Pascual Aguirre Dumont

El chorizo de Heráclito

Todo viaje es irrepetible, y por ende, caprichoso.

Actualizado: 11 de febrero de 2010 —  Por: Pascual Aguirre Dumont

Así como en la sentencia de Heráclito, uno no puede visitar dos veces la misma ciudad: tanto ella como nosotros no seremos los mismos al volvernos a encontrar, el tiempo operará silenciosamente ese cambio.

Asimismo, nuestro recorrido por una ciudad que sólo visitaremos una vez se instalará en nuestro imaginario como la totalidad de la ciudad, atados eternamente al estado en que se encontraba cuando la descubrimos y al nuestro cuando pasamos por ella.

Todo lo que diré sobre la ciudad de Mina Clavero es hijo de esa circunstancia, de ese capricho.

Y todo lo que diré sobre la ciudad de Mina Clavero es que es un asco, una bandeja de arrolladitos primavera vencidos en el Gran Buffet Chino de las Sierras de Córdoba.

Quizá en otra época del año una luz diferente ilumine a Mina Clavero, pero por lo menos en temporada es una suerte de 8 de octubre con salida al mar y sierras de fondo, una Piriápolis cuya rambla se convierte en peatonal y cuyo océano se convierte en un río fino y apático.

Sin embargo a 8 escasos kilómetros se encuentra Nono, un pueblo idílico al borde de la Sierra Grande de los Comechingones, cuyo río de aguas calmas cambia metro a metro bajo el influjo de la geografía serrana dando paso a cataratas, zonas cavernosas, rocas y ollas ideales para hacer clavados.

Ahora bien: ¿acaso Nono es un lugar paradisíaco o se presenta como tal en contraste con Mina Clavero? ¿Mina Clavero es esa amiga baqueteada con la que Nono (que está entrable) sale a un boliche para que los hombres se fijen en ella? ¿Es Mina Clavero aquel paquete mexicano que peleó el año pasado con Cris Namús y que creó la ilusión de que el Bombón Asesino era una cruza de Mohammed Alí, Obdulio Varela y Sandra Bullock?

Yo creo que, sin menospreciar las virtudes de Nono (que como ya he dicho las tiene y muchas), hay algo de eso.

Y como siempre que tengo la oportunidad, lo voy a ejemplificar a través de un chorizo.

El bon vivant que llega a Mina Clavero con el paladar cansado busca en la avenida principal un refugio para sus ansias. Lo que ve no lo sorprende: todo tipo de locales donde circulan las empanadas, el asado, el lomito (primo tímido del chivito uruguayo), los sándwiches (primos cancheros del refuerzo uruguayo), y demás preparaciones.

Nada que no haya visto en cualquier otro pueblo o ciudad de Córdoba. Lo que sí le golpea la nuca como un buen trago de vino Potro es la cantidad de gente que camina en todas direcciones, la omnipresencia del reggaeton “Ai nou iu buonmi, iu nou ay woncha”, los padres de familia con la cámara digital en el cuello y la riñonera apoyada en la pelvis hinchada por el sedentarismo y las minutas, los y las púberes flotando en un mar de hormonas, un río en el que no puede flotar nadie porque no llega a los 30 centímetros y muchos locales de remeras estampadas con frases del tenor de: “Que la sigan chupando”, “Mi familia tiene un problema con el alcohol: YO” y “BUSCO NOVIA COJA (MIENTRAS MÁS COJA MEJOR)” –el subrayado es textual-.

Cuando por fin decide establecerse en un Parripollo y pedir un chorizo nota que enfrente no tiene a un choricero, ese fino alquimista del embutido, sino a un mercenario de la parrilla que vino de Río Cuarto a hacerse unos manguitos para comprarse una pileta, ve que el pan es inadecuado por su tamaño y textura y dentro de él descubre un chorizo larguirucho, opaco, seco, con la grasa petrificada, que un paladar sensible deja pasar con resignación, como el presidente de la ONU cuando Chávez se pasa un par de horas en sus intervenciones ante la Asamblea de Naciones.

Ahora bien, cuando el mismo gourmand huye de Mina Clavero y se refugia en la hermosa plaza colonial de Nono, siente la hospitalidad de los lugareños que le ofrecen alfajores para degustar, se llena los pulmones con el purificador aire de las sierras y decide despurificarse con un buen choripán llega a una parrilla improvisada en el frente de una casa humilde y descubre el oficio de una pareja de mediana edad que cultiva con amor el arte del choripán (que a juzgar por el rostro ceniciento del asador y el abdómen abultado de la mujer que oficia de cajera seguramente pasen jornadas enteras frente a la parrilla, incluso que quizá se hayan conocido, casado y por qué no procreado frente a esa misma parrilla).

Y el paladar sensible habla con la mujer y se deleita al sentirla hablar orgullosa de su producto, valorándolo por su tamaño, no como esos chorizos de copetín que venden por ahí, y por su sabor picantón.

Plácidamente ve cómo cortan un pan casero abundante y dentro de él colocan un chorizo espigado, con personalidad, color tierra, que en la primera mordida se descubre crocante, incluso en la grasa, que baila en el paladar como si fueran las chispitas de chocolate de una galleta.

Entonces ese chorizo, que viene de la misma empresa de chacinados que el de Mina Clavero, bajo el peso de la sentencia de Heráclito se transforma en otra cosa, porque nosotros en Nono somos otros y lo grosero pasa a ser rústico, lo antihigiénico se vuelve folklórico y la vida, amigos, deja de estar cuesta arriba y se convierte en una bajada en bicicleta.

Salut!

Pascual Aguirre Dumont

Ilustración: Gervasio Della Ratta



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