. Dice que su vida tiene una dirección y que se introdujo en el mundo de nuevo. “Sufrí al máximo en todo, me tocaron las peores, pero ahora la tengo más fácil. Tengo una rutina normal, sin guardias y sin gente que no quiero o elijo”, cuenta.

En base a su experiencia Maira cree que las posibilidades están, que hay gente que se interesa en las personas privadas de libertad con proyectos y que cuando eso pasa todos dicen “qué bueno”. Pero después les falta apoyo y los que están “adentro” y los de “afuera” tienen dificultades. Al final, el motor principal de todos es la voluntad, porque no hay estructura ni apoyo. “La guardia, los sistemas carcelarios están preparados desde hace antaño con lógicas del ‘no’. Nunca se termina de concretar la intención de poder extender el conocimiento hacia las cárceles y trabajar con las personas privadas de libertad porque falta apoyo. La institución está y el apoyo directo no llega. Igual está buenísimo que se mantenga aún. Es una especie de revolución porque es a pulmón. En mi experiencia hay una evidencia clara que igual lo pude realizar, a pesar de escaeces varias e impedimentos de toda índole. Fue todo a pulmón y ahora, desde este lado, me gustaría que las personas que quieran estudiar psicología puedan hacerlo en condiciones, yo lo necesité muchísimo y considero que no es mucho”, reflexionó.